Quizás el mayor y exquisito riesgo que hemos corrido con las diversas lecturas de filosofía en los últimos años es quedar atrapados en sus encantos. La fuerza seductora de la filosofía se hace tan subyugante que no permite miradas traicioneras o que la atiendas a medias. Ella disfruta verte en tu desesperación de querer encontrar siempre una explicación lógica a las cosas.
La filosofía teje sus propias lúdicas para buscar la sabiduría desde ella misma. Determinista e impositiva. Sí ciertamente así es. Las tomas a través de un compromiso totalizante o las apartas de tu vista.Las vertientes de la
filosofía son tan intensas y tan extensas; pero, sin embargo, ella hace los
trámites necesarios para que aligeres tu “desquiciante recorrido”.
Nietzsche proporciona, en
sus textos, las claves para acercarnos a su pensamiento. Y en la medida en que
lo vamos leyendo y re-leyendo le encontramos nuevas imágenes, distintas
nociones, irrupción de otras ideas (que no habíamos percibido) como apropiada
referencia para una resistencia intelectual.
Estemos claros. A
Nietzsche no se le puede abordar por las ramas. Ni querer ganar prebendas con
sus aforismos, porque te descubre el ardid tramposo: “Lleno
de bufones solemnes está el mercado! ¡y el pueblo se gloria de sus grandes
hombres!, ¡estos son para él los señores del momento…no tengas celos de esos
incondicionales y apremiantes, amantes de la verdad! Jamás se ha colgado la
verdad del brazo de un incondicional” (Así habló Zaratustra: de las moscas del
mercado).
A lo que menos aspiraba Nietzsche era a tener legión de seguidores, y lo explicitó en Ecce Homo, de esta manera: “no quiero creyentes” … “pienso que soy demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo a las masas…”
Acaso se conformaba con
que apenas hiciéramos el esfuerzo de interpretar su obra llena de
contradicciones, incertidumbres e “invadida de máscaras”.
La Máscara viene a constituir
una destacada categoría en su “tragedia existencial”; consciente como siempre
estuvo que el hombre en su mundo-realidad, en el combate de todos los días
tiene que apelar a las “identidades múltiples”.
Cuando Nietzsche escribe
esto, pareciera señalar que los seres humanos se ven limitados en todas sus
actuaciones a ocultarse en unas máscaras, dice: “pues el disimulo es también
una máscara, por muy ligera que esta sea. Y que de tanto maquillar nuestro
verdadero rostro, hasta en las situaciones más benévolas posibles ya éste
desapareció”.
Todo hace de Nietzsche un
pensador estimulante, al tiempo que “peligroso” e indomesticable.
Bastantes intentos hubo
en su época para someterlo; en su momento quisieron normalizarlo, convertirlo
en pensador políticamente correcto.
Por eso creemos que se
han llevado sino un chasco por lo menos un sustico quienes están deslumbrados
ahora con sus escritos; e ilusionados con pretender etiquetar o meter a
Nietzsche “dentro del corral” para sacarle provecho.
Por Abraham Gómez, En el Nacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario