Cuando hablamos de
niños asesinos el asunto toma doble importancia ya que pareciera incomprensible
que un menor sea capaz de terminar con la vida de otro ser humano.
Son agresivos, impulsivos,
desafiantes, dominantes, mentirosos, calculadores e insensibles al dolor humano
y sin proyección de vida. Comúnmente demuestran
que sienten total desprecio por la vida humana. Irresponsable con las normas y obligaciones
sociales e incapaces de sentir culpa por conductas antisociales. Suelen tener
un egocentrismo muy marcado y claras deficiencias de empatía y en su control. Se
considera el centro del mundo, que aprende a ver a los demás como meros
instrumentos para satisfacer sus deseos. No toleran la frustración y no están
acostumbrados a esforzarse para resolver los problemas, tienen brotes de ira
cada vez más frecuentes, que acaban en un estado de descontrol y al final, de
violencia.
Las personas con
trastorno psicopático, o psicópatas, suelen estar caracterizadas por tener un
marcado comportamiento antisocial, una empatía y remordimientos reducidos, y un
carácter desinhibido. Es impulsivo, violento e incapaz de entablar relaciones
afectivas duraderas, sin olvidar que goza con el dolor, no siente culpa y puede
ser adicto al alcohol y drogas.
Causas
No existe evidencia
real sobre las posibles causas del trastorno de personalidad antisocial, sin
embargo, se cree que factores genéticos y ambientales, como el maltrato
infantil o abuso infantil, contribuyen a su desarrollo. "Ver causas y bases neurobiológicas". No se debe hablar de causas sino de factores de
riesgo. En lugar de afirmar que este tipo de conductas están producidas por
unas causas concretas, habría que decir que hay una serie de factores que
pueden favorecer o precipitar su aparición Las personas de padres antisociales
o alcohólicos corren mayor riesgo. Los hombres han resultado más afectados que
las mujeres.
Las conductas
antisociales son muy amplias y varían de unos niños a otros aunque tienen en
común conductas violentas y oposicionistas. Desde niños, infringen reglas
sociales, suelen presentar comportamientos agresivos, manifestaciones de ira y
rabia continuadas, no aceptan someterse a las normas, la mayoría tiene
problemas escolares tanto con respecto a la conducta como en lo que se refiere
al rendimiento, absentismo escolar, tienen escasas habilidades sociales, dificultades
a la hora de resolver problemas, etc. Es muy probable que se
comporten de manera ofensiva, mientan, roben, se peleen, cometan agresiones
sexuales, no muestren consideración hacia los demás y tengan actitudes
resentidas. Esto les suele llevar a ser vengativos y a involucrarse en peleas y
enfrentamientos que pueden llegar a ser muy peligrosos.
Las personas que tienen
por costumbre prender fuego, maltratar a los animales e incluso perder el
control del esfínter uretral durante la infancia están ligados al desarrollo de
la personalidad antisocial. Cuando el niño mata con ensañamiento, está
manifestando en ello un deseo inconsciente de destruir la imagen que tiene de
sí mismo como ser vulnerable, buscando así librarse del sentimiento que tiene
de ser una víctima. Otra situación interesante es la que se da con la
humillación, cuando un niño es humillado, frecuentemente se dispara en él
un mecanismo psíquico que le lleva a ver en los demás la causa de todos sus
males y esto, desde luego, va haciendo que se acumulen deseos de venganza,
aumentando la probabilidad de que el niño busque hacer daño, ya que eso
equivaldría a atacar la fuente de sufrimiento.
Para que una acción
acabe en un homicidio se requieren dos tipos de componentes: de personalidad y
de oportunidad. En los niños, y en estos casos no hay intencionalidad de matar.
Lo que sucede es que, en una situación emocional determinada -de celos, por
ejemplo- se encadena una serie de actos que pueden incluir la violencia, y que
si se dan ciertas circunstancias pueden acabar en un homicidio. En la violencia
infantil, los componentes de oportunidad son muy importantes. Además de
oportunidad, en muchos homicidios infantiles hay también elementos de imitación.
Se ha determinado que
el abuso infantil sea cual fuere el tipo y la gravedad del este, no determina
que la víctima se convierta en un futuro en un asesino serial, sin embargo la
mayoría de los asesinos seriales culpan a sus padres sin embargo las
acusaciones son exageradas en gran medida, muchas veces influenciados por las
preguntas dirigidas a este tema que realizamos nosotros los psicólogos y que en
ocasiones son aprovechadas de manera
deliberada por el criminal quien por lo general es sumamente inteligente para
causar lastima o atenuar sentencias.
Aun así hay casos en
que "la crueldad de los padres si ha sido algo terrorífico para el niño, que
después se convirtió en asesino", van desde madres sobre protectoras o
totalmente distantes, padre o madre alcohólica, madres santurronas reprimidas
sexualmente o pervertidas, padre o madre golpeadores y padres misóginos, no
puede faltar el fanatismo religioso o padres que imponen disciplina de manera
por demás violenta.
No todos los niños
asesinos viven en ambientes degradados, pero en la corta biografía de muchos de
ellos aparece un elemento en común: abandono y malos tratos. Abandono, pobreza,
carencias emocionales y malos tratos son ingredientes comunes de muchas de
estas tragedias. Pero miles de niños viven en esa misma situación y no se
convierten en homicidas. ¿Por qué ellos sí? Un niño maltratado puede llegar a
ser un maltratador si queda atrapado en la telaraña del sufrimiento. No es, ni
mucho menos, una ley inexorable.
Los mecanismos del
cerebro humano son un gran misterio que justo ahora comienza a desvelar sus
secretos. Uno de los más interesantes es cómo afectan los impactos emocionales
de la vida en la estructura mental que heredamos en nuestros genes. Los
estudios muestran que determinadas condiciones de vida pueden llegar a alterar
las estructuras cerebrales que controlan los impulsos. Es decir, que una situación
de maltrato reiterado puede dejar huella en el cerebro del niño, todavía en
fase de maduración.
Pero también hay casos
de violencia extrema inexplicable de niños o adolescentes que no pertenecen a
una familia desestructurada ni han sido víctimas de violencia. El 54% de los
homicidas presentaba algún tipo de trastorno de la personalidad o conducta
antisocial y otro 4% había actuado bajo los efectos de un brote psicótico, es
decir, un trastorno mental severo que anula la voluntad. Pero el restante 42%
eran chicos aparentemente normales que vivían en familias también aparentemente
normales. (cifras de porcentajes no actuales) es decir que el 4% de los niños y adolescentes homicidas había
actuado bajo el efecto de un brote psicótico (una situación de delirio y
desconexión de la realidad causada por una enfermedad mental grave). Pero había
otro 54% que presentaba síntomas de algún tipo de trastorno mental. Sabían
desde luego lo que hacían, pero su conducta era anormal. "Básicamente se
podían distinguir cuatro tipos de trastorno: de la personalidad, antisocial,
antisocial precoz persistente y psicopatía".
La violencia, ¿se hereda o se aprende? Desde luego, se hereda
parte y también se aprende. Lo que no está claro es en qué proporción se
combinan ambos factores en cada caso. Si un niño tiene un
temperamento proclive a la violencia y nadie le pone límites desde muy pequeño,
las posibilidades de que la educación pueda llegar a modular su comportamiento
son cada vez menores. Pequeñas transgresiones que no se han controlado a los
tres años pueden dar lugar a una conducta incorregible a los 10. "La
mayoría de los niños pequeños pega para conseguir algo, pero la mayoría de
ellos aprende que la agresión física no es una conducta tolerable. Empiezan a
aprenderlo en la guardería y cada vez pegan menos, hasta que dejan de
hacerlo".
En los niños violentos
estos elementos de control social no han funcionado. Son niños que pueden
llegar a la adolescencia sin haber tenido un buen desarrollo moral, sin haber
aprendido a diferenciar lo que está bien de lo que está mal, y a decidir, en
caso de conflicto, el mal menor. Eso es algo que se aprende con la educación,
pero muchos niños no han tenido la oportunidad de recibirla o son especialmente
resistentes a ella, con lo que pueden caer en conductas antisociales y
violentas, de las que su propia familia puede ser la primera víctima.
¿Se puede hablar de
psicopatía en el caso de los niños? La psicopatía es un trastorno de la
personalidad, y ésta no acaba de madurar hasta el final de la adolescencia,
aunque es difícil establecer límites precisos porque es un proceso. No se puede
hablar de psicópatas hasta los 18 años: "Antes de esa edad podemos hablar
de trastornos de la personalidad o personalidad inmadura, pero no de
psicopatía".
Sin embargo, una
contradicción: "Muchos psiquiatras consideran que sí se puede hablar de
psicopatía en menores. El problema es que la psicopatía no afecta a la voluntad
-el agresor sabe lo que hace-, pero la legislación considera que los menores,
hasta cierta edad, son irresponsables, y ahí tenemos un lío". A partir de los ocho
años de edad se pueden detectar los niños con un desequilibrio de este tipo. Los
responsables de su diagnóstico y tratamiento somo nosotros los psicólogos y psiquiatras.
En todo caso, lo que sí
hay es elementos temperamentales que podrían favorecer las conductas violentas.
Básicamente son tres: dureza emocional, impulsividad y ausencia de miedo.
La dureza emocional
implica que son niños que se conducen siempre con una cierta frialdad. Niños
que no muestran empatía, que no se conmueven ante el dolor de los demás. En un
ambiente de malos tratos, carencias emocionales y falta de cuidado, muchos
niños aprenden a inhibir las emociones, a no sentir miedo, o rabia, o soledad
como un mecanismo de defensa psicológica. Si no sienten, no sufren. Otras
veces, esa insensibilidad forma parte del temperamento del niño, y con
frecuencia se expresa maltratando a los animales.
En segundo lugar,
niños con un alto nivel de impulsividad y atrevimiento. Siempre están bordeando
los límites, siempre al filo del precipicio. Tienen muchas dificultades de
autocontrol. Y esto se combina con el tercer elemento: la falta de miedo, una
cierta incapacidad para comprender o visualizar los efectos de las acciones que
emprenden. El elemento más preocupante es que en estos niños, el castigo no
sirve de nada. Ni el castigo físico, ni la amenaza, les produce el más mínimo
impacto. Impasibles a los pleitos, suelen sufrir frecuentes accidentes.
En los casos de
comportamiento violento suelen darse, con mayor o menor intensidad, los tres
elementos. Si además se añade una capacidad cognitiva limitada, el riesgo es entonces
muy alto, porque cuando se presenta una situación de conflicto pueden
resolverla de la peor manera posible.
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