El Síndrome de Estocolmo es un estado
psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su
propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En
ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus
fines o evadir a la policía.
"el llamado
síndrome de Estocolmo sólo se presenta cuando la persona se identifica
inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad de la
agresión de que es objeto, ya sea imitando física o moralmente la persona del
agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan".
Desde el punto de vista psicológico, las
reacciones de este tipo están consideradas como una de las múltiples respuestas
emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la vulnerabilidad y
extrema indefensión que produce el cautiverio y aunque es una respuesta poco
usual, es importante entenderla y saber cuándo se presenta y cuándo no, porque
el fenómeno ha sido tan tergiversado, que se ha llegado a pensar que es una "enfermedad"
que padecen todas las personas que atraviesan por una situación de
cautiverio. Además, con frecuencia se convierte en una de las mayores
preocupaciones expresadas por los familiares de los secuestrados después de la
liberación. Tanto el ex rehén como sus allegados se preguntan con temor si
algunos de los sentimientos de gratitud y aprecio hacia sus captores, forman
parte de la sintomatología del síndrome y se suele creer, equivocadamente, que
la persona lo está padeciendo, considerándola "enferma".
Según
la corriente psicoanalítica el síndrome de Estocolmo sería entonces una suerte
de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder la
agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de
sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor,
un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de
identificación, de simpatía, de agrado por su secuestrador. Cuando alguien es
retenido contra su voluntad y permanece por un tiempo en condiciones de
aislamiento y sólo se encuentra en compañía de sus captores puede desarrollar,
para sobrevivir, una corriente afectiva hacia ellos. Esta corriente se puede
establecer, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la víctima para
obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus captores, o
bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar y no sentir
la amenaza de la situación o la agresión de los secuestradores. En esta última
situación se está hablando de Síndrome de Estocolmo.
Lo
que se observa en la mayoría de los casos es una especie de gratitud consciente
hacia los secuestradores, tanto en los familiares como en los individuos.
Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con vida, sanos y salvos y a veces
recuerdan - sobre todo en las primeras semanas posteriores al regreso - a
quienes fueron considerados durante ese trance o tuvieron gestos de compasión y
ayuda. Es comprensible, bajo estas circunstancias que cualquier acto amable de
los captores pueda ser recibido con un componente de gratitud y alivio.
El
secuestrado vive traumáticamente una situación de impotencia, al no poder
responder a la agresión de que es objeto, pues lo más natural en el
comportamiento, es que si a uno lo atacan que responda al atacante. Si no se
puede, si se está imposibilitado de responder con la agresión mínima
indispensable para mantener el equilibrio y se tiene que suprimir o reprimir
esa agresión, ella se acumula y va dirigida contra uno mismo.
El síndrome de
Estocolmo sería entonces una suerte de mecanismo de defensa
inconsciente del secuestrado, que no puede responder la agresión de los
secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock
emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el
sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación,
de simpatía, de agrado por su secuestrador.
El
psicólogo Emilio Meluk presentó a finales de los años noventa los
resultados de una investigación sobre los efectos psicológicos del secuestro en
sus víctimas, que lleva por título "El Secuestro,
una muerte suspendida", en el que se centraba en las experiencias vividas por
ochenta ex secuestrados después de su liberación y un número similar de
familias. Sus
conclusiones revelaron que la expectativa por saber si padecen el Síndrome de
Estocolmo, es una de las preocupaciones más expresadas por parte de los ex
secuestrados después de la liberación. Se preguntan, reiteradamente, si algunos
de sus comportamientos durante el cautiverio y después de haber sido liberados,
corresponden a esta secuela del secuestro. Lo expresan con signos claros de
temor y remordimiento, como si de haberse presentado en ellos significara haber
sido débiles o deshonestos.
Hay
que aclarar de nuevo, que el Síndrome de Estocolmo es simplemente algo que la víctima de
un secuestro percibe, siente y cree que es razonable que sea de esa manera, sin
darle mayor relevancia a la identificación misma ni sentirla como tal.
Solamente los que lo ven desde fuera podrían encontrar irracional el que la
víctima defienda o adopte actitudes para disculpar a los secuestradores y
justificar los motivos que tuvieron para secuestrarlo.
Para
que se pueda desarrollar el Síndrome de Estocolmo los expertos del tema
aseguran que es necesario que el secuestrado no se sienta agredido, violentado
ni maltratado. De lo contrario, el trato negativo se transforma en una barrera
defensiva contra la posibilidad de identificarse con sus captores y aceptar que
hay algo bueno y positivo en ellos y sus propósitos. Si los ex secuestrados
califican las condiciones de secuestro y el trato recibido como deleznable,
impiden el desarrollo del Síndrome.
En
un secuestro, los intentos de manipulación son frecuentes, en casi todos los
casos los secuestrados fingen para poder sobrevivir. Esto se ve más claramente
al comparar la actitud que tienen con sus secuestradores durante el cautiverio
y la forma como se refieren a ellos una vez libres. Mientras estaban presos
pudieron tener actitudes amigables, sin embargo una vez fuera del riesgo de
morir, se refieren a ellos de un modo negativo y con rencor, lo cual señala que
lo expresado en cautiverio no es una identificación con los agresores sino un
anhelo de sobrevivir.
La
esperanza de vivir no solamente se expresa en los comportamientos y actitudes
condescendientes. Algunos recuren a la simulación de enfermedades o a la
dramatización de algunas ya existentes, con el objeto de manipular a sus
secuestradores para lograr un trato más considerado, o simplemente para sentir
que tienen algún control sobre la situación, y sobre ellos. Fingir un infarto,
un ataque epiléptico o exagerar una deformación física es frecuente. En
últimas, cuando el secuestrado logra el objetivo de poner en su favor algunos
sentimientos de los secuestradores y obtiene respuesta que los benefician de
esa manera, conjura la posibilidad de morir durante el cautiverio o aproxima la
probabilidad de obtener la liberación
El Origen
El
síndrome ha sido llamado de este modo desde el robo del banco Kreditbanken en
Norrmalms (Estocolmo), Suecia, que transcurrió desde el 23 al 28 de agosto de
1973. Tuvo lugar un asalto a un banco en el que los delincuentes fueron
descubiertos por la policía y retuvieron a los empleados y a los clientes que
habían sorprendido en el interior como rehenes durante varios días. En el
transcurso de ese tiempo de negociaciones, los rehenes se identificaron con los
raptores hasta tal punto que colaboraron con ellos protegiéndoles de las
acciones policiales. Además, en el momento de la liberación, un periodista
fotografió el instante en que una de las rehenes y uno de los captores, antes
de ser él detenido, se besaban y se comprometían en matrimonio. Este hecho
sirvió para bautizar como "Síndrome de Estocolmo" ciertas conductas
insólitas que demuestran afecto entre los captores y sus rehenes. En este caso,
las víctimas - tres mujeres y un hombre - defendieron a sus captores incluso
después de terminado su secuestro, que duró seis días. Mostraron también una
conducta reticente ante los procedimientos legales. Se dice incluso que una de
las mujeres secuestrada se habría comprometido con uno de los captores. El
término fue acuñado por el criminólogo y psicólogo Nils Bejerot, colaborador
de la policía durante el robo, al referirse al síndrome en una emisión de
noticias. Fue entonces adoptado por muchos psicólogos en todo el mundo.
Causas
Tanto
la víctima como el autor del delito persiguen la meta de salir ilesos del
incidente, por ello cooperan. Los
rehenes tratan de protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, en
donde tratan de cumplir los deseos de sus captores.
Los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes para evitar una escalada de los hechos. De aquí puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del delito.
Con
base en la historia de desarrollo personal, puede verse el acercamiento de las
víctimas con los delincuentes, una reacción desarrollada durante la infancia.
Un infante que percibe el enojo de su progenitor, sufre por ello y trata de «comportarse bien», para
evitar la situación. Este reflejo se puede volver a activar en una situación
extrema. La
pérdida total del control que sufre el rehén durante un secuestro, es difícil
de digerir. Se hace soportable en el momento en que la víctima se identifica
con los motivos del autor del delito.
El síndrome de
Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de
algún tipo de abuso, tal es el caso de:
- Niños maltratados
- Mujeres maltratadas
- Víctimas de incesto
- Situaciones de secuestro criminal
- Relaciones controladoras e intimidantes
- Rehenes
- Miembros de una secta de prácticas "fuertes"
- Víctimas de incesto
- Prisioneros de guerra
- Prisioneros de campos de concentración.
Meluk también señala que ha podido destacar, en las
narraciones de algunos ex secuestrados, una especie de gratitud hacia los
secuestradores, como si quisieran agradecerles el haberlos colocado en una
situación que les permitió re estructurar su personalidad y su sistema de
valores, pero ninguna de las víctimas de secuestro analizadas aquí se auto
responsabilizan de él, ni justifican los propósitos de la organización que los
secuestró, ni los defiende públicamente. El
no presentarse el Síndrome de Estocolmo indica que hay en los ex secuestrados
conciencia del daño y de la agresión de que son objeto durante el cautiverio,
que lo objetivan en los secuestradores y no e sí mismos y que rechazan asumir
como propias las razones que llevan a su secuestro.
En definitiva, para
detectar y diagnosticar el síndrome de Estocolmo, se hacen necesarias dos
condiciones, por un lado, que la persona haya asumido inconscientemente una
notable identificación en las actitudes, comportamientos o modos de pensar de
los captores, casi como si fueran suyos y por otro, que las manifestaciones iniciales
de agradecimiento y aprecio se prolonguen a lo largo del tiempo, aun cuando la
persona ya se encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado
la finalización del cautiverio.
¿En el misterio de
amar a un maltratador?
“Si
un ser querido mantiene una relación con un abusador, es difícil determinar el
resultado a largo plazo. Si la relación se encuentra en la fase inicial, pueden
terminar la relación por sí mismos. Si la relación ha continuado durante un año
aproximadamente, pueden necesitar ayuda y un plan de salida antes de terminar
la relación. El matrimonio y los hijos dificultan su salida de la situación.
Cuando la víctima decide terminar la relación, es importante que vea a sus
seres queridos como fuentes de apoyo, no como fuentes de presión, culpa o
agresión”
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