sábado, 6 de abril de 2013

Muerte y Duelo suspendido en la Desaparicion Forzada

La reacción emocional consecuencia de la desaparición forzada, tiene elementos de una reacción de duelo pero a la vez esta experiencia se convierte en traumática y lleva a los familiares a experimentar distintos eventos de re-traumatizarían que hacen cada vez más complejo el panorama de la sintomatología emocional.
Se trata de un duelo en tanto se elabora por qué un miembro de la familia ya no está y además hay elementos traumatizantes, puesto que la forma como sucede la desaparición forzada y el proceso de búsqueda, son experiencias que producen afectos masivos francamente desbordantes.

La experiencia de la desaparición forzada se caracteriza en un primer momento por la sucesión de hechos que encadenan un evento sin explicación alguna: Lo primero que deben enfrentar los familiares de los desaparecidos, es que les ha sucedido lo que nunca sucede, lo que es imposible que suceda, aunque por desgracia ahora puede ser algo posible para ciertas persona aquí en el país, esto los lleva a experimentar esta situación con un dejo mágico, que enseguida remite a los más primitivo del funcionamiento emocional.

Es por esto que esta situación se convierte en un estímulo desbordante, que impacta el aparato psíquico, produciendo una suerte de emociones, desestructurantes, pues lo imposible ha sucedido y entonces las herramientas emocionales que se han construido a lo largo de la vida no resulta funcionales, para la comprensión y afrontamiento de este evento, configurándose un trauma.

También se observa que se configura un funcionamiento emocional con una fuerte tendencia a la cronicidad, en la medida en los que los familiares de los desaparecidos, experimentan un cuadro de congelamiento de su proceso vital, para esperar al que no se sabe en dónde está.

Las personas que estructuran un cuadro de duelo suspendido o ambivalente, presenta una estructura de personalidad prodrómica que se caracteriza por dificultades vinculares, que los llevan a establecer un vinculo mantenido con un objeto ausente.

Se considera que la afectación emocional consecuencia de la desaparición forzada está compuesta por el interjuego complejo de los tres elementos: duelo, trauma y modalidad vincular.

Este artículo plantea la comprensión del duelo suspendido, como un fenómeno emocional, que es el resultado de interjuego complejo de estos tres ejes, para ofrecer herramientas al lector en el manejo de pacientes que estructuran este funcionamiento emocional.

En la práctica de intervención terapéutica se ha encontrado que el primer reto para el paciente es aceptar y entender que la desaparición, es posible y le sucedió a él o a un ser querido.

Dado que los hechos abren el espectro de posibilidades ampliamente, entonces los familiares comienzan a pensar que todo es posible y plantean la hipótesis de lo sucedido, en las que el campo del pensamiento mágico se valida y además las experiencias de horror también, lo que nuevamente se convierte en traumático en sí mismo.

La distorsión del criterio de realidad es muy importante, por lo que se abre el espectro y se considera natural la psicosis, o la estructuración de un delirio, que se encapsula, bajo la afirmación: “nadie me va a entender” y “es que a uno, cuando se habla de familiares de desaparecidos cualquier cosa le abre los caminos de la esperanza”.

La afección emocional, llega al punto de la Psicosis alucinatoria de deseo (Freud, 1915), por lo que los familiares comparten estas experiencias y las convierten en “soluciones” a su profundo dolor emocional, validándose de manera explícita la difusión del criterio de realidad; cuando se trata de un mecanismo primitivo, que refleja el carácter regresivo y masivo de la afectación, que incluye la des-estructuración del aparato psíquico y no un hecho parte de la cotidianidad.

El trauma, entonces se observa con síntomas como miedo, hiperactividad  y desbordamiento emocional, esto produce un bloqueo en las funciones superiores, que se evidencia en la rumiación de ideas, dudas obsesivas y en la imposibilidad de responder asertivamente a los eventos, todo esto como resultado de un mecanismo obsesivo de emergencia, al que acude el aparato psíquico, para controlar el desbordamiento emocional, que no resulta efectivo y que va agudizando la sintomatología.

Al aceptar, la persona logra contener el dolor y el miedo, abandonando las respuestas primitivas de tono psicótico, que debilitan su criterio de realidad y además se armoniza, frente a los afectos producidos por el evento traumático, dejando de lado los mecanismos de afrontamiento obsesivos.

En los familiares de desaparición forzada, dar este primer paso y aceptar, puede tomar años, dependiendo de la estructura emocional de base y de la forma como se dieron los hechos. Es difícil aceptar la desaparición forzada, está ligada a una remota fantasía de muerte o de secuestro.

Es importante aclarar que aceptar que la desaparición sucedió, no quiere decir que el familiar esté muerto, es así como surge otro gran reto, que es elaborar el duelo por la ausencia, no por la muerte, porque no hay elementos de realidad que permitan hacer esta elaboración, pero si hacer el duelo porque el otro no está.

"La característica central de este duelo es la ambivalencia, se refiere al tono afectivo propio de una relación objetal en la que se experimenta amor y odio a la vez, como opuestos, de tal manera que en la relación coexisten el amor y el deseo de destruir al objeto a la vez; la necesidad de alejarse del mismo y el deseo de retenerlo al tiempo" (Fenichel, 1984).

"Esta configuración vincular regresiva es característica del duelo suspendido, de los casos de depresión y de las adicciones, la ambivalencia surge y persiste porque se está tramitando una decepción primitiva, con respecto a uno de los objetos internos, por lo que la persona a través de la represión o de una formación reactiva está conteniendo la agresividad y el deseo de venganza contra el objeto idealizado que ha producido esto" (Fenichel, 1984).

Entonces se observa un congelamiento espacio–temporal que permite a los familiares, mantener vigente el vínculo con el objeto desaparecido y esperar.

Las personas para mantener vigente este vínculo, hacen un reencuentro en la fantasía, por medio de la construcción de hábitos como ver y hablar con fotos, oír grabaciones, mantener intactos los objetos personales, como si el familiar estuviera ahí, etc. Todo esto para evitar el olvido del familiar desaparecido y alimentar la permanencia del objeto interno.

En conclusión se considera necesario hacer una valoración inicial, en los casos de Desaparición Forzada, en la que no solo se exploren los hechos en torno al delito, sino que además permita hacer un bosquejo general de la modalidad vincular del paciente, anterior a la desaparición forzada, de origen primitivo.

Esta valoración inicial tendría el objetivo de plantear una impresión diagnóstica alrededor del duelo, del trauma y además alrededor de la estructura de personalidad de quien lo experimenta, haciendo énfasis en su modalidad vincular. Esto para diseñar un tratamiento potente, que entrada contemple la salida de la situación ambivalente.

El otro propósito de este nivel diagnóstico, es permitirle al consultante visualizar, en la medida que la afectación emocional por el duelo se lo permita, el duelo en el contexto de su vida, y así iniciar el proceso de estructuración de la consciencia de enfermedad, de tal manera que se apuntaría a reducir el tiempo del tratamiento.

Por otro lado se puede concluir que el duelo suspendido, al interior del proceso terapéutico, pasa por varias etapas de elaboración así:

1. Experiencia traumática: La forma como se da la desaparición forzada, lleva a los familiares a experimentar lo que nunca sucede, la situación en si misma se convierte en un estímulo desbordante, que impacta el aparato psíquico, produciendo emociones desestructurantes, porque las herramientas emocionales que se han construido a lo largo de la vida no resultan funcionales, para la comprensión y afrontamiento de la desaparición forzada.

La experiencia traumática, que ha sido vivida como de muerte, se convierte en un recuerdo profundamente enraizado, de características siniestras, que lleva a experimentar la sensación simbólica de estar atrapados y sin salida, de tal manera que el sentido de la vida se va diluyendo hasta llevar a la persona a un empobrecimiento marcado, que se convierte en la experiencia de no vivir: sin tiempo, ni espacio: “en el tiempo de dios”, porque la experiencia de vida produce terror.

2. Aceptar: Es entender que la desaparición, con ese tono mágico, es posible, y le sucedió a él. Esto quiere decir que la persona logra contener el dolor y el miedo y poco a poco, al ir elaborando, pasa a aceptar. Hasta este momento la búsqueda es intensa, pero al aceptar que hay una desaparición forzada, los familiares comienzan a esperar.

3. Idealizar para Esperar: Aceptar que la desaparición sucedió, y que la persona no está, no quiere decir que el familiar esté muerto, porque no hay elementos de realidad que permitan hacer esta elaboración, pero si hacer el duelo porque el otro no está.

Inmediatamente el aparato psíquico, busca ofrecer una salida intermedia al dolor, para modularlo y así manejar la pérdida, por lo que intenta recobrar el objeto, activando las identificaciones, favoreciendo la idealización, para fantasear que aún está presente.

Esta dinámica descrita, se vuelve circular, dándose periódicamente un reencuentro fantasmático, que reedita la relación y mantiene vigente al objeto desparecido.

Se da una adaptación individual y familiar a la ausencia, no reemplazando al desparecido, sino creando un orden en el día a día que permite guardarle el espacio. Y se condiciona la solución a su dificultad emocional a la aparición del desaparecido.

4. Duelo Suspendido: se da un congelamiento espacio temporal que le permite a los familiares, mantener vigente el vínculo con el objeto desaparecido.

La ambivalencia encubierta por la idealización es exuberante, evidenciándose un bloqueo en todas las esferas de la vida y apareciendo gran variedad de síntomas somáticos, que expresan simbólicamente la rigidez del síntoma. "Esta etapa puede durar todo lo que le queda de vida al familiar del desaparecido".

5. Caída de la Idealización: El sobreviviente comienza a reconocer a la persona perdida, como alguien humano con aspectos buenos y aspectos malos, experimentando desilusión, del mismo monto que la idealización, lo que hace que nuevamente se vivencie una relación objetal fraccionada, en la que la espera pierde vigencia, dado que no vale la pena tanto esfuerzo, por un objeto denigrado.

6. Consciencia de Enfermedad: Se pone en duda la adaptación emocional creada en la que el deseo se suspende en espera del regreso, y aparece la consciencia de enfermedad, el darse cuenta de lo bizarro del proceso de adaptación creado, frente a la desaparición forzada.

"La persona se da cuenta de que su eje de vida gira alrededor del desaparecido". Por primera vez aparece la necesidad de resolver el problema emocional que se enfrenta, de no sufrir más por el duelo.

7. Trabajo de Duelo: Aparece un fuerte dolor emocional, ocasionado por el vacío interior que se experimenta, como consecuencia de “la muerte” del objeto idealizado, pues es en este momento en que el sobreviviente experimenta que realmente comienza la despedida.

Esta despedida implica la consciencia de que así aparezca el desaparecido, la vida no va a volver a ser igual.

Es quizá este el momento más doloroso del proceso, dado que el vacío se experimenta como la pérdida de un órgano vital, al punto que las personas sienten que no van a sobrevivir a tal dolor.

8. Re-edición de la Modalidad Vincular de Base: Al pasar un periodo de desidentificación con el objeto perdido, se libera energía psíquica que hace posible, hacer consciencia de la dinámica emocional propia que sirvió de soporte para la construcción de un duelo suspendido, activándose entonces uno de los aspectos fundamentales del duelo que es la re-elaboración de la modalidad de apego, de la capacidad vincular y de la herida primitiva que llevó a favorecer esta espera en el vacío.

Es por esto que este objeto adquiere una gran carga libidinal en el sentido de que para convertirse en un objeto interno, requirió ser cargado transferencialmente y esto lo llevó a suplir el vacío constitutivo con que el sujeto contaba de manera estructural antes de conocerlo.

Esto quiere decir que este objeto, pasó a ser muy importante libidinalmente, porque le permitía o le permitió al desaparecer, a la persona suplir sus vacíos o dolores emocionales provenientes de sus vínculos primitivos.

9. Volver a Empezar: Se recupera el interés por el mundo externo, por construir la vida y la situación de estar suspendido cesa.

La persona dispone de energía psíquica para crear nuevos vínculos con otras personas y actividades.
Es así que al darse este giro y re-composición en la estructura de base, se abre el espacio para la última etapa del duelo que es volver a empezar.

Volver a empezar implica que hay una transformación en el funcionamiento emocional de base y la persona inicia con una sensación de un comenzar de cero, frágil y desorientado, por lo que se corre el riesgo de que se presente una identificación con la victimización y la persona continúe deprimida permanentemente.Sin embargo en general el proceso terapéutico en este punto se descentra y el volver a empezar fluye.

Para terminar es importante entonces entender que la elaboración de la desaparición forzada de un familiar, se convierte en una oportunidad de morir, para nacer, pues al morir se gana conciencia y se nace nuevamente a una vida con mayor claridad, amor, compasión y conciencia.

Alrededor de la muerte se puede integrar la triada de mente, emoción y cuerpo, a favor de la integración que lleva a una conciencia mayor, que nos hace responsables desde lo que elegimos como humanos del devenir de todos nosotros hoy y mañana y además capaces de aportar conciencia y voluntad a favor de la armonía.

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