El Síndrome de
Adaptación Paradójica, es
una aplicación del llamado Síndrome de Estocolmo al ámbito de la violencia
doméstica. Explica cómo las mujeres víctimas de violencia de género desarrollan
un paradójico vínculo afectivo con el maltratador, “llegando
a asumir las excusas esgrimidas por el agresor tras cada episodio de violencia
y aceptando sus arrepentimientos, retirando denuncias policiales”.
Se describe el SAPVD "como un conjunto de procesos psicológicos que por medio de la respuesta cognitiva, conductual y fisiológico-emocional culmina en el desarrollo de un vínculo interpersonal de protección entre la víctima y el agresor" (Montero, 2001), es decir, la mujer crea un vínculo afectivo con su agresor que impide que abandonarle o denunciarle.
Se alcanza a través de
4 fases:
•Fase desencadenante. Comienza
con la primera agresión física. La relación sentimental deja de ser un espacio
seguro y de confianza. Consecuencias:
ansiedad, accesos ocasionales de ira, estado permanente de alerta, provocado
por el miedo a que se repita el incidente. Posteriormente, la mujer sufrirá
depresión, ante su incapacidad de cambiar el contexto, el sentimiento de
pérdida y la acumulación de emociones negativas.
•Fase de
reorientación. La sensación de inseguridad en un lugar
que se supone fuente de confort y seguridad (el hogar), unida a la
sensación permanente de miedo y de incertidumbre ante el hecho de que la
amenaza provenga de alguien que ella eligió para compartir su vida, provoca
desorientación e incertidumbre en la víctima.
Consecuencias en la autoestima y en su propia identidad. Deterioro psicofísico de la víctima; estado
crónico de ansiedad y estrés, intensos sentimientos de culpa y vergüenza.
•Fase de afrontamiento.
La víctima trata de afrontar la situación, lo que dependerá de cómo perciba
sus propios recursos, del apoyo social
disponible y de su estado psicofisiológico en general. Al producirse las
agresiones sin ningún orden prefijado, la víctima no puede desarrollar
estrategias de control, aumentando la sensación de incertidumbre y confusión.
Consecuencias: estrés crónico, aumento del estado depresivo, de los
sentimientos de culpa y vergüenza, embotamiento emocional y aumento de las
conductas de pasividad e indefensión.
•Fase de adaptación. En
esta fase, la víctima se adapta (paradójicamente) a la violencia de su agresor.
Ante la incapacidad de hacer uso de sus propios recursos o solicitar ayuda al
exterior aprende la situación hostil seguirá haga lo que haga (indefensión
aprendida), lo que la llevará a adaptarse a la situación desarrollando
un vínculo paradójico con el maltratador, mediante un proceso de identificación
traumática, a través del cual sólo aceptará sus aspectos positivos (arrepentimiento,
excusas, promesas, etc.), desechando los negativos y desplazando la
culpa hacia elementos externos al maltratador (O’Leary et al,
1989).
Consecuencias: a
partir de este momento, toda la información y que lleguen a la mujer pasarán
por el filtro del nuevo modelo mental que ha asumido (Montero, 2001), lo
que dificultará que ponga fin a su situación. A pesar de que en la actualidad
las cifras que intentan mostrar un perfil de la violencia íntima contra la
mujer en el marco de relaciones afectivas recogen los beneficios de un
progresivo aumento de la publicidad y la concienciación social con respecto a
épocas anteriores, lo cierto es que aún queda mucha realidad oculta por
conocer.
Algunas
consideraciones sobre el síndrome de adaptación paradójica.
Diversos factores han
contribuido a que los contornos del
fenómeno se expongan a la luz pública
pero en muchas ocasiones el silencio de la víctima y el mutismo, a pesar
de observar el problema, de quienes le rodean, obstaculizan la búsqueda de
soluciones. Entre los elementos que
mantienen a la mujer en silencio sobre el maltrato que está sufriendo se
encuentran diversos procesos paralizantes generados y mantenidos por el miedo,
la percepción por la víctima de una ausencia de vías de salida de la situación
de tortura, y la carencia de recursos alternativos, sobre todo en el caso de
mujeres con hijos que no vislumbran, por causas variadas, un apoyo externo
viable.
En muchos casos puede
observarse que tanto mujeres de perfil social considerado más independiente
como aquellas otras de dependencia más ligada a un núcleo familiar del tipo que
sea, comparten la reacción paradójica de desarrollar un vínculo afectivo
gradualmente más fuerte con sus agresores, llegando al punto de asumir las
excusas esgrimidas por el agresor tras cada paliza y de aceptar sus
arrepentimientos, retirar denuncias policiales cuando han tenido un momento de
lucidez y las han presentado, o detener procesos judiciales en marcha al
declarar a favor de sus agresores antes de que sean condenados. El síndrome de
Estocolmo es un conjunto de reacciones psicológicas observadas en personas
sometidas a cautiverio mediante las cuales las víctimas acaban manifestando una
paradójica adhesión a la causa de los secuestradores, estableciéndose cierto tipo
de procesos de identificación entre rehenes y captores e, incluso,
desarrollándose lazos afectivos y de simpatía en el marco del contexto
traumático del secuestro. En muchos aspectos, es posible establecer un
paralelismo muy claro entre la emergencia de vínculos paradójicos en
experiencias de personas sometidas a secuestro y en mujeres que sufren
violencia en la intimidad, a modo de un Síndrome de Adaptación Paradójica a la
Violencia Doméstica.
Igual que las personas
en períodos prolongados de aislamiento durante un secuestro, las mujeres
maltratadas sufren una exposición constante al miedo que provoca la agresión
física continuada en su espacio íntimo. Los iniciales estados agudos de
ansiedad se cronifican pasando a generar cuadros depresivos que se unen a las
claves traumáticas del escenario de violencia para producir una configuración
en donde la mujer, cada vez más aislada del mundo seguro que conocía junto a su
pareja íntima, comienza a perder la noción de una realidad que ya no reconoce.
La ruptura del espacio de seguridad en su intimidad, consecuencia de la
conversión de su pareja de referente de seguridad y confianza a fuente de
agresión y peligro, será el eje de desorientación sobre el que pivotará la
incertidumbre acerca de cuándo y porqué se producirá la siguiente paliza. La
mujer, ante estas perspectivas, pierde la capacidad de anticipar adecuadamente
las consecuencias de su propia conducta y cede, cada vez más, a la presión de
un estado de sumisión y entrega que le garantiza unas mínimas probabilidades de
no errar en su comportamiento. El agresor mostrará momentos de arrepentimiento
que contribuirán aún más a desorientar a la víctima y a incrementar la
auto-culpabilización de la mujer.
La incapacidad de la víctima para
poner en práctica recursos propios u obtener ayuda externa para disminuir el
riesgo de agresión impulsará a la mujer a adaptarse, vinculándose
paradójicamente a la única fuente que percibe de acción efectiva sobre el
entorno: su pareja violenta. Para ello, disociará las experiencias
negativas de las positivas y se concentrará en estas últimas, asumiendo la
parte de arrepentimiento de su agresor, sus deseos, motivaciones y excusas, y
proyectando su propia culpa al exterior de la pareja, protegiendo así su
debilitada autoestima y modificando su identidad. Después, cada una de las
percepciones e informaciones que reciba la mujer pasarán por el filtro del
nuevo modelo mental que ha asumido para explicar su situación, complicándose en
gran medida las probabilidades de extraer a esa víctima del entorno de
violencia. En mujeres con relaciones personales muy limitadas al espacio
doméstico, cuyas oportunidades de intercambio en otros ámbitos estén
restringidas, la percepción de su espacio vital puede ser bastante similar a la
de un cautivo.
El Síndrome de
Adaptación Paradójica a la Violencia Doméstica es, pues,
un proceso generado por el miedo, potenciado por el aislamiento y la carencia
de apoyo externo perceptible, y mantenido por ciertos estilos de personalidad
en la víctima. Este síndrome de
adaptación crea un nuevo modelo para entender la realidad de violencia.
Hay que establecer
medidas de psicología preventiva en los protocolos de atención a las víctimas y
encontrar los procedimientos de intervención específicos para desactivarlo.
Detectar la presencia
de este síndrome no es complicada pero contrarrestar sus efectos sí puede
serlo. La actitud de quienes mantienen
el primer contacto con las víctimas de violencia doméstica como pueden ser centros de atención sanitaria
o social, juzgados o comisarías de policía, es esencial para identificarlo e introducir elementos de
apoyo que permitan a la mujer salir de la dinámica circular que la mantiene
expuesta a la agresión.
Los indicadores del síndrome no son,
en realidad, nuevos en los ámbitos de atención a la mujer: se trata de víctimas
que se auto culpabilizan, que guardan silencio sobre el maltrato, que justifican
cualquier golpe racionalizando los motivos de su agresor y apelando al vínculo
afectivo que les queda. Sin embargo, hasta que dispongamos de
instrumentos terapéuticos que se puedan aplicar con efectividad, conocer el
significado e implicaciones de esos signos, quizás introduzca prácticas que
sirvan para sacar a más víctimas de sus contextos de violencia. La intervención
del Síndrome de Adaptación sobre el mantenimiento del estatus de violencia
requiere reforzar determinados parámetros en los servicios de atención a la
mujer y nos demuestra que el maltrato en la intimidad es un problema social
complejo que requiere cuidar y evaluar de modo sistemático los mecanismos de
asistencia y atención a las víctimas.
El apoyo social y la
calidad de la información que reciban las mujeres sometidas a maltrato son
ingredientes básicos, pero pueden ser contraproducentes si son administrados
con descuido o rutina.
Cuando en nuestro
entorno tenemos la sospecha o detectamos una situación de maltrato, más
importante que hablar del problema en sí mismo con la víctima es exponer
nuestra disposición para ayudarla y
difundir señales de confianza. Generar espacios de seguridad alternativos, que
sustituyan a los fragmentados en la víctima, puede ser la llave para la
apertura de un canal de comunicación que será determinante para extraer a la
mujer del núcleo de la violencia. Se recomienda psicoterapia y prevención
EL Síndrome de Estocolmo
domestico (SIES-9), como un tipo de trastorno de
adaptación, sería el responsable del efecto paradójico encontrado en muchas
mujeres que sufren maltrato en sus hogares, según el cual las víctimas
defenderían a sus agresores como si la conducta agresiva que exhiben hacia
ellas fuera el producto de una sociedad injusta y estos mismos esposos fueran
víctimas de un entorno que los empujara irremediablemente a ser violentos
Montero
modifica la terminología para referirse a esta reacción emocional de las
mujeres maltratadas, denominándolo Síndrome de Adaptación Paradójica a la Violencia Doméstica (SAPVD). El
síndrome APVD, aparece como nuevo concepto proveniente de la aplicación al
ámbito de la violencia contra la mujer en el entorno doméstico del modelo
teórico desarrollado por Montero para el Síndrome de Estocolmo clásico y queda
definido como “un conjunto de procesos psicológicos que, a través de las
dimensiones de respuesta cognitiva, conductual y fisiológico-emocional, culmina
en el desarrollo paradójico de un vínculo interpersonal de protección entre la
mujer víctima y el hombre agresor, en el marco de un ambiente traumático y de
restricción estimular, a través de la inducción de un modelo mental, de génesis
psicofisiológica, naturaleza cognitiva y anclaje contextual, que estará
dirigido a la recuperación de la homeostasis fisiológica y el equilibrio
conductual, así como a la protección de la integridad psicológica, en la
víctima”.