Preservado en Weimar y Suiza, el legado del filósofo alemán fue incluido hace algunas semanas por la Unesco como Patrimonio Documental de la Humanidad en el programa Memory of the World (Memoria del Mundo).
La mayoría de los manuscritos, notas, cartas y libros se hallan en el Archivo Goethe-Schiller de la Fundación Clásica de Weimar y en la Biblioteca Duquesa Anna Amalia de Brunswick-Wolfenbüttel. Estos manuscritos contienen los trabajos preparatorios de casi todos los ensayos y libros publicados por Nietzsche, y también textos inéditos, legajos biográficos y borradores.
Algo ha cambiado, para
desconcierto de muchos, en la cultura universal. El legado de Friedrich
Nietzsche, preservado en Weimar y Suiza, ha sido incluido hace algunas semanas
por la Unesco como Patrimonio Documental de la Humanidad en el programa Memory
of the World (Memoria del Mundo). La mayoría de los manuscritos, notas, cartas
y libros se hallan en el Archivo Goethe-Schiller de la Fundación Clásica de
Weimar (el más antiguo de Alemania dedicado a la literatura) y en la Biblioteca
Duquesa Anna Amalia de Brunswick-Wolfenbüttel. Estos manuscritos contienen los
trabajos preparatorios de casi todos los ensayos y libros publicados por
Nietzsche, y también textos inéditos, legajos biográficos, borradores, esbozos,
extractos y notas en cuadernos y carpetas. El Archivo Goethe-Schiller atesora,
además, gran parte de la correspondencia. El patrimonio nietzscheano también
integra su biblioteca personal, en posesión de la Biblioteca Duquesa Anna
Amalia. Los materiales recopilados por Franz Overbeck, Jacob Bur-ckhardt y
otros se encuentran en la Biblioteca Universitaria de Basilea y en el Archivo
Estatal de Basilea-Ciudad. El legado se completa con la colección
Rosenthal-Levy, que se conserva en la Fundación Casa Nietzsche en Sils Maria.
El comunicado de la Unesco destaca la importancia de los manuscritos de Nietzsche, y de su pensamiento para la cultura y la filosofía, en la medida que se trata –según señala– de uno de los autores más famosos e influyentes en los siglos XX y XXI, que en la actualidad continúa siendo objeto de debate e investigación cultural, social y estética. Por ello lo considera un “fenómeno internacional e interdisciplinario único”. No solo eso, rigurosamente cierto. El organismo entiende, aparte, que la obra nietzscheana constituye, “ante todo”, una reflexión sobre la formación de la cultura moderna, la conciencia histórica, la civilización industrial, las ciencias naturales y la tecnología, y asimismo sobre la pérdida de certezas, el declive de las orientaciones religiosas y la incertidumbre del futuro. Lo cual sería correcto (o más o menos fiel) en términos generales, la condición necesaria para el reconocimiento como Patrimonio Documental de la Humanidad –en otras palabras, la modernidad descentrada de Nietzsche–, solo que es insuficiente, a pesar de todo, para comprender el legado mismo y su proyección, múltiple y turbadora en muchos sentidos, desde el siglo XIX hasta el presente. De lo contrario, no se sabe por qué tiene todavía permanencia e influencia sobre nosotros, o qué hay en el pensamiento nietzscheano, para los modernos tardíos, de interesante y problemático, de actual en su inactualidad.
De cualquier manera, la decisión de la Unesco viene como anillo al dedo para desmentir, una vez más, las interpretaciones (mejor: tergiversaciones) fascistas y nazis, y de cierta izquierda dogmática, del legado filosófico de Nietzsche. Al menos desde la mitad del siglo pasado, si se omite las lecturas antifascistas en los años 30 de Bataille o Jaspers –filósofo y psiquiatra–, el aura maldita de “loco”, “antisemita”, “incestuoso”, “sifilítico”. “reaccionario”, “irracionalista” y otros anatemas comenzó a disiparse en favor de un reposicionamiento más serio de las tesis nietzscheanas. En primer lugar, el nietzscheanismo de derechas, el más preponderante durante una época, si bien no el único (también se realizaron recepciones anarquistas, socialistas y feministas), a partir de cierto momento cedió ante la aparición, lenta y solitaria, de nietzscheanos de “izquierda”. Para decirlo con Derrida, así como el hegelianismo dio una derecha y una izquierda –o sea, Feuerbach, Marx y Stirner–, lo mismo ha ocurrido con Nietzsche. Este giro, por otra parte, no tiene nada de caprichoso. La mayoría de los filósofos llamados, con equívoca significación, “posmodernos” (Deleuze, Foucault, Baudrillard, Lyotard, Vattimo, Rorty, etc.) o bien tienen marcada influencia nietzscheana o bien se afilian a un neonietzscheanismo.
Sin embargo, solo
aquellos que no se han enterado de la evaporación del debate modernidad-posmodernidad
–se justifica: pasó inadvertido– pueden calificar a Nietzsche de “posmoderno”.
En realidad, si se reflexiona un poco y si a fortiori se conoce su obra, es un
epimoderno, en el sentido del prefijo “epi-” (del griego, “sobre”, “encima”,
“exterior”), y esto no se limita a una mera cuestión de semantemas. El
Übermensch, cuyo prefijo über significa “sobre” o “encima de”, traducido y
popularizado como “superhombre” ha contribuido vastamente a enredar el concepto
con un superhéroe de comic o, en otros casos menos chistosos, con la “bestia
rubia” del supremacismo ario. Por lo demás, hay varios abusos hermenéuticos del
legado nietzscheano, empezando por uno de los peores, la publicación en 1901 de
La voluntad de poder a cargo de Elisabeth Förster-Nietzsche, la hermana
antisemita y posterior miembro del partido nazi, un libro que no es de
Nietzsche sino una colección de fragmentos y anotaciones extraídas de su
archivo personal. Por suerte, confusiones de esta clase han sido resueltas,
hasta cierto punto, por la edición crítica de las obras nietzscheanas iniciada
por Colli y Montinari en la década de los 60, que podría indicar un hito en el
viraje del nietzscheanismo.
El legado de Nietzsche, por lo tanto, está abierto a nuevas derivas, aún más cuando en los tiempos que corren se ha destrabado la tendencia posmetafísica de fines de siglo y, de modo exacerbado, la edad del nihilismo (siglos XX y XXI) que previó se hace patente. Algunos de los signos de esta visión nietzscheana son, en parte, los consignados por el comunicado de la Unesco –pérdida de certezas, ocaso de la moral religiosa y naufragio del horizonte de futuro– pero también, por nombrar los más evidentes, crisis del principio de realidad, disolución del sentido de la historia, descomposición de los valores tradicionales (y reacción ultraconservadora ante el fenómeno), gregarismo y masificación. En lenguaje nietzscheano, resumiendo, todo eso se denomina “decadencia” y la no menos inquietante solución “transvaloración de todos los valores”.
PERFI, Rubén H. Ríos
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