La reacción emocional consecuencia de la desaparición
forzada, tiene elementos de una reacción de duelo pero a la vez esta experiencia
se convierte en traumática y lleva a los familiares a experimentar distintos
eventos de re-traumatizarían que hacen cada vez más complejo el panorama de la sintomatología
emocional.
Se trata de un duelo en
tanto se elabora por qué un miembro de la familia ya no está y además hay
elementos traumatizantes, puesto que la forma como sucede la desaparición
forzada y el proceso de búsqueda, son experiencias que producen afectos masivos
francamente desbordantes.
La experiencia de la desaparición
forzada se caracteriza en un primer momento por la sucesión de hechos que
encadenan un evento sin explicación alguna: Lo primero que deben enfrentar los
familiares de los desaparecidos, es que les ha sucedido lo que nunca sucede, lo
que es imposible que suceda, aunque por desgracia ahora puede ser algo posible
para ciertas persona aquí en el país, esto los lleva a experimentar esta situación
con un dejo mágico, que enseguida remite a los más primitivo del funcionamiento
emocional.
Es por esto que esta situación
se convierte en un estímulo desbordante, que impacta el aparato psíquico,
produciendo una suerte de emociones, desestructurantes, pues lo imposible ha
sucedido y entonces las herramientas emocionales que se han construido a lo
largo de la vida no resulta funcionales, para la comprensión y afrontamiento de
este evento, configurándose un trauma.
También se observa que
se configura un funcionamiento emocional con una fuerte tendencia a la
cronicidad, en la medida en los que los familiares de los desaparecidos,
experimentan un cuadro de congelamiento de su proceso vital, para esperar al
que no se sabe en dónde está.
Las personas que
estructuran un cuadro de duelo suspendido o ambivalente, presenta una
estructura de personalidad prodrómica que se caracteriza por dificultades
vinculares, que los llevan a establecer un vinculo mantenido con un objeto
ausente.
Se considera que la afectación
emocional consecuencia de la desaparición forzada está compuesta por el
interjuego complejo de los tres elementos: duelo, trauma y modalidad vincular.
Este artículo plantea la
comprensión del duelo suspendido, como un fenómeno emocional, que es el
resultado de interjuego complejo de estos tres ejes, para ofrecer herramientas
al lector en el manejo de pacientes que estructuran este funcionamiento
emocional.
En la práctica de intervención
terapéutica se ha encontrado que el primer reto para el paciente es aceptar y
entender que la desaparición, es posible y le sucedió a él o a un ser querido.
Dado que los hechos
abren el espectro de posibilidades ampliamente, entonces los familiares
comienzan a pensar que todo es posible y plantean la hipótesis de lo sucedido,
en las que el campo del pensamiento mágico se valida y además las experiencias
de horror también, lo que nuevamente se convierte en traumático en sí mismo.
La distorsión del
criterio de realidad es muy importante, por lo que se abre el espectro y se
considera natural la psicosis, o la estructuración de un delirio, que se
encapsula, bajo la afirmación: “nadie me va a entender” y “es que a uno, cuando
se habla de familiares de desaparecidos cualquier cosa le abre los caminos de
la esperanza”.
La afección emocional,
llega al punto de la Psicosis alucinatoria de deseo (Freud, 1915), por lo que
los familiares comparten estas experiencias y las convierten en “soluciones” a
su profundo dolor emocional, validándose de manera explícita la difusión del
criterio de realidad; cuando se trata de un mecanismo primitivo, que refleja el
carácter regresivo y masivo de la afectación, que incluye la des-estructuración
del aparato psíquico y no un hecho parte de la cotidianidad.
El trauma, entonces se
observa con síntomas como miedo, hiperactividad y desbordamiento emocional, esto produce un bloqueo en las funciones superiores, que se evidencia en la
rumiación de ideas, dudas obsesivas y en la imposibilidad de responder
asertivamente a los eventos, todo esto como resultado de un mecanismo obsesivo
de emergencia, al que acude el aparato psíquico, para controlar el
desbordamiento emocional, que no resulta efectivo y que va agudizando la
sintomatología.
Al aceptar, la persona
logra contener el dolor y el miedo, abandonando las respuestas primitivas de
tono psicótico, que debilitan su criterio de realidad y además se armoniza,
frente a los afectos producidos por el evento traumático, dejando de lado los
mecanismos de afrontamiento obsesivos.
En los familiares de
desaparición forzada, dar este primer paso y aceptar, puede tomar años,
dependiendo de la estructura emocional de base y de la forma como se dieron los
hechos. Es difícil aceptar la
desaparición forzada, está ligada a una remota fantasía de muerte o de
secuestro.
Es importante aclarar
que aceptar que la desaparición sucedió, no quiere decir que el familiar esté
muerto, es así como surge otro gran reto, que es elaborar el duelo por la
ausencia, no por la muerte, porque no hay elementos de realidad que permitan
hacer esta elaboración, pero si hacer el duelo porque el otro no está.
"La característica
central de este duelo es la ambivalencia, se refiere al tono afectivo propio de
una relación objetal en la que se experimenta amor y odio a la vez, como
opuestos, de tal manera que en la relación coexisten el amor y el deseo de
destruir al objeto a la vez; la necesidad de alejarse del mismo y el deseo de
retenerlo al tiempo" (Fenichel, 1984).
"Esta configuración
vincular regresiva es característica del duelo suspendido, de los casos de
depresión y de las adicciones, la ambivalencia surge y persiste porque se está
tramitando una decepción primitiva, con respecto a uno de los objetos internos,
por lo que la persona a través de la represión o de una formación reactiva está
conteniendo la agresividad y el deseo de venganza contra el objeto idealizado
que ha producido esto" (Fenichel, 1984).
Entonces se observa un
congelamiento espacio–temporal que permite a los familiares, mantener vigente
el vínculo con el objeto desaparecido y esperar.
Las personas para
mantener vigente este vínculo, hacen un reencuentro en la fantasía, por medio
de la construcción de hábitos como ver y hablar con fotos, oír grabaciones,
mantener intactos los objetos personales, como si el familiar estuviera ahí,
etc. Todo esto para evitar el olvido del familiar desaparecido y alimentar la
permanencia del objeto interno.
En conclusión se
considera necesario hacer una valoración inicial, en los casos de Desaparición
Forzada, en la que no solo se exploren los hechos en torno al delito, sino que
además permita hacer un bosquejo general de la modalidad vincular del paciente,
anterior a la desaparición forzada, de origen primitivo.
Esta valoración inicial
tendría el objetivo de plantear una impresión diagnóstica alrededor del duelo,
del trauma y además alrededor de la estructura de personalidad de quien lo
experimenta, haciendo énfasis en su modalidad vincular. Esto para diseñar un
tratamiento potente, que entrada contemple la salida de la situación
ambivalente.
El otro propósito de
este nivel diagnóstico, es permitirle al consultante visualizar, en la medida que
la afectación emocional por el duelo se lo permita, el duelo en el contexto de
su vida, y así iniciar el proceso de estructuración de la consciencia de
enfermedad, de tal manera que se apuntaría a reducir el tiempo del tratamiento.
Por otro lado se puede
concluir que el duelo suspendido, al interior del proceso terapéutico, pasa por
varias etapas de elaboración así:
1.
Experiencia traumática: La forma como se da la
desaparición forzada, lleva a los familiares a experimentar lo que nunca
sucede, la situación en si misma se convierte en un estímulo desbordante, que
impacta el aparato psíquico, produciendo emociones desestructurantes, porque
las herramientas emocionales que se han construido a lo largo de la vida no
resultan funcionales, para la comprensión y afrontamiento de la desaparición
forzada.
La experiencia
traumática, que ha sido vivida como de muerte, se convierte en un recuerdo
profundamente enraizado, de características siniestras, que lleva a experimentar
la sensación simbólica de estar atrapados y sin salida, de tal manera que el
sentido de la vida se va diluyendo hasta llevar a la persona a un empobrecimiento
marcado, que se convierte en la experiencia de no vivir: sin tiempo, ni espacio:
“en el tiempo de dios”, porque la experiencia de vida produce terror.
2.
Aceptar: Es entender que la desaparición, con ese tono
mágico, es posible, y le sucedió a él. Esto quiere decir que la persona logra contener
el dolor y el miedo y poco a poco, al ir elaborando, pasa a aceptar. Hasta este
momento la búsqueda es intensa, pero al aceptar que hay una desaparición forzada,
los familiares comienzan a esperar.
3.
Idealizar para Esperar: Aceptar que la desaparición sucedió,
y que la persona no está, no quiere decir que el familiar esté muerto, porque
no hay elementos de realidad que permitan hacer esta elaboración, pero si hacer
el duelo porque el otro no está.
Inmediatamente el
aparato psíquico, busca ofrecer una salida intermedia al dolor, para modularlo
y así manejar la pérdida, por lo que intenta recobrar el objeto, activando las
identificaciones, favoreciendo la idealización, para fantasear que aún está presente.
Esta dinámica descrita, se vuelve circular, dándose periódicamente un reencuentro fantasmático,
que reedita la relación y mantiene vigente al objeto desparecido.
Se da una adaptación
individual y familiar a la ausencia, no reemplazando al desparecido, sino creando
un orden en el día a día que permite guardarle el espacio. Y se condiciona la
solución a su dificultad emocional a la aparición del desaparecido.
4.
Duelo Suspendido: se da un congelamiento espacio temporal
que le permite a los familiares, mantener vigente el vínculo con el objeto
desaparecido.
La ambivalencia
encubierta por la idealización es exuberante, evidenciándose un bloqueo en
todas las esferas de la vida y apareciendo gran variedad de síntomas somáticos,
que expresan simbólicamente la rigidez del síntoma. "Esta etapa puede durar
todo lo que le queda de vida al familiar del desaparecido".
5.
Caída de la Idealización: El sobreviviente comienza a reconocer
a la persona perdida, como alguien humano con aspectos buenos y aspectos malos,
experimentando desilusión, del mismo monto que la idealización, lo que hace que
nuevamente se vivencie una relación objetal fraccionada, en la que la espera pierde
vigencia, dado que no vale la pena tanto esfuerzo, por un objeto denigrado.
6.
Consciencia de Enfermedad: Se pone en duda la adaptación
emocional creada en la que el deseo se suspende en espera del regreso, y
aparece la consciencia de enfermedad, el darse cuenta de lo bizarro del proceso
de adaptación creado, frente a la desaparición forzada.
"La persona se da cuenta
de que su eje de vida gira alrededor del desaparecido". Por primera vez aparece
la necesidad de resolver el problema emocional que se enfrenta, de no sufrir
más por el duelo.
7.
Trabajo de Duelo: Aparece un fuerte dolor emocional, ocasionado
por el vacío interior que se experimenta, como consecuencia de “la muerte” del
objeto idealizado, pues es en este momento en que el sobreviviente experimenta
que realmente comienza la despedida.
Esta despedida implica
la consciencia de que así aparezca el desaparecido, la vida no va a volver a
ser igual.
Es quizá este el
momento más doloroso del proceso, dado que el vacío se experimenta como la pérdida
de un órgano vital, al punto que las personas sienten que no van a sobrevivir a
tal dolor.
8.
Re-edición de la Modalidad Vincular de Base: Al pasar un
periodo de desidentificación con el objeto perdido, se libera energía psíquica
que hace posible, hacer consciencia de la dinámica emocional propia que sirvió
de soporte para la construcción de un duelo suspendido, activándose entonces
uno de los aspectos fundamentales del duelo que es la re-elaboración de la
modalidad de apego, de la capacidad vincular y de la herida primitiva que llevó
a favorecer esta espera en el vacío.
Es por esto que este
objeto adquiere una gran carga libidinal en el sentido de que para convertirse
en un objeto interno, requirió ser cargado transferencialmente y esto lo llevó
a suplir el vacío constitutivo con que el sujeto contaba de manera estructural
antes de conocerlo.
Esto quiere decir que
este objeto, pasó a ser muy importante libidinalmente, porque le permitía o le
permitió al desaparecer, a la persona suplir sus vacíos o dolores emocionales
provenientes de sus vínculos primitivos.
9.
Volver a Empezar: Se recupera el interés por el mundo
externo, por construir la vida y la situación de estar suspendido cesa.
La persona dispone de
energía psíquica para crear nuevos vínculos con otras personas y actividades.
Es así que al darse
este giro y re-composición en la estructura de base, se abre el espacio para la
última etapa del duelo que es volver a empezar.
Volver a empezar
implica que hay una transformación en el funcionamiento emocional de base y la
persona inicia con una sensación de un comenzar de cero, frágil y desorientado,
por lo que se corre el riesgo de que se presente una identificación con la
victimización y la persona continúe deprimida permanentemente.Sin embargo en general
el proceso terapéutico en este punto se descentra y el volver a empezar
fluye.
Para terminar es
importante entonces entender que la elaboración de la desaparición forzada de
un familiar, se convierte en una oportunidad de morir, para nacer, pues al
morir se gana conciencia y se nace nuevamente a una vida con mayor claridad,
amor, compasión y conciencia.
Alrededor de la muerte
se puede integrar la triada de mente, emoción y cuerpo, a favor de la
integración que lleva a una conciencia mayor, que nos hace responsables desde
lo que elegimos como humanos del devenir de todos nosotros hoy y mañana y
además capaces de aportar conciencia y voluntad a favor de la armonía.