Andy Warhol fue uno de
los representantes más importantes de esta época. Los surrealistas, varias
generaciones antes, habían asombrado con imágenes insólitas y reveladoras de
los enigmas del inconsciente, pero Warhol había resuelto desconcertar con algo
cotidiano, descartable, tan poco atractivo como las latas de alimento. Había puesto
el dedo en la herida de la época, el tema de las reproducciones.
Vivimos en tiempos
donde el narcisismo es una de las características de la personalidad que más
nos intriga y que al mismo tiempo, más nos seduce. Resulta muy fácil crear una
identidad enigmática en las redes sociales, al subir fotografías o mensajes que
construyan un efecto halo alrededor de nuestras personas y es que la
híper-conectividad ha dado lugar a la perpetuación de “primeras impresiones”, sólo vemos imágenes y le damos rienda
suelta a nuestra imaginación en una nueva construcción de juicios sobre las
personas sin necesidad de ser provocados. De ahí que reconozcamos a uno de los
personajes que más influyó como icono del narcisismo y que logró posicionarse
en el mainstream a través de la provocación pasiva.
Los provocadores son encantadores consumados, expertos en
incitar el deseo con una actitud tentadora, pero su verdadera esencia es su
habilidad para atrapar emocionalmente a la gente, y mantener a sus víctimas
cautivadas mucho tiempo después de la primera percepción del deseo.
En 1952, el escritor
Truman Capote, de éxito reciente en los círculos sociales y literarios, empezó
a recibir una andanada casi diaria de rendida correspondencia de un joven
llamado Andy Warhol. Ilustrador de diseñadores de calzado, revistas de moda y
otras editoriales, Warhol hacía diseños muy audaces y dibujos estilizados,
algunos de los cuales envío a Capote con la esperanza de que lo incluyera en
alguno de sus libros. Capote no respondió. Un día, al llegar a su casa encontró
a Warhol hablando con su mamá, con quien Truman vivía. Luego, Warhol empezó a
llamar por teléfono casi todos los días. Después de un tiempo Capote puso fin a
todo esto y en una entrevista años más tarde dijo “Parecía una de esas pobres
personas a las que sabes que nunca les sucederá nada. Un pobre perdedor de
nacimiento.”
Diez años después, Andy
Warhol, a sus comienzos como pintor, realizó su primera exposición individual
en la Stable Gallery de Maniatan. En las paredes había una serie de serigrafías
basadas en la lata de sopa de Campbell´s y la botella de Coca-Cola. En la
inauguración y el after party, Warhol se mantuvo al margen de la gente, con la
mirada perdida y hablando muy poco.
Contrastaba enormemente
con la anterior generación de artistas, los expresionistas abstractos, en su
mayoría fiesteros, pretensiosos, arrogantes y con un estilo muy agresivo, pero
de ellos era el mundo del arte de 15 años atrás y Andy había cambiado mucho
desde que importunó a Capote. Los críticos estaban desconcertados e intrigados
por la frialdad de su obra; no podían explicarse que sentía el artista por los
temas que abordaba, era confuso su propósito y sus intenciones. Cuando se lo
preguntaban, él respondía simplemente “Lo hago porque me gusta”, o “Me encanta la sopa”.
Los críticos dieron
rienda suelta a sus interpretaciones, se leía en sus reviews: “Un arte como el de Warhol es necesariamente
parásito de los mitos de su época” “La
decisión de no decidir es una paradoja equivalente a una idea que no expresa
nada pero que después le da dimensión”. La exposición fue un gran éxito y
situó a Warhol como una de las principales figuras de un nuevo movimiento, el
pop art.
En 1963, Warhol rentó
un inmenso estudio en Manhattan al que le llamó Factory y que pronto se
convirtió en el centro de un vasto séquito: escorts, actores, artistas,
celebridades, etc. Ahí, en las noches, Warhol simplemente vagaba o permanecía
en alguna esquina. La gente se reunía a su alrededor y peleaban por su
atención, le tiraban preguntas y él respondía de manera evasiva. Pero nadie
lograba acercarse a él, no física, ni mentalmente; él no lo permitía. Al mismo
tiempo, si él pasaba junto a alguien y no lo saludaba, esa persona quedaba
devastada por el simple hecho de que Warhol no había reparado en él; quizá
estaba a punto de ser borrado del mapa.
Cada vez más interesado
en la realización de películas, Warhol incluía a sus amigos en sus cortos y
largometrajes. En realidad, les ofrecía cierta celebridad instantánea, con su
frase célebre “quince minutos de fama”.
Pronto, la gente competía por un papel. Warhol preparó en particular a mujeres
para el estrellato como: Edie Sedwick. El sólo hecho de estar
junto a él confería una especie de celebridad por asociación. Factory se
convirtió en el hot spot para ser visto y estrellas como Judy Garland y
Tennessee Williams asistían a sus fiestas en las que se codeaban con Sedwick,
Kerouac, Ginsberg, Rauschenberg, Jasper
Johns y el underground bohemio que era parte del entourage de Warhol. La gente
comenzó a mandar limousinas para que lo llevaran a sus fiestas; su presencia
bastaba para hacer de una noche un acontecimiento, aunque él casi no hablara,
fuera reservado y se escapara temprano.
En 1967 se pidió a
Warhol dar conferencias en varias universidades. No le gustaba hablar, y menos
aún sobre su arte. “Entre menos tenga que
decir de una cosa, más perfecta es” era su lema. Pero le pagarían bien y
siempre le costó mucho trabajo decir que no. Su solución fue simple: pidió a un
actor, Allen Midgette, que se hiciera pasar por él. Midgette era de pelo
oscuro, moreno y semejaba a un cherokee, es decir no se parecía nada a Warhol,
pero lo maquillaron, la platearon el pelo con aerosol, le pusieron lentes
oscuros y lo vistieron con ropa de Andy. Como Midgette no sabía nada de arte, sus
respuestas a los alumnos eran cortas y enigmáticas como las del propio pintor.
La suplantación funcionó. Warhol era un icono, pero en realidad nadie lo
conocía.
Desde temprana edad, a
Andy Warhol presentaba conflicto en sus
emociones encontradas: ansiaba ser famoso, pero era por naturaleza tímido y
pasivo. “Siempre he tenido un conflicto,
porque soy retraído, pero me gusta disponer de mucho espacio personal. Mi mamá
me decía en todo momento: No seas prepotente, pero hazles saber a todos que
estás ahí” Al principio, Warhol intentó ser más agresivo y se empeñó en
complacer y cortejar. No dio resultado. Después de 10 años infructuosos, dejó
de intentarlo y cedió a su pasividad, sólo para descubrir el poder que otorga
la reticencia. Comenzó este proceso en su obra, que cambió radicalmente a
principios de la década de los 60s. Sus nuevos cuadros de latas, billetes y
otras conocidas imágenes no acribillaban de significados al espectador; de
hecho, su significado era absolutamente elusivo, lo que no hacía sino incrementar
su fascinación. Atraían por su inmediatez, su fuerza visual, su frialdad.
Habiendo transformado el arte, Warhol también se transformó a sí mismo: como
sus cuadros, se volvió pura superficie. Se preparó para retraerse, para dejar
de hablar.
El mundo está lleno de
temerarios y revolucionarios, de personas que se imponen de forma agresiva.
Quizá obtengan victorias temporales; pero cuanto más persisten, más desea la
gente contrariarlas. No dejan espacio a su alrededor y sin espacio no puede
haber provocación.
Los provocadores
narcisistas como Warhol generan espacio al permanecer esquivos y al hacer que
los demás los persigan. Su frialdad sugiere una holgada seguridad, cuya
cercanía es apasionante, aunque en realidad podría no existir; su silencio hace
a los demás querer hablar. Su contención, su apariencia de no necesitar de
otras personas, impulsa a hacer cosas por ellos, ansiosos de la menor muestra
de reconocimiento y favor.
Warhol, favorece la
introducción en el mundo del fetichismo moderno, el fetichismo transestético de
una imagen sin calidad.
Cada imagen de Warhol,
es así a la vez, insignificante y trascendente; se trata de una figura en la
que queda reservado el sitio para la inmanencia de la imagen.
El arte moderno había
ido bastante lejos en la construcción del objeto, pero es Warhol quien ha ido
más allá en la reducción del sujeto al
arte, en la anulación del artista, ha llevado a grandes consecuencias la
desinvestidura del acto creador.
“Las
personas narcisistas son las que más fascinan a la gente … El encanto de un
niño radica en gran medida en su narcisismo, su autosuficiencia e
inaccesibilidad, lo mismo que el de ciertos animales que parecen no interesarse
en nosotros, como los gatos … Es como si envidiáramos su capacidad para
preservar un ánimo dichoso, una posición invulnerable en la libido que nosotros
ya hemos abandonado” Sigmund
Freud
“Después de la gran división”, lo que vuelve antimodernista
al arte posmoderno es “la pérdida de la
ironía, la reflexividad y la duda acerca de sí misma; su alegre abandono de la
conciencia crítica, su fastuosa autosuficiencia y la mise en scène de su
convicción de que debe existir para el arte un reino de la pureza”. Andreas
Huysse