Sentimiento de
inquietud, temor o intranquilidad que se tiene por una persona, una cosa o una
situación determinada. Cuando surgen problemas, es habitual sentirse
preocupados. La preocupación está considerada como el modo de intentar buscar
soluciones para aquello que supone obstáculos o proyectos a realizar en nuestra
vida.
Sin embargo, la
preocupación también forma parte de los síntomas del trastorno de ansiedad
generalizada, y puede generarlo. Esa dicotomía, convierte un mecanismo
defensivo de nuestra mente (la preocupación) en algo patológico que hay que
evitar.
La preocupación se
vuelve una constante del individuo, que teme desastres futuros por cualquier
circunstancia puntual o, incluso, imaginaria. La persona teme continuos
problemas, o el aumento de ellos, e intenta prevenirlos desarrollando una
actividad cognitiva en la que aparece la preocupación patológica, es decir, la
ansiedad crónica. Generalmente, sus temores no se ven cumplidos, pero su
intolerancia a la incertidumbre le hace seguir temiendo lo peor ante una nueva
situación hipotética.
La preocupación
patológica
La preocupación es una
reacción automática para resolver nuestros problemas, pero se convierte en
patológica cuando nos preocupamos por sucesos de baja probabilidad o damos
vueltas a los problemas sin resolverlos nunca. Puede ser debido a que no
aceptamos la incertidumbre inherente a la vida o porque preocupándonos nos
justificamos de no resolver un problema y así rebajamos nuestra ansiedad.
Finalmente nos llegamos a preocupar por estar preocupados.
El hecho de que se haya
identificado como el elemento característico para el diagnóstico del trastorno
de ansiedad generalizada ha disparado los estudios sobre ella, sobre todo en
los últimos 20 años. Ello ha permitido entender algunas de sus características
y plantear alternativas que abren nuevas perspectivas en el tratamiento
cognitivo conductual de ese trastorno.
La preocupación
aparece, en general y sin que se pueda considerar patológica, como un intento
de resolver un problema que amenaza fijando un curso de acción adecuado y se
convertirá en problemática cuando no llegue a buen término su función. Cuando
detectamos la presencia de un problema, comenzamos de inmediato su
afrontamiento. Si las circunstancias lo permiten, nos ayudamos del lenguaje interno
(pensamiento) para resolverlo. Nuestro lenguaje nos sirve para simular nuestro
comportamiento futuro y prever sus consecuencias sin necesidad de actuar.
Comenzamos a planificar nuestra reacción y la preocupación surge dentro del
proceso cognitivo que tiene como función determinar el curso de acción más
conveniente para nosotros. Por tanto, la preocupación aparece asociada a la
planificación de nuestras acciones y como tal entra dentro de la normalidad más
absoluta y se puede estudiar junto a otras conductas de planificación en el
contexto de la toma de decisiones y la resolución de problemas.
"La
preocupación se incluye en la actividad cognitiva que prepara la reacción al
peligro, por tanto, la preocupación asociada a la ansiedad es un factor que
interviene en el enfrentamiento de cualquier amenaza y por eso se puede
detectar frecuentemente en cualquier persona y como un elemento relevante en
todos los sujetos que presentan un trastorno de ansiedad".
Cuando se piensa de
forma rígida que la preocupación es buena y que hay que implementarla en todo
momento, porque es imprescindible para resolver problemas o para evitar
amenazas, aparece la preocupación de tipo 1. La persona inicia el desarrollo de
planes de acción hasta que encuentra uno que le satisface. La forma de saber
que le satisface es cuando siente o bien que es capaz de afrontar el problema o
bien que ha contemplado todas las alternativas posibles; pero estos criterios
suelen ser arbitrarios o supersticiosos. La persistencia y repetición de este
proceso es la causa de que se implante una preocupación patológica. Finalmente
se llegan a activar las creencias negativas, como considerarla incontrolable o
dañina para el cuerpo o la mente de las personas, con lo que se dispara la
preocupación tipo 2. En este caso se establece la meta-preocupación, ya que se
llega a estar preocupado por el hecho de estar preocupado, se cree que la
preocupación puede volver loco o llevar a hacer locuras, o a causar un estrés
tan grande que produzca finalmente una enfermedad física.
La creencia en que la
preocupación es dañina se confirma a sí misma. En efecto, el análisis de la
situación confirma las previsiones, porque uno comprueba que cuando se
preocupa, su cabeza da vueltas y su nivel de ansiedad es muy grande lo que le
hace temer por su salud pero la primera alternativa que toma es preocuparse
para encontrar la solución a su malestar, para asegurarse de que no le va a
pasar nada, se establece así un círculo vicioso que incrementa la ansiedad y la
creencia en la malignidad de la preocupación que se siente como incontrolable.
También la preocupación
como afrontamiento de los problemas dentro de la normalidad está asociada a
creencias de que es positivo preocuparse, puesto que colabora en la solución. Sin embargo la preocupación patológica no reduce la
probabilidad de resultados negativos ni aumenta la probabilidad de un
afrontamiento exitoso ni es efectiva para resolver problemas concretos. Pero
las personas con trastorno de ansiedad generalizada se preocupan de sucesos con
baja probabilidad y lo hacen de forma continuada. Como cuando se preocupan no
ocurren los sucesos temidos, debido en realidad a su baja probabilidad, se
refuerza la preocupación y la creencia en su eficacia. Es una confirmación
supersticiosa, porque la no ocurrencia del suceso no está relacionada con
preocuparse o no. Por ejemplo, cuando se preocupan con el objetivo de conseguir
reducir la probabilidad de un accidente, como el accidente no ocurre, se
refuerza la conducta de preocuparse.
Quien se preocupa
patológicamente ve los pensamientos como sucesos reales en lugar de
considerarlos como sucesos internos que no tienen necesariamente que reflejar
una realidad objetiva. De esta forma, una amenaza pensada se convierte en real
en lugar de ser solamente un pensamiento, y en consecuencia se establece el
objetivo de eliminarla, evaluándola e intentando establecer estrategias y
conductas para reducirla, acabar con ella o vigilarla, como si fuera totalmente
real. Se ha dejado a un lado el funcionamiento meta-cognitivo que permite que
se vean a los pensamientos como procesos que se tienen que evaluar y
contrastar. Funcionar en modo cognitivo supone que la persona toma una
cierta distancia de sus pensamientos y creencias, que no se consideran
obligatoriamente como una representación verdadera de la realidad.
Tratamiento
La preocupación es
controlable, el objetivo para solucionar el problema sería potenciar el modo
cognitivo de pensar de forma que se pudieran evaluar los pensamientos,
contrastar su realidad, suspender la preocupación o redirigir la atención a
sucesos más probables. Funcionando en un nivel cognitivo se conseguiría tener
un conocimiento más estructurado y desarrollar planes nuevos y efectivos y
sería menos probable caer en una preocupación patológica. Si estamos
preocupados, la tensión muscular aumenta, la mente se bloquea- creyendo más en
los pensamientos negativos que enfocando sobre las posibles soluciones- y el
creciente negativismo genera ansiedad.
Por eso, lo mejor ante
la preocupación es quitarle poder de convicción a ese arquetipo mental del
miedo. Actuar en vez de reaccionar. Pensar en lo que podemos hacer para
enfrentar la situación paso a paso, y seguir esos pasos a uno por vez, sin
adelantar acontecimientos. Eso es “ocuparnos” del problema, y no solo
“pre-ocuparnos”.
- El tratamiento cognitivo conductual plante como objetivo abordar los síntomas cognitivos y fisiológicos
- Controlar los pensamientos empleando un método de entrenamiento en atención que nos ayude a tomar distancia de ellos.
- Desarrollar una conciencia plena para no rumiar.
- Incrementar la conciencia plena para aumentar la creatividad.
- Aceptación de las sensaciones propias.
- Meditación para conseguir la conciencia plena
- Vivir en ahora: Precisamente porque no podemos acertar en nuestros pronósticos sobre el futuro, lo más conveniente es prevenir y actuar donde únicamente podemos: el momento presente. Es inútil y contraproducente dejarse llevar por los malos presagios o cualquier tipo de pensamiento negativo. Solo nos frenan.
Es importante comenzar
a recapacitar si realmente vale la pena preocuparse por tantas cosas que tal
vez tienen una importancia relativa, ser capaces de aprender a jerarquizar las
prioridades y a reconocer y renunciar a mandatos internos que los obligan a
ocupar la mente inútilmente, dejando de lado experiencias presentes que jamás
se repetirán y que pueden ser mucho más importantes. Dar los pasos
convenientes hacia una resolución positiva, manteniendo la calma y sin agobiar nuestra mente por hacer caso de malos
presentimientos o temores innecesarios, no es solo saludable sino efectiva.
Evidentemente, hay que desterrar de nuestra estructura mental el preocuparse y
sustituirlo por el ocuparse cuando el obstáculo surja, no antes de tiempo.