El perdón tiene un efecto positivo en el cerebro. Reduce los estados de estrés provocados por el rencor y la ira para dar forma a una mente más relajada y capaz de afrontar las dificultades que aparezcan.
Suele
decirse que errar es humano y perdonar es un acto divino. Sin embargo, la
neurobiología del perdón añadiría que pocos actos son, en realidad, tan
saludables para las personas. Este estado mental al que uno suele llegar, no
sin cierto esfuerzo, meditación y voluntad, orquesta una serie de cambios que
reducen desde el estrés hasta emociones como la ira.
En ocasiones cuesta dar el paso y que no falta quien, en su pleno derecho, opta por no perdonar a quien una vez le causó un daño. No obstante, si desde un punto de visto psicológico ya sabíamos que procurar esta acción revierte en el bienestar mental, los neurocientíficos nos señalan ahora que este proceso es capaz de modelar el cerebro. Muchas veces no buscamos una reconciliación con el perdón. En ocasiones, el objetivo más simple es el de encontrar alivio. En una parte de los casos, esta conducta se ejerce para cerrar etapas, dejar ir el peso del rencor y avanzar de manera más íntegra, de manera más equilibrada. Todo ello revierte de manera directa en múltiples áreas cerebrales.
Conozcamos cómo cambia el cerebro cuando perdonamos:
El perdón supone un cambio en el estado mental de una persona que decide por sí misma reducir emociones como el odio, la ira o el rencor provocado por un acto injusto. Es un acto que implica una reformulación cognitiva (pensamientos), una adecuada regulación emocional y una tendencia mental a no situar la mirada de manera constante en el pasado, en lo ya sucedido. Todo ello requiere esfuerzo, voluntad y un compromiso, lo que se traduce en activar una serie de mecanismos muy concretos en el cerebro. Vamos a bucear en la neurobiología del perdón.
Un estudio del Instituto SISSA de Trieste, publicado en el Scientific Reports, nos señala algo interesante. Hay personas que son más proclives a ejercitar el perdón que otras. La clave está en el cerebro y, concretamente, en el surco temporal superior. Al parecer cuanta más materia gris exista en ese surco del cerebro más probabilidades hay de que alguien ejercite el perdón. Así, quienes evidencian un surco temporal superior más desarrollado, no solo demuestran conductas más indulgentes, sino que tienen mayores habilidades para conectar con las realidades emocionales ajenas. Esto favorece que detecten con mayor efectividad conductas como el arrepentimiento.
La neurobiología del perdón nos da otro dato que vale tener en cuenta. Las técnicas de diagnóstico revelan que las personas con una corteza prefrontal dorsolateral izquierda más grande también son más tendentes a ejercitar el perdón. No obstante, esto no es todo. Porque disponer de esta región cerebral más desarrollada correlaciona con una menor incidencia de los trastornos depresivos. De algún modo, aquellos que sean capaces de perdonar —y perdonarse— evidenciaban un menor riesgo de sufrir ansiedad o depresión.
Una investigación llevada en conjunto por las universidades de Pisa, de Roma y de Illinois en Estados Unidos incide también en la relación entre la corteza prefrontal dorsolateral y el perdón. No obstante, van un poco más allá: La corteza prefrontal dorsolateral favorece la regulación emocional.
Asimismo, procesos como la empatía, la regulación de la ira, del enfado y el rencor, así como todos los procesos asociados a la teoría de la mente, activan las regiones parietales inferiores derechas del cerebro, así como la propia corteza prefrontal dorsolateral. Por tanto, existiría una vía neurológica asociada a los procesos del perdón que unas personas tienen más desarrolladas que otras.
Algo que conviene tener en cuenta sobre el ejercicio del perdón es que su finalidad no es olvidar lo ocurrido. Ejercer el perdón permite aprende a vivir con lo sucedido, reducir la angustia y, a su vez, orientar a la persona hacia el futuro y la esperanza.
Como bien sabemos, y como nos indica la neurobiología del perdón, este no es un proceso sencillo. El cerebro pone en marcha procesos de análisis, reflexión, regulación emocional y hasta de planificación. Es intentar proyectarse en el futuro y no tanto en el dolor del pasado.
Todo ello tiene un gran número de beneficios a nivel neurológico:
- Se reduce el estrés, el malestar, la angustia…
- Se recuperan los mecanismos de control cognitivo. La persona tiene un mayor dominio sobre sus pensamientos.
- Asimismo, se optimizan funciones ejecutivas como la toma de perspectiva, la atención, la capacidad para resolver problemas, la memoria, la atención selectiva, etc.
Es difícil hablar de la neurobiología del perdón sin hacer referencia al auto perdón. Dejar de juzgarnos por los errores cometidos, por lo hecho o incluso por lo no realizado nos proporciona bienestar. No podemos descuidar el impacto mental que supone reforzar el arrepentimiento y esas emociones que nos anclan al malestar emocional y también fisiológico. Por tanto, ser capaz de ser empáticos y compasivos con nosotros mismos para perdonarnos, reduce, por ejemplo, esa hiperactividad del sistema simpático que cursa con el nerviosismo, el insomnio y las enfermedades somáticas. Así pues, no dudemos en dar el paso, perdonar y perdonarnos es un ejercicio de valentía y bienestar que puede cambiarnos la vida.
Red