Tratantes de blancas, secuestradoras y homicidas, pasaron de la nota roja a las páginas negras. Advierto de la extrema
dureza de algunas declaraciones que pueden leerse en este artículo. Si no está
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susceptibilidades".
Delincuentes: Delfa,
Chuy y Eva González Valenzuela
Delito: Secuestro,
prostitución infantil, homicidio, trata de blancas, robo.
Perfil
psicológico: Criminales natas, asesinas en serie y psicópatas
sexuales.
Escenario: Lagos de
Moreno, Jalisco, y San Francisco del Rincón, Guanajuato.
Móvil: Explotación
sexual y robo.
Cargos criminales: Homicidio, lenocinio, tráfico de
personas, crimen organizado, inhumación ilegal de restos humanos, aborto,
corrupción de menores, privación ilegal de la libertad y soborno.
Condena: 40 años de
prisión, (pena máxima en el estado de Guanajuato en esa época).
Situación actual: Fallecidas.
Ocupación: Asesinas
seriales y proxenetas.
Fecha: De 1945 a 1964.
Las también llamadas
“Hermanas Diabólicas” incursionaron en el comercio sexual en el municipio de El
Salto de Juanacatlán y tras darse cuenta de las jugosas ganancias para 1945
extendieron su dominio a Lagos de Moreno y a San Francisco del Rincón. Guadalajara
fue la principal proveedora de la mercancía carnal por lo que las criminales
entretejieron vínculos con altos jefes militares y policiacos, quienes se
mostraron indiferentes ante las barbaries que cometían en la “casa de la
muerte”.
Las hermanas Carmen,
Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela, fueron el producto de una
familia disfuncional. Mientras su madre Bernardina, devota y abnegada
practicante del rezo al rosario les infundió el culto a la religión católica,
su padre Isidro ejercía el abuso de poder y la violencia amparado en un
machismo, cuyo exceso derivada de su adicción al alcohol.
Cuando los padres murieron y le dejaron una pequeña herencia, Delfina Valenzuela decidió iniciar un negocio seguro. Le tenía horror a la pobreza, así que instaló una cantina en su pueblo natal. Junto a los tragos, vendía los servicios de jóvenes prostitutas. Teniendo mucho éxito, decide abrir otra pero sería una especie de Motel, donde las parejas rentaban el cuarto para que tuvieran furtivos encuentros sexuales. “Si aquí hay trabajo, pero no de criada. Si vienes a trabajar a esta ´casa´, será de puta”.
Cuando los padres murieron y le dejaron una pequeña herencia, Delfina Valenzuela decidió iniciar un negocio seguro. Le tenía horror a la pobreza, así que instaló una cantina en su pueblo natal. Junto a los tragos, vendía los servicios de jóvenes prostitutas. Teniendo mucho éxito, decide abrir otra pero sería una especie de Motel, donde las parejas rentaban el cuarto para que tuvieran furtivos encuentros sexuales. “Si aquí hay trabajo, pero no de criada. Si vienes a trabajar a esta ´casa´, será de puta”.
Las cuatro mujeres eran
dueñas de varios burdeles en Guanajuato y Jalisco, sus víctimas fueron en su
mayoría sexoservidoras a su servicio aunque también asesinaron a clientes y bebés
de las mujeres esclavizadas. Su número confirmado de víctimas son 80, pero se
cree pudieron matar a más de 150 personas convirtiéndolas en las asesinas
seriales más prolíficas registradas en la historia de México, aún más que
cualquier asesino serial varón mexicano, y unas de las más prolíficas asesinas
o asesinos en serie del mundo.
El Relato
Delfina
desarrolló un método de reclutamiento que dejaba mayores ganancias: acudían a
rancherías o pueblos cercanos, donde buscaban a las niñas más bonitas. No
importaba si tenían doce, trece o catorce años de edad; llevaban cómplices
masculinos que, si las sorprendían solas, simplemente se las robaban. O si
estaban acompañadas de sus padres, generalmente campesinos, se les acercaban y
les ofrecían darles trabajo a las hijas como sirvientas. Los padres accedían,
“Las Poquianchis” se llevaban a las niñas y de inmediato empezaba su tormento.
Apenas
llegaban al burdel, “Las Poquianchis” procedían a desnudar a las niñas por
completo y examinarlas. Si consideraban que tenían “suficiente carne”, los
ayudantes que habían contratado se encargaban de violarlas, uno tras otro,
vaginal y analmente. También las obligaban a practicarles sexo oral y si
lloraban o se resistían, las golpeaban.
Después,
“Las Poquianchis” las bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos
y las sacaban por la noche a que comenzaran a atender a la clientela del bar,
bajo amenazas de muerte. Los clientes se mostraban siempre encantados de que
les proporcionarán niñas de tan corta edad para que los atendieran, así que el
negocio iba viento en popa. Las hermanas alimentaban a sus esclavas sexuales
solamente con cinco tortillas duras y un plato de frijoles al día.
Cuando
una de las prostitutas llegaba a cumplir veinticinco años, “Las Poquianchis” ya
la consideraban “vieja”. Procedían entonces a entregársela a Salvador Estrada
Bocanegra “El Verdugo”, quien la encerraba en uno de los cuartos del rancho,
sin darle de comer ni beber por varios días, y entrando constantemente para
patearla y golpearla con una tabla de madera en cuyo extremo había un clavo
afilado. Una vez que la mujer estaba tan débil que ya no podía ni siquiera
intentar defenderse, “El Verdugo” la llevaba a la parte de afuera del rancho y,
tras cavar una zanja profunda, la enterraba viva. A otras las aplicaban
planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea para que
murieran al caer, les destrozaban la cabeza a golpes.
Si
una de las muchachas se embarazaba, si padecía anemia y estaba demasiado débil
para atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a los parroquianos,
era asesinada. Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y enterrados, con
excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un cliente que quería
experimentar con él, mientras se dedicaron a maltratarlo.
También
practicaban abortos clandestinos si alguna de las prostitutas más populares
quedaba embarazada, con tal de no perder esa fuente de ingresos. Las mujeres
además eran obligadas a limpiar el lugar, a cocinar y a atender a “Las
Poquianchis”.
“Las
Poquianchis” habían reclutado a varios ayudantes que les auxiliaban en sus
labores. Uno era Francisco Camarena García, el chofer que se encargaba de
transportar a las jovencitas reclutadas, junto con Enrique Rodríguez Ramírez, otro era Hermenegildo Zúñiga, ex capitán del ejército, conocido como “El Águila
Negra”, quien fungía como su guardaespaldas, cuidador del burdel y era en
aquellos días el amante de Delfina y el gran verdugo y torturador. Él llevaba también
a las muchachas inútiles o rebeldes al rancho San Ángel, donde las dejaba morir
de hambre y después incineraba sus cadáveres tras rociarles gasolina.
José
Facio Santos, velador y cuidador del rancho; y Salvador Estrada Bocanegra, “El
Verdugo”, quien golpeaba a las prostitutas que protestaban por algo y, cuando
alguna amenazaba con marcharse o denunciar los maltratos a los que era
sometida, se encargaba de asesinarla y enterrarla. También policías y militares
utilizaban los servicios de las niñas esclavas, todo gratis a cambio de protección
para el burdel.
María
Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona
Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz “La Pico Chulo” eran
prostitutas que se convirtieron en celadoras y castigadoras a cambio de que
“Las Poquianchis” respetaran sus vidas.
Cuando
alguna de las niñas nuevas no quería ceder ante el capricho de algún cliente,
ellas se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla
a un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. “La Pico Chulo”
también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles la cara y el
cráneo con una tranca de madera.
En
si los castigo de María de Jesús y sus hermanas, eran en aplicar severos
métodos de control. Solían espiar a través de rendijas u hoyos en las paredes,
y cuando encontraban “pecado”, aplicaban terribles torturas y humillaciones, y
como casi todos los días descubrían “actos inmorales”, casi todos los días
corría sangre, puesto que los castigos eran cosas como golpes con palos llenos
de clavos, quemaduras con hierros calientes, o pinchazos mientras la víctima
sostenía tres ladrillos (uno con cabeza, dos con las manos). También había
restricción de alimentos, violaciones, palazos, latigazos, sexo con animales
(aunque esto resulta extraño porque las hermanas lo veían mal, pero no
sorprende que como castigo le hayan otorgado otro carácter moral…), e incluso
muchas eran asesinadas cuando ya no tenían atractivo físico o la enfermedad las
volvía una carga.
Y es que por su incongruente religiosidad las hermanas González Valenzuela siempre mantuvieron una estricta vigilancia sobre sus pupilas, evitando actos indecentes e inmorales. Actos que cuando ocurrían, eran motivos de severas torturas y vejaciones.Y las que ya no resultaban atractivas eran ultrajadas por animales y posteriormente asesinadas y sepultadas.
Ritos
satánicos
Entre
los muchos mitos creados en torno a este caso, la prensa amarillista creó el de
los ritos satánicos. Se afirmó que hacia 1963, “Las Poquianchis” incursionaron
en el satanismo. Alguien les dijo que si ofrecían sacrificios al Diablo,
ganarían más dinero y tendrían protección. Desde ese momento, cada vez que
llegaban nuevas niñas reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual.
Primero
las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una estrella de
cinco puntas. Luego llevaban un gallo, el cual era sacrificado. Entonces
Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del animal.
Desnudaban además a las niñas nuevas, quienes eran violadas y sodomizadas por
los cuidadores, mientras “Las Poquianchis” contemplaban la escena y se reían.
Después
sus ayudantes llevaban a la habitación a algún animal: un macho cabrío o un
perro, y obligaban a las niñas a realizar un acto zoofílico para alegría de
quienes contemplaban la escena. Después, los hombres llamaban a las demás niñas
para empezar una orgía, en la cual “Las Poquianchis” también participaban.
Semanas después, comenzaría otro negocio: le quitaban la carne a los cadáveres
de las prostitutas que iban asesinando, para venderla por kilo en el mercado.
Cae
el reinado
En
1964, terminó la carrera delictiva de "las Poquianchis" (conocidas
así por la forma voluminosa de sus caderas o porque el burdel “La Barca de Oro”
antes había sido una cantina propiedad de un homosexual al que todos conocían
como El Poquianchis, por lo que el apodo se les heredó automáticamente).
En
diciembre de 1963 Soledad y María del Pilar se escaparon de sus captores cuando
las enviaron a comprar víveres; como pudieron llegaron a Guadalajara y buscaron
a las señoras Esperanza Sánchez Aguilar (madre de la desaparecida Elisa, de 13
años), Petra Jiménez Mejía (madre de María, de 13 años) y Virginia Martínez
(madre de Catalina, de 17 años). Acudiendo a la policía a exponer la denuncia y
las autoridades decidieron acudir al lugar, rescatando a 12 mujeres en
deplorable estado, sucias, desnutridas, y enfermas.
La
otra versión es que el 6 de enero de 1964 y sintiéndose acorraladas por la
policía, Delfina y María de Jesús trasladaron a las pupilas al rancho San
Ángel, una propiedad que contaba con apenas tres cuartos y un extenso terreno.
En dos habitaciones encerraron a sus pupilas amenazando con matarlas si
intentaban escapar o hacían ruido que las delatara. Tal era la desesperación
que el día 12, Catalina Ortega, una de las cautivas logró escapar y llegó hasta
la procuraduría de León, donde denunció el maltrato y cautiverio al que estaban
siendo sometidas por las hermanas González Valenzuela.
La
investigación siguió y reveló una historia de terror, pues encontraron
cadáveres enterrados de mujeres, hombres y fetos. Al parecer el total de muertos
fue de 90, encontrados en el lugar. Esta denuncia no fue turnada al
subprocurador Tomás Gómez, y las autoridades detuvieron a las hermanas González
Valenzuela el domingo 12 de enero de 1964.
Observaciones: La
prostitución en México es una añosa realidad que nadie enfrenta y se reconoce
como naciente de los problemas económicos, políticos y sociales del pasado y
presente del País, donde las autoridades han recurrido a establecer "zonas
de tolerancia" a las que llama "letrinas de toda sociedad". En
esta ciudad como en casi todas las de la República Mexicana, son conocidos los
lugares donde cientos de prostitutas encuentran refugio y trabajo. El incremento
de la prostitución ha sido proporcional a problemas como la migración, pobreza
y falta de empleo, etc. Está demostrado que a más pobreza, a más migrantes, y a
menos empleos: Más prostitución. Aunque los relatos anteriores podrían bien ser
parte de un guión de una cinta de terror, la realidad es que en México la
violencia contra las mujeres es cuestión de cada día y se da en todos los
ámbitos posibles. Las mujeres, ricas o pobres, trabajadoras o amas de casa,
solteras, casadas, divorciadas o viudas, sufren de violencia en sus hogares, o
por parte de su pareja, jefe laboral, o de gente relacionada con el
crimen organizado.
La
historia de las Poquianchis ha trascendido como una de las más oscuras leyendas
a nivel mundial del ámbito policial.
“Haz
que todos sientan miedo y te consumirán”