Las
diferencias sexuales han sido reemplazadas por las diferencias de género. Se
dice que la mujer tiende a la pasividad a la dependencia y que tiende menos a
manifestar la agresión. Se dice eso mientras hay una fuerte tendencia cultural,
sobre todo en los países sajones, a considerar que entre hombres y mujeres las
diferencias son pequeñas y que recordarlas equivale casi a crearlas, lo que
sería una restauración del machismo.
Estudios
confiables informan que las mujeres consultan más por depresión, lo que no
implica que sean más propensas que el varón a la depresión. Los hombres
disfrazan su depresión con el alcohol y el uso de otras drogas.
Algunos
pensadores del primer mundo y la “opinión ilustrada” no ven con buenos ojos
encontrar diferencias entre varones y mujeres, como si el encontrarlas
implicara su naturalización. Mientras tanto las empresas publicitarias, también
del primer mundo, buscan qué autos o perfumes ofrecen, respectivamente, a
hombres y mujeres.
Las
investigaciones sobre los géneros se preguntan por las condiciones de
producción socio-históricas de la subjetividad. Lo que se debe ser y tener va
cambiando. ¿Cómo? El género no es universal sino propio de determinada cultura.
Las
mujeres conservan la tendencia a esperar de otros significativos una
confirmación de su valor que, en muchos casos, no puede compensarse mediante
los logros laborales y profesionales. Éstas son cicatrices históricas en la
construcción del género.
Se
decía que los hombres no lloran. Se decía que los hombres sienten poco y
expresan aún menos. Se decía que los hombres hablan poco de sus intimidades y
que evitan mostrarse vulnerables. ¿Se seguirá diciendo?
Pocas
veces el varón expresa la alteración del estado de ánimo a través de síntomas
psíquicos como la tristeza, la labilidad emocional o la ideación depresiva. Por
eso la depresión masculina puede pasar inadvertida en algunos casos cuando el profesional
médico, psiquiatra o psicólogo no advierte que la depresión se está manifestando
como fatiga, astenia, dolores musculares, cefaleas, insomnio, pérdida de peso.
Incapaces de verbalizar las emociones propias sólo mencionan los síntomas
físicos de su malestar. Mas que tristeza predomina la irritabilidad. Algunos
ocultan el vacío interior con el ruido de la violencia, el consumo de drogas o
la adicción al trabajo. Todo ello contribuye a la dificultad para detectar la
depresión. Si se consideraran la irritabilidad, la violencia y el abuso de
sustancias muchos más hombres serían diagnosticados como deprimidos.
Se
decía que los hombres hablan poco de sus intimidades y que evitan mostrarse
vulnerables. ¿Se seguirá diciendo?
Se
advierten disminución de energía e interés, sentimientos de culpa, dificultades
de concentración, pérdida de apetito y pensamientos de muerte o suicidio. Están
agobiados en busca de estímulo. Están ansiosos en busca de calma. Están
insomnes en busca de sueño. El agobio se expresa en la temporalidad “no tengo
futuro”, en la motivación “no tengo fuerzas” y en la propia estimación “no
valgo nada”. Se sienten abrumados por cierta desesperanza que les impide
contar con la energía necesaria para formular nuevos proyectos.
Cada
año, 6.000.000 de varones escucharán el diagnóstico de depresión. Son también
millones los que sufren en silencio, sin diagnóstico o con diagnóstico
equivocado, o los que teniéndolo se rehúsan al tratamiento, tal vez porque “los
hombres no lloran”.
El
alcoholismo y las adicciones, sin ser exclusivos de la depresión masculina, a
veces se suman a ella, como la otra cara del vacío depresivo. (Y ya sabemos que
también pueden ser adictivos el trabajo, los juegos de azar, etc.) Depresión y
adicción forman un círculo vicioso. Se busca la euforia artificial para escapar
de la apatía depresiva, pero el alivio es pasajero. El daño, en cambio, es
duradero y acentúa el sentimiento de culpa o de inferioridad.
Adicto
es el que no puede prescindir de un objeto (droga) o de un dogma (político) o
de una persona (en el amor) o de una actividad (trabajo, juegos de azar).
Tomemos
como ejemplo la adicción al alcohol. El alcohol ayuda a escapar de la visión
crítica que tenemos de nosotros mismos. Cuánto más negativa es la mirada sobre
uno mismo, más se intenta eludir ese sentimiento mediante el consumo de
sustancias. El alcohol es un desinhibidor que facilita el paso a la acción,
pero sus efectos depresógenos son múltiples: biológico (perturbación de los
neurotransmisores vinculada a la dependencia física), sociales (verguenza y
rechazo social) y psicológicos (alteración de la autoestima). En cualquier
caso, la autoestima del paciente alcohólico es muy inestable. Su discurso
oscila de la negación a la desesperación. Ninguna de esas actitudes es eficaz
para salir adelante.
Ciertos
conflictos conyugales y familiares, el ausentismo laboral, el bajo rendimiento
escolar, el aislamiento social y la falta de motivación pueden ser también
depresiones enmascaradas. Un predominio mayor de depresiones somatizadas se
produce en personas que tienden a la negación, la hiperactividad y cierto
control omnipotente del entorno.
La
depresión masculina se enmascara y ese enmascaramiento es costoso. La
depresión (y sólo para mencionar un ejemplo) está asociada a enfermedad
coronaria e infartos cardiacos y cerebrales, padecimientos que afectan a los
hombres con mayor frecuencia y a una edad más temprana que a las mujeres. Los
hombres con depresión y enfermedad cardiaca tienen dos o tres veces más
probabilidades de morir que los hombres con enfermedad cardiaca sin depresión.
En los últimos 40 años, la tasa de suicidio entre hombres ha sido cuatro veces
superior a la de mujeres.
Los
varones son criados en nuestra sociedad para ser exitosos restringiendo la
expresión de emociones. Deben controlarse y son forzados a expresarse a través
de la agresión. Ser “fuerte” significa soportar dolor físico y psíquico
desvalorizando los afectos (en particular la tristeza). Los varones sobrellevan
los duelos de una manera diferente a las mujeres. “Ser fuertes” es encarar la
adversidad sin demostrar emociones (señal de debilidad).
La
depresión y sus manifestaciones serán una oportunidad para lograr entre todos
un nuevo modelo social de masculinidad en que sea posible la expresión de
afecto y ternura.
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