La
incidencia de abuso sexual en los menores es mucho más elevada de lo que uno se
puede llegar a imaginar. Es por esto que ante esta realidad y ante el riesgo
que supone, es necesario que las personas que tengan niños a su cargo conozcan
una serie de síntomas que pueden ayudar a detectar un posible abuso sexual.
En
primer lugar es importante señalar que según los estudios se calcula que sólo
un 2% de los abusos sexuales (dentro de la familia) se detectan en el momento
en que éstos se producen. La víctima puede esconder la existencia de los abusos
por diferentes razones: obtener regalos adicionales, miedo a no ser creída, o
temor a destrozar la familia o a represalias del agresor.
Existen diferentes
indicadores que pueden hacer sospechar de la existencia de un abuso sexual. En
lo que respecta al comportamiento de los menores, estos indicadores pueden ser: pérdida de apetito, llantos
frecuentes sobre todo relacionados con situaciones afectivas o eróticas, miedo
a estar solo, con hombres o con un determinado miembro de la familia, rechazo
al padre o a la madre de forma repentina, cambios bruscos de conducta,
resistencia a desnudarse o a bañarse, aislamiento y rechazo de las situaciones
sociales, problemas escolares o rechazo a la escuela, fantasías o conductas
regresivas (volver a chuparse el dedo o a orinarse en la cama, etc.) Tendencia al
secretismo, agresividad, fugas o acciones delictivas y auto lesiones o intentos
de suicidio.
Otros
indicadores están relacionados con la esfera sexual y pueden: rechazo de las caricias, de los besos y del
contacto físico, conducta seductora. Conducta precoz o conocimientos sexuales
inadecuados para su edad, interés
exagerado por los comportamientos sexuales de los adultos y agresión sexual de
un menor hacia otros menores.
Si
bien es cierto que estos indicadores pueden encontrarse en los casos de abuso
sexual, la existencia de alguno de ellos de forma aislada no tiene que indicar
necesariamente la presencia del abuso. Es importante señalar que estos
indicadores deben valorarse de una forma global, es decir, serán más
significativos en la medida en que aparezcan un conjunto amplio de estos
indicadores. Los indicadores sexuales son los que están más relacionados con la
existencia de un abuso sexual, pero quizás lo más significativo puede ser cuando un menor presenta un cambio brusco
con respecto a una situación o a alguna persona en particular (no querer ir
al colegio, no querer que se le bañe, no querer estar con una persona que antes
aceptaba, etc).
Además de estos indicadores pueden existir otros de tipo físico que quizás puedan ser más evidentes (dolor en zona genital, dificultad para sentarse, ropa interior manchada de sangre, etc.).
Cuando
se tiene la sospecha de un abuso sexual lo primero es acudir a los
profesionales adecuados para que evalúen al menor (pediatra, psicólogo, etc.) y
si se tiene sospecha de quién puede ser el agresor, proteger al menor de éste.
Además, por supuesto es necesario denunciar los casos para que así pueda
evitarse que el agresor o agresores puedan seguir cometiendo los abusos, aunque
lamentablemente, en este tipo de casos y sobre todo cuando se descubre el abuso
pasado ya un tiempo, el conseguir demostrar en los tribunales la existencia del
mismo puede ser una tarea muy difícil. Un dato a tener en cuenta es que si se
denuncian los hechos y el menor va a ser evaluado por psicólogos forenses, es
importante intentar no preguntar al menor sobre los hechos denunciados para así
no interferir en el recuerdo del niño y que el testimonio de éste pueda
considerarse válido.
Si se confirma la
existencia del abuso es necesario que tras haber realizado las evaluaciones
pertinentes (sobre todo cuando son necesarias para una denuncia), el niño reciba un tratamiento psicológico
adecuado para evitar posibles secuelas a largo plazo.
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