Si queremos entender al
mexicano debemos entender muy bien su historia. México es una gran nación que
se fortalece diariamente con el esfuerzo, trabajo y dedicación su gente. Es un
país fuertemente influenciado por la religión, mestizaje y por una difícil y
lamentable historia. Al hablar de México vienen a la mente sus ríos, cañadas,
valles y montañas, sus centros turísticos, sus pueblos y ciudades, que hacen de
México el país más hermoso del orbe de la creación. El mexicano es una persona
muy peculiar desde lo psicológico y lo social, su personalidad encierra un sin
número de interrogantes.
Es la tierra que
albergó a los pueblos: mixtecas, zapotecas, toltecas, olmecas, mayas,
totonacas, teotihuacanos, chichimecas, mexicas, entre otras culturas
establecidas durante el período preclásico mesoamericano.
El mexicano, es
creativo, tiene habilidad posee un especial y exclusivo sentido del humor que
le permite burlarse de los demás e inclusive, burlarse y reírse de sí mismo. Los
mexicanos intentamos elevarnos hasta llegar a algo definitivamente estable que
nos libere de la inestabilidad y que nos garantice la plena existencia. Por eso
invocamos a Jesucristo y por eso pedimos la intercesión de nuestra Virgen de
Guadalupe y de los santos. Cada mexicano en el mundo tiene complejo de ansiedad
porque tiene la capacidad de ser santo o pecador, más allá del macho mexicano.
6 rasgos comunes que
trazan al mexicano
*caprichoso
*irracional
*hipersensible
*sin plan racional
alguno
*naturaleza explosiva
*pasión desmedida.
Los rasgos paranoides
(desconfianza) e histérica (manipuladora) son frecuentes en sociedades pobres,
incultas y donde el sentimiento de culpa es herramienta común, por desgracia en
México existen estos elementos con una intensidad mayor de lo deseable. El mexicano suele ir hacia el extremo límite de todos sus sentimientos, con una
seriedad afectiva total. Puede apasionarse por cualquier cosa, de modo súbito e
insospechado. Se enciende como un cohete y su intensidad emotiva sube hacia lo
alto por largo tiempo. Por un solo minuto de fervor o de menos precio, queda en
la gratitud o herido y blindado en su rencor. Digámoslo sin reticencias: el
mexicano es ilimitadamente vulnerable.
Es un hipersensible,
porque sufre una angustia secreta que roe su aprensivo corazón y lo repliega
sobre sí mismo. Como se haya situado en ese mar de incertidumbre que es México,
y sitiado por el riesgo de amenazas que no logra localizar, se abisma en la
inseguridad al experimentar vivamente su contingencia, y se pone una máscara, de
indiferencia, de impasibilidad, de "vale madrismo", si queremos
utilizar la expresión popular. Es una disfrazada congoja que reaparece bajo
cien más caras diversas.
La pobreza, la
enfermedad, el desempleo, la corrupción, la deuda externa son los peligros
reales que generan una natural intranquilidad. Pero en vez de combatir los
peligros reales; el mexicano adelanta su congoja, se auto-tortura y refleja
sobre la circunstancia del desasosiego. Ve precipitarse sobre México los mismos
fantasmas que ha forjado su inseguridad paroxística. Presentimientos,
turbaciones y fobias le agobian. Afligido y desconcertado, busca una nueva guía
de perplejos, cuando no se sabe refugiar en su religión, y se mantiene,
entretanto, en su estado dubitativo, irresoluto, sugestionable, introspectivo.
Yo diría que el mexicano medio es un introspectivo emotivo, escrupuloso, obsesivo
con frecuencia. Lo maravilloso es que su estoicismo, su capacidad de
sufrimiento, le impida agotarse en ese combate desigual y abrumador contra
gigantes desconocidos. Como el universo de Kafka, el mundo del mexicano es
impreciso, ambiguo. Pero ante esa especie de ilimitación hostil el mexicano
está dispuesto a no sucumbir. El pavor supremo de su espíritu, y la turbación
elemental de su carne, en terrible amalgama, es la prueba más tremenda a que
puedan ser sometidas las fuerzas del hombre. Y el mexicano pasa la prueba, la
resiste siempre y, a veces, la vence. No encuentro más que una sola explicación
para superar esta prueba acuciante, cruel, despiadada: nuestro estoicismo
cristiano.
El mexicano tiene temor
a lo desconocido y a las decisiones exigidas por la incesante adaptación a una
vida incierta y riesgosa, pero este temor está dominado por el estoicismo
cristiano. El mexicano actúa por un sentimiento vivo; extinguido este ardor, su
acción se agota y se desploma por sí misma. En su impulsividad suele haber una
generosidad irreflexiva, arrebatos del corazón, extenuación del sentimiento. Está listo para arriesgarlo todo, hasta su vida. Pero muestra cierta
incapacidad de sacrificar lo más cercano a lo más remoto. De ahí nuestro bajo
coeficiente de puntualidad.
Aunque el mexicano es
sumamente cortés-cortesía suave, no puede contener por entero al fuego, que
arde en él. Impaciente ante el obstáculo de la circunstancia y la contradicción
verbal, pronta a la injuria y prolongada en el rencor, propensa a cóleras breves y virulentas a
gestos atropellados e impetuosos, a risas nerviosas y sarcásticas y al
fanatismo político, cuando logra sacudir su apatía. En el registro de la
hipérbole y de la explosión, el mexicano dispone de un nutrido repertorio. La
educación modera los raptos de frenesí, pero no suprime alguna válvula de
escape.
El mexicano es
especialmente sensible a la presencia de los extraños. Susceptible a toda
incitación, expuesto ante la mirada de los otros, tiene un agudo sentido del
ridículo y se integra en el gran contingente de los tímidos. Busca calor
cordial con los circunstantes, comunión y entre fácilmente en ella, porque no
le gusta la soledad. Por eso, abunda el compadrazgo y el comadreo. El compadre
y la comadre son vínculo de cohesión, medio de identificación colectiva. Gusta
seducir a los que se encuentran en acorde consonante con su cosmovisión,
mientras desecha sutil, o enérgicamente, a quienes muestran una disonancia.
Entre su generosidad
innata y su egocentrismo hiperemotivo se establece una tensión bipolar, contra
puntual. Se entrega con vehemencia, se ofusca en su pasión, exagera y miente en
la estrechez emocional del campo de su conciencia. Por ser sensible, es
artista, hacedor de realidades más expresivas más conmovedoras o engalanadas.
La emotividad no eroga
al mexicano ningún empobrecimiento intelectual. Cierto que las conmociones
sentimentales reiteradas pueden disgregar con sus embates a las síntesis mentales
a la objetividad a la atención concentrada. El mexicano abandona completamente
lo que no le interesa-las matemáticas o la observación científica por ejemplo-y
considera con displicencia los aspectos que le son indiferentes o de sagradables.
Pero cuando logra romper el bloqueo mental, Son notables las dotes del mexicano
para la inteligencia intuitiva y la imaginación concreta. En todas aquellas
operaciones que existe más penetración que amplitud, el mexicano destaca sobre
los demás. Las resonancias de su choque afectivo son propicias a la vida
artística y a la tragedia.
La fantasía del
mexicano es riesgosa, la vieja norma de la sensatez debe ser impuesta, desde
hoy temprano, en este pueblo emotivo. De otra suerte caeremos en la tiranía de
la enervación, en la inconstancia y en la susceptibilidad exagerada. Cuando la
educación no robustezca al escepticismo, surgirán en México las cualidades más
aptas para abrir el corazón a la caridad.
Las ramas maestras del
árbol caracterológico mexicano se insertan en la raíz emotiva. La realidad, la
cruda realidad cerca de frente al mexicano, es muy difícil la lectura de los
sentimientos reales del mexicano. En su mirada taciturna puede arder una llama
de un fuego interior que le consume sin exteriorizarse. Desde niño aprende a
refrenar sus sentimientos ¡los hombres no lloran!, le dice, en tono severo el
padre. Como buen introvertido, el mexicano lleva la marca del predominio de la
vida subjetiva. Encarcela a su emoción, y ahí en el cautiverio, la discurre, la
saborea, la recapitula la matiza y la madura. Nada se trasluce por el momento.
Pero la tensión inestable puede estallar en el momento en que menos se piensa.
Carácter meditativo,
reservado, vacilante no se entrega fácilmente a los abandonos espontáneos al
examen de los otros. Su acción se contiene por cierto temor a los objetos. Su
observación desafiante le retrae y le demora. Gestos quebrados, bruscos,
refrenados, con un coeficiente de ironía dejan ver su timidez y su
introversión. Confía en sí mismo, pero es irresoluto en la acción. Posee mayor
comprensión y hondura intelectual que el extrovertido, pero menor capacidad de
adaptación y de modificación a las circunstancias. Cuando abre el cerrojo a su
soledad puede tomarse, cáustico y amargo, rígido y confiado. Enfrascado en sí
mismo, es natural que tienda al secreto y al aislamiento. Se forma ilusiones
porque el mundo exterior lo conforma -o lo deforma-a la medida de sus deseos.
Propios y extraños se dan cuenta de que su cólera agresiva y vengadora estalla
periódicamente al menor pretexto inmediato. Intuitivo, soñador, artista, el
mexicano tiene una fina disposición para el sentido de lo íntimo. Su
sentimiento profundo de inseguridad se traduce en timidez. El exceso de
emotividad del mexicano se siente vulnerado por la menor imposición del mundo,
de su dolorosa sensibilidad provienen sus crispaciones herméticas y sus
quiméricos ensueños compensatorios.
La lucha contra el
obstáculo, es lucha por la realidad. Y esa lucha por la realidad no debe faltar
nunca en el mexicano, aunque sea emotivo e introvertido. Los refugios imaginarios,
los universos de deserción,, las fábulas de la frustración y la mentira
mitomaniaca son tentaciones permanentes que el mexicano debe superar en la
disciplina de lo concreto, en la educación motora, en la formación social y en
la imaginación artística. Lo real y lo imaginario colaboran en la percepción
misma de México. El principio de la edificación interior del mexicano consiste
en reconocer las propias tareas y deficiencias, tratar de vencerlas y emprender
la ardua y fervorosa labor de ser nosotros mismos, en lo que tenemos de mejor,
confiados en la capacidad de perfeccionamiento y en la valiosa porción de dotes
que el pueblo mexicano ha mostrado, como constantes, a lo largo de su historia.
Nuestro paso por la tierra, como mexicanos, requiere probidad, respeto de sí
mismo, fidelidad al estilo y lealtad a la vocación individual y colectiva.
El fatalismo es común
en algunos ciudadanos mexicanos. Hay quienes se agobian creyendo que sus
problemas ya no tienen solución. La represión es un manifiesto de inseguridad o
desconocimiento del futuro. Por lo regular el mexicano opta por utilizar
máscaras con las cuales oculta muchas veces sus temores
Si el mexicano ama las
fiestas, como acaso ningún otro pueblo en el mundo, es porque en el fondo la
soledad no le hace feliz. Yo diría que sufre la soledad para evitar la vejación
mayor y para no perder su autenticidad. ¿Es México un país triste? El México
mestizo de nuestros días es un México en el que prepondera el color, la alegría
de la fiesta, el goce de una naturaleza que se adentra en las casas y en el
alma de nuestro pueblo humilde. Claro está que no deja de haber lamento ante la
desgracia, sufrimiento ante la enfermedad y espera de la muerte y ahora en
especial por la impotencia ante malos gobiernos y gobernantes que dan cabida al
crimen organizado, la extorción, desapariciones forzadas, muertes y desempleo. Nuestras
calaveras risueñas, festivas, acusan un
amor por la vida y un humor de la muerte que no encontramos en otra parte del
planeta. No es verdad que para el mexicano moderno la muerte carezca de
significación. Tampoco es cierto que la indiferencia del mexicano ante la
muerte se nutra de su indiferencia ante la vida. El mexicano, como creyente,
postula la trascendencia del morir. Su contacto directo, con la enfermedad, con
el hospital, con la cárcel, con las arbitrariedades del cacique, le hacen
considerar a esta vida como una menos-vida y le mueven a la espera de una
verdadera vida que por nacimiento humano no posee. Si somos un pueblo ritual,
sensible y despierto, no podemos ser un pueblo de solitarios. La soledad de un
poeta no configura la soledad de un pueblo. Observamos nuestras fiestas civiles
y nuestras fiestas religiosas. Danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes
insólitos de colores violentos-para que se vean, plazas y mercados pletóricos
de compradores y de simples paseantes, calendario pablado de días de asueto
para celebrar. Celebramos en nuestras ciudades y pueblos, con unión y
periodicidad el día del santo patrón. Los barrios se engalanan con sus festejos
religiosos y las ferias dejan oír mariachis, cohetes, silbidos, canciones
rancheras y balazos al aire. Si México fuese un país de solitarios. México no
estaría en fiesta permanente. El pueblo mexicano no está caracterizado por su
aislamiento nefasto -herida ulcerada- sino por aquella soledad bendita que se
abre ante quien nos llama.
Canciones, refranes,
dichos, dicharachos, fiestas, ponen de manifiesto que el mexicano está curado
de espanto no se quema los labios al pronunciar la palabra muerte. Al final de
cuentas no está la soledad, sino la esperanza, la esperanza en una vida
ultra-terrena. La esperanza en una justicia perfecta que no ha visto en su paso
por su tierra, la esperanza en una misericordia que le acoja para siempre. Por
la esperanza, el mexicano trasciende su soledad y vive en invisible comunión. Quizás
el mexicano no oscile entre la entrega o la reserva, entre el grito o el
silencio, entre la fiesta o el velorio, pero eso no significa que no se
entregue cuando ama y que no sepa ser amigo. La impasibilidad del mexicano
tiene un sentido final trascendente, más allá de la máscara y del fracaso
intramundano. La impasibilidad del mexicano no está cerrada al mundo, pero le
sirve de escudo. No nacemos condenados a una soledad que nos hace vivir nuestra
propia muerte, sino avocados a una compañía que pregustamos en nuestro estado
de itinerantes. La impasibilidad del mexicano es su defensa ante un mundo
hostil.
La exuberancia de las
palabras malditas en México es verdaderamente notable. Y todo ese léxico y todo
ese colorido de fiestas y de cultos a los santos patronos, y toda esa
sensibilidad ante la vida y ante la muerte se asumen con una personalidad
diferente, que no es indígena ni española, sino mestiza. El español no sólo
vino a explotar y a robar al indígena, sino a dejar su sangre y su vida, a
legarnos religión católica, lengua castellana, cultura hispánica, injertada en
tierras del antiguo México aunque haya sido a base de golpes y sufrimiento. Color,
sabor, porte, estilo con algo que se fragua en la historia y se define día a
día. Desertamos de las leyes naturales, porque somos animales culturales, pero
traemos en nuestro ser el grito de la sangre y el grito de la tierra.
El mexicano vive
instalado sobre una plataforma de sus creencias religiosas que no son meros
automatismos. Todo lo que ha sido México en la historia está presente, de
alguna manera, en el México actual. Cuando hemos vencido la adversidad
descansamos. Pero el descanso es sólo paréntesis y punto de partida para
enfrentarse a una nueva adversidad.
Exhibimos abundancia de
sociabilidad, porque somos hombres de ágora y no de reclusión solitaria. Decir
que "la Fiesta es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal
o presocial", como lo dice Octavio Paz, es caer en típica afirmación
gratuita. En la fiesta late un anhelo de convivencia, de comunión -lógrese o
no, realícese de manera satisfactoria o de modo insatisfactorio pero nunca un
país de personas nihilistas.
El mexicano, cuando
está bien dispuesto, es uno de los tipos humanos con mayor capacidad de
empatía, de introyección, sabemos también escuchar y dialogar. No necesitamos
romper con nosotros mismos para expresarnos, sólo requerimos ser sinceros. La
fiesta, el juego, la parranda pueden abrir el pecho del mexicano y mostrar
dramas terribles de su intimidad. El mexicano no suele ser franco por inseguro,
pero su sinceridad puede llegar a extremos que sorprenderían a un europeo o a
un norteamericano. Nos calamos una máscara de impasibilidad o nos desnudamos en
forma explosiva, casi suicida. Pueden venir eras de silencio, de sequía y de
piedra; pero no vacío de la imagen, del yo para convertirse en espera de nada.
El mexicano se resiente
por el trato diario, por la humillación continua, por la situación injusta. Es difícil
desenterarse de una ofensa continua. No se trata de injurias de palabras que se
puedan contestar con palabras. Tampoco se trata del perdón de un acto. Tratase
de cobrar cuentas pendientes que van aumentando con el tiempo. La Independencia
y la Revolución pueden tener aspectos de venganza pero no alcanzan a curar por
completo el estado de resentimiento.
El mexicano no se
siente inferior a ningún otro pueblo de la Tierra, no tolera que los
extranjeros le hagan ver, sus errores y se resiste a reconocer su yerro. Nos
vengamos no por un sentimiento de inferioridad respecto a Europa, sino porque
nos sentimos injuriados constantemente, en nuestra dignidad personal, por los
poderosos políticos o por los poderosos patrones. La injuria que genera el
resentimiento puede ser real o supuesta. El sentimiento de injusticia
-individual o social- hace fermentar la levadura del disgusto de la reprobación
y finalmente, del resentimiento. La colonia, el Porfiriato y la posición hegemónica
del partido en el gobierno producen un resentimiento colectivo y una pasión por
la igualdad de oportunidades que no existe aún, después de la Revolución. El
disimulo no alcanza siempre a ocultar la rabia recóndita. Ante los extranjeros
estamos orgullosos de ser mexicanos pero ante nosotros mismos nos auto-denigramos
sin piedad y sin cuartel. Todo lo mexicano está mal hecho “de puertas adentro”.
Y "como México no hay dos" -de puertas afuera.
Al mexicano le gusta su
cultura-música. Filosofía literatura, arquitectura, pintura, artesanías- pero
no le gusta su vida socio-política. El psicoanálisis permite descubrir en el
alma de México fuerzas oscuras que se disfrazan de aspiraciones hacia fines elevados
que, en realidad, desean rebajar a los individuos. Se resaltan paradigmas
falsos lo cual provoca en ocasiones la imitación de muchos a conductas extranjeras,
olvidando poco a poco las costumbres y modos de vida autóctona. Culpamos a los
otros y evitamos confesar nuestra parte de responsabilidad en los desbarajustes
nacionales. El resentimiento es propio de los dominados que cultivan su
venenosidad interna, que sepultan en su interior la repulsión y la hostilidad.
La susceptibilidad exagerada del mexicano provoca su sed de venganza. El
orgullo personal aunado a la posición social inferior son la dinamita psíquica
del mexicano para urdir la explosión de venganza. La igualdad ante la ley
proclamada por la Constitución de 1917, coexiste con diferencias notabilísimas
en el poder efectivo de los grupos, en la riqueza de unos cuantos, en la
educación de los menos. En los discursos políticos y en los textos legales se
le dice al mexicano que tiene "derecho" a compararse con cualquiera.
Pero el mexicano medio, el mexicano común y corriente sabe que no puede
compararse de hecho, que la estructura social está en su contra.
Estamos llenos de políticos corruptos
e ineptos que se aprovechan de la nobleza y necesidad de un pueblos, son aduladores
los hay en todas partes del mundo, pero solo en México se les conoce con el
nombre de "lambiscones" (Un desprecio sufrido en su vida anterior le
mueve a comprar favores al precio de la indignidad). Inútil buscar el vocablo en el Diccionario de
la Real Academia Española de la Lengua. No existe. Lo ha creado el pueblo
mexicano como un vulgarismo, derivado del adjetivo lambuzco, ¿Qué significa
lambiscón, para un mexicano? Un parásito social que prospera o trata de
prosperar a la sombra de los poderosos y que posee además la rara habilidad de
cambiar de color -como los camaleones-según convenga a sus intereses. Hay
"lambiscones" inteligentes y hay "lambiscones" torpes. El
común denominador es la sonrisa hipócrita, la aprobación irrestricta -de
dientes para afuera- de todo cuanto dice o hace el adulado, el aplauso
atronador a tiempo o a destiempo. Pero México no es un país solamente de lambiscones,
madrugadores, picapedreros, y pistoleros.
El miedo colectivo que
flota en el ambiente desaparecerá únicamente cuando exista una verdadera
democracia que nos conceda a todos, justicia, seguridad, igualdad esencial de
oportunidades y desarrollo integral.
Una abrumadora mayoría
del pueblo mexicano repudia a estos parásitos sociales con toda su carga
tóxica. El pueblo mexicano está cansado del abuso, aunque hasta ahora haya
hecho poco para corregirlo. La inquietud de renovación, el talante sensible a
la nobleza, la cortesía y la tolerancia, la amistad y la hospitalidad del
pueblo mexicano arrojan un saldo positivo que está muy por encima de los
números rojos que representan los personajes indignos que hemos descrito, que
pueden tener muchas explicaciones, pero ninguna justificación. El mexicano no
es una persona floja, lo cierto es que hay insatisfacción en su labor, hay más
necesidad que motivación.
Pero eso no es México
sino el aspecto negativo de México. Porque ustedes, lectores y yo, nos
afiliamos abiertamente en la causa de la vocación de México al cultivo de los
grandes valores del espíritu y del estilo colectivo de vida capaz de elevar al
mexicano al sitio que le corresponde, Un destino elevado y honroso que está en
marcha, a lomos de nuestro estoicismo cristiano, con el escudo de nuestra
dignidad indo-española, con la lanza de nuestra finura mental. Nuestras glorias
comunes en el pasado, nuestra voluntad común de ser mexicanos en época de
crisis, nuestro programa de ser fieles a nuestra vocación y a nuestro estilo,
son nuestra mejor capital social. Sentirnos orgullosos de nosotros mismos y de
pertenecer a este país es un derecho natural que sin embargo es necesario re-conquistar.
Este es el yo del
mexicano, un mexicano con identidad definida que fomenta aún el machismo. Es el
mexicano que se enorgullece de sus antepasados, es también ese mexicano que juega,
canta, grita, baila y ríe como sufre y cae pero siempre se levanta.