Los adultos manifiestan tristeza profunda y prolongada, pero los niños tienen otras manifestaciones, como irritabilidad, problemas para dormir y aislamiento.
La depresión afecta a
más de 300 millones de personas, lo que equivale al 4,4% de la población
mundial, según la OMS. Este es un estimado pre pandémico. “Confusión, temor, incertidumbre y
los duelos por seres queridos son los estresores sociales más agresivos que
están sufriendo las personas”.
La depresión se
identifica, principalmente, por los trastornos del ánimo: tristeza que dura más
de dos semanas y se acompaña de otros síntomas: dificultad para disfrutar las
actividades, falta de energía, insomnio, falta de apetito, ideas de minusvalía
y de muerte.
Los síntomas varían
entre el niño, el adolescente, el adulto joven o el adulto mayor.
En situaciones
infantiles depende mucho de la edad del niño y de la etapa de desarrollo en que
se encuentre. En ellos se combinan factores biológicos (pueden ser
hereditarios), psicológicos (si el niño es introvertido, tiene dependencia
emocional, baja autoestima o dificultad para adaptarse al cambio), ambientales,
acoso escolar, difusión familiar o problemas en casa (enfermedades) y
socioculturales, como la pobreza.
“Según
la OMS, uno de cada 20 niños y adolescentes tendrá un episodio depresivo antes
de cumplir los 19 años”, en mi práctica clínica he visto un
incremento de casi un 50% de menores de edad con esta patología en consulta
externa.
La pandemia se ha
convertido en un detonante para la depresión en niños y adolescentes. Estamos
viviendo una etapa muy complicada, porque las circunstancias les impiden
compartir y jugar con sus compañeros, esto quedó relegado a las redes sociales.
Tenemos conflictos emocionales, porque los padres trabajan más que antes y les
prestan menos atención, el horario ya no es de una jornada. Los niños absorben
los conflictos familiares con una carga de responsabilidad.
Los rasgos que podrían
sugerir depresión en los niños son diferentes a los que podemos ver en los
adultos. En estos se presenta como marcada y prolongada tristeza, pero en los
pequeños se evidencia como aislamiento y trastornos al dormir.
- Tienen cambios en el estado de ánimo.
- Tienen cambios en la conducta.
- Muestran irritabilidad y agresividad.
- No pueden dormir bien, no pueden conciliar el sueño.
- Sienten que no pueden hacer sus actividades normales, que no pueden participar de la vida del hogar, que son relegados por la familia.
- En el caso de los bebés y niños que no manejan el lenguaje verbal, no quieren comer, están enojados, les incomoda estar en casa.
Estas circunstancias
pueden predisponer a situaciones de violencia y agresividad, e incluso al
consumo de drogas.
El mejor tratamiento
para la depresión infantil y juvenil
El hogar es la
principal fuente de apoyo para la prevención y el tratamiento de los estados
depresivos en el niño.
Es esencial dedicar
tiempo. Me refiero a sentarse con ellos, hablar con ellos, jugar con ellos.
Necesitan ser, que sus ideas, sus sueños y sus planes sean escuchados.
Compartan anécdotas y experiencias. Permita que los niños y adolescentes
participen en acciones y en decisiones en casa, que los hagan sentirse útiles.
Estos eventos pueden
evitar que el niño entre en estados depresivos, que esté solo, que se encierre,
que pase demasiado tiempo frente a los dispositivos electrónicos.
Si usted nota
cualquiera de los cambios enumerados en su hijo, la recomendación inmediata es
llevarlo al médico para que discrimine si está entrando en un estado depresivo
y tome acciones. Mientras más pronto haya atención y se diagnostique, más
pronto se podrá tratarlo. El tratamiento hoy es fácil, porque hay medicación,
pero recuerde que la medicina no es el tratamiento. La familia es el sitio
donde el niño se recuperará de mejor manera y en el menor tiempo posible.
Esto no significa que
la depresión se cura ‘de la noche a la mañana’. Tenemos cuadros que se curan,
en el mejor de los casos, en tres a seis meses o un año; otros van más allá.
Depende del apoyo familiar.
El niño está creciendo
y aprendiendo, idealmente a través de la experiencia en el entorno y con los
pares, pero también con personas de toda edad con las que pueda jugar, a las
que pueda escuchar y de las que pueda aprender.
Ese proceso le permite
desarrollar su capacidad emocional, neurológica y adaptativa. Si el niño no
tiene esta oportunidad, su mundo se reduce demasiado; y las circunstancias
pequeñas, como conflictos caseros o ficticios, como los que ve en las
películas, se convierten en sus referentes, los que marcan su estado de ánimo.
La ficción de las películas, los videojuegos y las redes sociales puede
convertirse, en su mente, en la realidad por la cual miden todo lo demás.
Los niños no deben
pasar “pegados” a las pantallas, y sí jugar, leer e incluso vivir su mundo de
sueños y fantasías, si eso es lo que necesitan para que su perspectiva se
amplíe y para aprender a diferenciar lo real de lo irreal.
La pandemia nos debe
dar la oportunidad de rescatar a la familia, y para ello los padres deben, dar
tiempo para conversar, y no solo en grupo.
“Primero,
converse con cada uno de sus hijos de forma individual. Escúchelo, sepa qué
piensa, cómo le va, qué ha mirado, qué perspectivas tiene. Sugiera, aconseje.
Que el niño sienta que es valorado. Abrácelo. Hágalo sentir que lo que él está
pensando es importante”.
Mientras más pequeño es
el niño, mayor cantidad de información del exterior necesita, por eso trate de
sacar a los niños pequeños, bien protegidos, al menos por los alrededores de su
casa. Disfrute con ellos el tiempo de las comidas, el tiempo antes de
acostarse.
Luego, si hay más hijos
en la familia, programen actividades, juegos, bailes, pintura, historias que
hagan que todos se sientan parte de la familia, y que cada aporte, incluido el
del niño, haga que siga creciendo. Que se sienta protegido, pero también sepa
que está aprendiendo, y que al enfrentarse a la ficción pueda distinguir entre
ella y la realidad, entre lo bueno para él y lo malo.
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