lunes, 18 de agosto de 2014

Alcoholismo y Psicoanálisis

Consideraciones

En su mayoría, los estudios psicoanalíticos encaminados a la comprensión de las manifestaciones adictivas se han centrado en encontrar los mecanismos psíquicos subyacentes a la conducta adictiva, así como también en la comprensión psicodinámica de la personalidad adicta, lo cual ha dado lugar a verdaderas tipologías o “retratos de adictos”, que sólo han conseguido reducir el aporte freudiano a descripciones fenomenológicas y clasificaciones estereotipadas.
Mucho se ha hablado ya de las complicaciones técnicas derivadas de la aplicación del método psicoanalítico al tratamiento de los pacientes adictos, razón por la cual el presente trabajo no pretende continuar con esa polémica, sobre todo sabiendo que el tratamiento de las adicciones se ha transformado en un campo de batalla de las diferentes corrientes de pensamiento de psicología y psicopatología, que han venido disputándose la primacía de los procedimientos técnicos más apropiados para abordar los cuadros adictivos.

La mayor parte de la literatura psicoanalítica disponible sobre alcoholismo se centra en el hecho de que los adictos al alcohol consumen con el fin de sedar la angustia de castración, así como para aliviar los sentimientos de culpa, alcanzar una sensación de poder que les permita vencer un sentimiento de inferioridad, aumentar la estima personal y elevar el estado de ánimo, para neutralizar la función superyoica o para dirigir hacia sí mismos sus tendencias destructivas. Suele decirse que el alcohólico es un individuo pasivo-dependiente, esto es, de carácter oral, a consecuencia de lo cual el alcoholismo no sería más que la no superación de una etapa del desarrollo psicosexual.

El alcoholismo es una relación que se establece con una sustancia inanimada a partir de una  transformación de un vínculo objetal. El paciente Alcohólico intenta prescindir del vínculo amoroso con el objeto para abolir los factores que pueden conducirlo a la dependencia, mediante la fantasía de que el amor del objeto puede ser sustituido por la euforia y fenómenos sensoriales que produce la droga. Sin embargo, el resultado alcanzado es precisamente el opuesto, ya que mediante las perturbaciones emocionales que genera el objeto, la relación de dependencia resulta incrementada.

Sobre la patología de la adicción Lacan establece  una diferencia entre objeto de la necesidad y el deseo, y considera que la relación del objeto ligada a la experiencia intersubjetiva, no se satura en el registro de la satisfacción de las necesidades. En relación a este concepto, la observación de los mecanismos del yo que intervienen en la adicción permite establecer una reconstrucción de la fantasía inconsciente que interviene en esta patología, mediante la cual se intenta prescindir del vínculo amoroso por el objeto. Mediante esa fantasía se sostiene la creencia que el desarrollo libidinal, ha podido establecerse de toda otra condición de que el objeto que no fuera la satisfacción de las necesidades primarias. Por otra parte se niega también  que la satisfacción como la gratificación libidinal proviene de la madre en tu totalidad y son atribuidas solamente al pecho, estableciendo así otro nivel de incisión,  que consiste en la separación del objeto parcial, pecho, y el objeto total que lo contiene. De este modo, la madre resulta sustituible por el pecho como entidad independiente: el biberón aislado de quien lo suministra o el recipiente que contiene las bebidas alcohólicas. 

El objeto es reconocido tan solo en lo que respeta sus funciones nutricias, en tanto es adecuado  para satisfacer una necesidad primaria. Pero la satisfacción es aislada de los aspectos de ternura, amor y sensualidad que constituyen la experiencia amorosa con la madre en el acto de amamantamiento y a su vez es vivenciada como intoxicante.

Fenichel  ha señalado en los adictos que “Los objetos no son para ellos otra cosa que proveedores de suministros”.

Un rasgo llamativo y característico de los alcohólicos es la pasividad y el carácter oral de la misma. Sin embargo, dicha pasividad es sólo aparente, en tanto el paciente alcohólico se encuentra en estado de actuación permanente y utiliza el beber con distintos significados inconscientes que están, de alguna manera, destinados a producir determinados efectos emocionales en las relaciones con los objetos. De este modo, el uso de la ingesta alcohólica en la interrelación con los objetos con una finalidad proyectiva es uno de los factores que determinan la fijación a la adicción. En realidad, en ciertos casos, la adicción persiste como tal porque es el instrumento privilegiado para incidir sobre el objeto con el cual ha sido establecida la verdadera fijación.

Abraham examinó las relaciones psicológicas entre la sexualidad y el alcoholismo. El autor sugiere que el alcohol, al suprimir inhibiciones, incrementa la actividad sexual, no solamente de tipo normal sino también perverso, tal como el incesto, la homosexualidad, la escoptofilia y el exhibicionismo. Destaca que las perversiones como el sadismo y el masoquismo se hacen tan manifiestas que muchos crímenes brutales se perpetran en estados de intoxicación alcohólica. Al referirse al alcoholismo como evasión dice que el alcoholista utiliza el alcohol como medio para obtener placer sin problemas. Renuncia a las mujeres y abraza la bebida. Luego proyecta sus sentimientos de culpa sobre su esposa y la acusa de serle infiel. Abraham considera que la disminución de la potencia es causa principal de los celos del alcoholista. En su artículo "La primera etapa pregenital de la libido" Abraham destaca la importancia en todas las adicciones del deseo oral insaciable. Observó a pacientes que sufrían de alimentación compulsiva y excesiva y notó que si sus deseos no eran satisfechos sufrían una tortura similar a la de los "morfinómanos y a la de muchos dipsómanos". En el mismo artículo examina la adicción a los medicamentos y dice que el neurótico deprimido o excitado es a menudo favorablemente influido, aunque sea en forma pasajera, por el solo hecho de ingerir medicamentos aunque ellos no posean una acción sedante. Es interesante señalar que Abraham destacó sólo el factor oral de las adicciones sin vincularlas a los estados maníaco-depresivos.

Ferenczi contribuye a la psicopatología del alcoholismo con la descripción de un caso de paranoia alcohólica con delirios de celos. Piensa que entre los deseos heterosexuales conscientes y los deseos homosexuales inconscientes del paciente había un conflicto insoluble, pero sugiere que en este caso el alcohol sólo desempeñó el papel de agente destructor de la sublimación. Señalaba que el alcoholismo no es la causa de la neurosis, sino su consecuencia. El alcoholismo tanto individual como social sólo puede curarse con la ayuda del psicoanálisis, que revela las causas de la huida hacia el narcotismo y las neutraliza.

Juliusburger realizó varias contribuciones a la psicología del alcoholismo: destaca la importancia de los impulsos homosexuales inconscientes en la dipsomanía, combinada con una tendencia al autoerotismo y a la masturbación. Considera a la homosexualidad inconsciente sólo como uno de los factores del alcoholismo. Examina las tendencias sádicas de los homosexuales a menudo observables en quienes sufren de delirios celotípicos, y cree que el deseo de intoxicarse responde al deseo de perder totalmente la conciencia individual, subrayando la tendencia al suicidio.

Pierce Clark pone el acento en la importancia de las regresiones profundas en el alcoholismo, tales como las  primitivas identificaciones con la madre combinadas con un intenso amor a sí mismo (narcisismo).

Kielholz realizó muchos aportes a la psicopatología del alcoholismo y la psicosis alcohólica (delirium tremens). Considera al alcoholismo como una neurosis narcisista relacionada con la psicosis maníaco-depresiva.

Rádo realizó una cantidad importante de contribuciones acerca del problema de la drogadicción. En 1926 destacó la predisposición a la adicción sugiriendo que "algunas manifestaciones del erotismo oral están siempre presentes en forma marcada, incluso en aquellos casos de toxicomanía en los que la droga no es ingerida por vía oral". Piensa que el "orgasmo alimenticio" experimentado primeramente por el lactante en el pecho es revivido en la adicción a las drogas, y la excitación sexual perteneciente a las fantasías de la situación edípica se descarga no por medio del onanismo sino a través del orgasmo alimenticio. El sugiere que en la drogadicción crónica "toda la personalidad mental representa un aparato de placer autoerótico.

Simmel realizó numerosas contribuciones a la psicopatología y al tratamiento de la drogadicción y el alcoholismo. En 1928, al examinar la drogadicción, sugiere que los adictos sufren de neurosis narcisistas (enfermedad maníaco-depresiva) que evitan utilizando mecanismos de la neurosis obsesiva. El cree que el efecto de la droga se focaliza en el superyó. También tiene en cuenta la importancia del sadismo en la drogadicción y piensa que, por causa de los impulsos asesinos y de la necesidad de autocastigo el tratamiento del drogadicto está plagado de peligros, en particular el suicidio. Intenta clarificar la relación de la drogadicción con la enfermedad física, la neurosis obsesiva, los estados maníaco-depresivos y la perversión. Por ejemplo, vincula la drogadicción con los ritos obsesivos y la masturbación y sugiere que el deseo de drogarse es sólo una nueva edición del conflicto de la masturbación, de la misma manera que en la neurosis obsesiva. A menudo las drogadicciones comienzan con psiconeurosis bajo el dominio de mecanismos obsesivos, pero ante la vivencia de la intoxicación se convierten en neurosis narcisistas de tipo maníaco-depresivo. Observa que en la enfermedad física, en la depresión y la drogadicción, los instintos agresivos y destructivos se vuelven contra el yo.

Glover realizó su aporte más detallado acerca de la drogadicción. Intenta arrojar luz sobre el desarrollo del abordaje psicoanalítico de la drogadicción y el alcoholismo, examinando críticamente el trabajo de otros analistas desde el punto de vista histórico. Por ejemplo, destaca la imposibilidad de sostener la relación de la drogadicción con una etiología libidinal y una regresión a la oralidad y a la homosexualidad.

Knight contribuyó con varios artículos acerca de la dinámica del tratamiento del alcoholismo, sosteniendo que la adicción alcohólica más que una enfermedad es un síntoma. En muchos casos se descubren tendencias psicóticas, en particular rasgos paranoides y esquizoides. Durante el período de excesiva ingestión alcohólica el paciente entra temporariamente en un estado psicótico y a menudo se registra un acting out regresivo de pulsiones inconscientes libidinales y sádicas. Opina que el alcoholismo representa un intento de encontrar alguna solución o cura al conflicto emocional, e intentó definir el carácter del alcohólico y describió lo que él considera una constelación familiar típica de los pacientes alcohólicos. “La madre por lo general parece ser sobreprotectora e indulgente en exceso. Trata de apaciguar al niño satisfaciéndolo contantemente, de tal manera que el eventual destete del niño sólo puede significar la traición de la madre que lo condujo siempre a esperar indulgencia, y el niño intenta por todos los medios recapturar esta experiencia perdida. A lo largo de su vida tratará de obtener de la gente una indulgencia pasiva y desarrollará modos orales característicos de tranquilizarse cuando sus deseos sean frustrados, deseos que por ser tan inmensos lo más probable es que a menudo se frustren. A esto reaccionan con rabia, la cual es vivida por lo común como una insatisfacción inquietante y un agitado resentimiento interno. Toda aflicción psicológica resultante de los sentimientos de inferioridad, de la pasividad del paciente, de la frustración y de la rabia, y de la culpa o rencor, es mitigada por el pacificante alcohol.

El padre del alcohólico es casi siempre frío y nada afectuoso, más bien dominante respecto de su familia e inconsistentemente severo e indulgente hacia su hijo. Por lo general hay un resentimiento y una rabia reprimidos contra esta poderosa figura paterna y a menudo la bebida represente una parte de una rebelión adolescente no resuelta contra el padre. Knight destaca que el paciente restaura al beber la profunda perturbación de su autoestima. Relaciona el deseo de beber con el antiguo deseo infantil insaciable del pecho, pero este deseo se refuerza por el desafío del paciente a la sociedad, a sus padres y por su protesta masculina. Después de beber está deprimido, con intenso arrepentimiento y asqueado con sigo mismo. También se ve aterrorizado por la peligrosa destrucción que importa la conducta a la que se ha entregado. Pero a pesar de ello conserva una confianza suprema en la magia del alcohol. El paciente se siente traicionado por el alcohol pero sufre su atracción, del mismo modo como se sintió traicionado por su madre y sin embargo la deseó con vehemencia por sus indulgencias”.

Son muchos los analistas que investigaron la relación de la drogadicción y el alcoholismo. Los estudios de investigación llevados a cabo por el psicoanálisis han mostrado que toda persona que hace uso excesivo del alcohol, es para llenar o compensar alguna carencia dentro de su persona. Las carencias guardan relación con sentimientos de frustración en el amor, en la sexualidad, con la falta de ambición, inseguridad, etc., que la persona trata de compensar con el uso del alcohol. En los casos de carencia afectiva, el alcohólico suele culpar a su pareja de no sentirse querido. Este tipo de personas suelen expresar su malestar afectivo con ira y violencia hacia la persona de la que se espera recibir un amor que nunca recibió. Otra variante es aquella de hombres y mujeres que viven su vida de manera insatisfactoria por no haber logrado alcanzar metas mejores que las conseguidas. Y otra variante, dentro de las más frecuentes, es cuando el alcohol esconde un estado de tristeza o depresión. Con mayor frecuencia, observamos que tras un estado de alcoholismo, subyace una gran depresión que la persona tapa con el uso del alcohol. Se debe ser muy cauto a la hora de hacer el diagnóstico de alcoholismo, porque no se han encontrado dos alcohólicos iguales ni son las mismas causas las que incitan a una persona a la búsqueda de un refugio en el alcohol. El psicoanálisis hoy por hoy vuelve a ser una terapia muy efectiva para entender las causas que originan el alcoholismo en hombres, mujeres y jóvenes. Podemos decir que incluso cambian su manera de amar y de posicionarse ante el mundo. Lo que llamamos una rectificación subjetiva.

Colette Soler nos explica que existen síntomas que son parcialmente desconocidos, que el sujeto queda cautivo de conductas de goce no percibidas como tales, no subjetivas hasta que el análisis le haga apreciarlas.

Sabemos que hay adictos neuróticos, psicóticos y perversos, sabemos también que desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica, la adicción no puede percibirse como una enfermedad ni como una estructura clínica. El tratamiento psicoanalítico permite que el sujeto pueda ir articulando las causas que lo llevan a consumir drogas o alcohol. La clínica psicoanalítica de las adicciones tiene como objetivo que el sujeto logre construir la función que tiene el alcohol o las drogas en su economía libidinal, separándolo de las marcas y de las etiquetas con que se los identifica.

“Al beber hay un goce más allá del goce fálico, el goce que suple la no existencia de la relación sexual”.  Parece que el tratamiento psicoanalítico está permitiendo que el paciente neurótico obsesivo logre visualizar que el alcohol lo impulsa a cometer actos que están insertos en su fantasma fundamental. "La diferencia entre un neurótico y un perverso es que allí donde el neurótico goza al imaginar que lleva a cabo sus fantasías más recónditas (tanto sexuales como sádicas), no pasa al acto. En cambio, el perverso si lo hace. El perverso pasa al acto esas fantasías sádicas, sexuales y retorcidas. Decimos que el neurótico no pasa al acto, siempre y cuando no esté alcoholizado. Cuando el neurótico bebe y se emborracha, pierde la conciencia, entra en un estado de ebriedad y generalmente, pasa al acto esas fantasías prohibidas, dejándose arrastrar por la voz superyoica obscena y feroz que le ordena hacerlo. Cuando el sujeto vuelve a estar consciente (cuando está sobrio) y se da cuenta de lo que hizo en estado de ebriedad (pasar al acto esas fantasías que se encuentran siempre en el campo de la perversión), no soporta muchas veces ni mirarse al espejo. Siente vergüenza, arrepentimiento, remordimientos. Muchos de ellos tienen tal insoportabilidad que pasan al acto e intentan suicidarse; algunos lo consiguen, otros son rescatados de la muerte".

El psicoanálisis está allí para poder analizar, observar, reflexionar y articular la historia de cada uno. Pasar por la palabra ese goce que forma parte de nuestros más grandes sufrimientos y temores, para hacer algo con ello. El psicoanálisis contemporáneo de las adicciones puede enriquecer la comprensión y el proceso de recuperación de las personas que sufren dependencia a sustancias.




Referencias: 
Sobre la patología del alcoholismo y la drogadicción
en la experiencia psicoanalítica
Freud, Sigmund. Más allá del principio del placer.
Lacan, Jacques. Kant con Sade. Escritos II
Soler, Colette. Lo que Lacan dijo de las mujeres.
Desarrollo post-freudianos sobre adicciones. 

martes, 12 de agosto de 2014

Detectando la Violencia de Genero

Es necesario entender que la violencia de género se basa en una dinámica que mantiene atrapadas psicológicamente a las mujeres maltratadas. Por decirlo de una forma burda digamos, que en un primer momento el maltratador prepara a su víctima, despojándola de su seguridad, confianza, autonomía, etc. con diferentes manifestaciones de maltrato psíquico para que cuando llegue el maltrato físico (si se produce) la víctima se sienta sola, avergonzada, con sentimientos de culpabilidad y totalmente dependiente de su verdugo.

Como familiares, amigos, compañeros de trabajo estamos en condiciones de ayudar a una mujer víctima de algún tipo de violencia de género. No se trata solo del golpe o los dolores de compleja explicación sino de otras señales a veces más sutiles.

Se presenta un patrón cíclico, que se desarrolla en tres fases, “el ciclo de la violencia”. Se trata de un ciclo repetitivo, donde las diferentes fases cada vez se reproducen en espacios más cortos de tiempo y con mayor intensidad. La violencia de género suele manifestarse en primer lugar con agresiones verbales (maltrato psíquico) en sus formas más encubiertas, humillaciones, descalificaciones, insultos, pasando a las agresiones físicas (maltrato físico) con empujones, bofetones y en casos extremos palizas, violaciones e incluso la muerte.

Las fases del ciclo son tres:

1.- Fase de tensión: la agresividad se manifiesta con agresiones verbales (descalificaciones, ridiculización, insultos, etc.) o agresiones físicas “moderadas” (empujones, bofetones, etc.). La mujer como mecanismos para intentar racionalizar la situación y adaptarse a esta, desarrolla sentimientos de auto-inculpación “Yo lo he provocado, es culpa mía”, busca respuesta en factores externos “Está nervioso por el trabajo”, o incluso quita importancia a la actitud violenta "Bueno no ha sido tan grave. Es solo un bofetón”. Es un momento en el que la mujer extrema el cuidado para calmar la tensión, sintiéndose confundida y angustiada. En este período puede estar la relación mucho tiempo.

2.- Fase de explosión violenta: cada vez son más frecuentes los momentos de tensión, hasta que finalmente se producen los comportamientos violentos produciendo lesiones físicas y/o psíquicas y/o sexuales.
Es un momento de sometimiento, castigo y aislamiento que provoca una situación de alerta permanente y un estado de parálisis emocional de la mujer ante su impotencia y su incapacidad para predecir las consecuencias de sus actos. Es una fase breve pero intensa.

3.- Fase de amabilidad y afecto, conocida como “luna de miel”: el agresor promete que no volverá a pasar. Se caracteriza por una situación de extrema amabilidad, donde el agresor manipula psicológicamente con el perdón y el arrepentimiento. Este momento actúa como una trampa ya que inclina a la mujer a permanecer en la situación ante la ilusión del cambio. Es una fase de aparente tranquilidad que dura un poco más que la anterior.

Indicadores para Detectar Violencia de Género  

Maltrato Físico: Acción no accidentada, por parte del hombre, que provoque o pueda producir 
daño físico o enfermedad en la mujer, o que la coloque en grave riesgo de padecerla. 
Manifestaciones: Ej: 
  • Bofetadas
  • Empujones
  • Golpes
  • Pellizcos
  • Palizas, etc. 
Indicadores: Ej: Hematomas, Fracturas, Quemaduras de cigarrillos, Lesiones por cuerdas en cuello, 
torso, Cortes, Mordeduras humanas, Heridas, Arañazos, Problemas físicos o necesidades médicas 
no atendidas, Perfora.

Maltrato Psíquico: Hostilidad verbal o no verbal reiterada que produce humillación, miedo, temor y que perjudica la estabilidad de la mujer con graves secuelas para su salud mental y/o autoestima. 
Manifestaciones: Ej:
  • Amenazas
  • Vejaciones
  • Exigencias de obediencia
  • Coacción verbal
  • Insultos
  • Aislamiento
  • Privación de la libertad
  • Descalificación
  • Ridiculización
  • Destrucción o daño de objetos a los que se tiene cierto apego o cariño
  • Desautorización
  • Control del dinero
  • Manipulación afectiva
  • Amenazas repetidas de divorcio, etc.
Indicadores: Ej: Sensación de ahogo, Mareo, Inestabilidad, Palpitaciones - taquicardia, Temblor, 
Sudoraciones, Náuseas, Miedo a morir, Miedo a volverse loca o perder el control, Hipervigilancia. 
Poco apetito o voracidad, Insomnio o hipersomnia. Pérdida de energía o fatiga, Disminución de la 
autoestima, Falta de concentración, Dificultad para tomar decisiones, Escasas relaciones sociales. 
Sentimientos de culpa, Manifestaciones somáticas, Intentos de suicidio.

Maltrato Sexual: Imposición de una relación sexual no consentida. Existen 3 modos de maltrato sexual: 1. abuso sexual, 2. agresión sexual y 3. acoso sexual. 
Manifestaciones: Ej: 
  • Agresión 
  • Abuso 
  • Inducción a la prostitución 
  • Realización de prácticas sexuales no deseadas
Indicadores: Ej: Hematomas y heridas (ej. interior del muslo), Sangrado anal y/o genital, Fisuras anales 
Dolor en genitales, Contusiones en monte de Venus, vulva y mamas, Traumatismos en la vulva. 

Los tipos de violencia que se describen, no aparecen de forma independiente unos de otros, sino que el maltrato suele ser una combinación de sus diferentes manifestaciones. 

Si te parece que una persona de tu entorno está sufriendo algún  tipo de violencia:

1) No la juzgues e intenta entenderla
2) Favorece situaciones en las que pueda hablar de lo que le pasa y en las que puedas contarle tu impresión desde afuera
3) No la dejes sola, evita que se aísle
4) Explícale donde y como puede pedir ayuda
5) Llama a la policía si crees que su integridad está en peligro

¿Y si te pasa a ti?

Pedir ayuda no te compromete a decidir sobre lo que deseas o no deseas hacer, pero te dará información sobre tus opciones, cuando la violencia comienza generalmente se agrava y para salir de ella necesitarás ayuda externa.

1)  Si tu situación es de riesgo y urgente, tienes derecho a pedir :
  •      asistencia médica
  •      asistencia jurídica
  •      alojamiento de urgencia si tienes que dejar tu domicilio
  •      una orden de protección si crees que estás en peligro
2) Si tu situación no es urgente pero tiene que ver con abusos psicológicos o económicos crónicos y prolongados en el tiempo,  tienes derecho a:
  • informarte sobre tus opciones
  • hablar con tus amigos o familiares sobre lo que pasa
  • no vivir asustada, agobiada, triste e insegura sobre tu futuro
  • pedir ayuda profesional para entender por qué entraste y te mantienes en esta relación
Requieres Asesoramiento y Ayuda psicológica, Social y Jurídica.

¿Qué le puede pasar a la mujer?
  • Puede que sea retraída y se aísle del entorno, que no participe en charlas o debates cuando está su marido y sí lo haga si está sola
  • Puede ser una persona ansiosa
  • Puede no valorar sus logros personales o no gustarse físicamente
  • Puede no hablar nunca de su vida familiar
  • Puede ser una persona que nunca dice NO de frente
  • Puede que sea una persona que no se anima a tomar decisiones que supongan gasto de dinero
  • Puede que sea una persona que nunca sale sin su pareja ni tiene actividades o amistades que no sean compartidas
  • Puede que sea una persona que se autoexige laboralmente y que excusa a su pareja si es exactamente lo opuesto
  • Puede que sea una persona que justifica siempre los argumentos de su pareja
  • Puede que sea una persona que sobrevalora los logros de su pareja
  • Puede que a veces tenga golpes, moretones o contusiones  que no sabe explicar
  • Puede que sea una persona con tendencia a idealizar y dificultades para ver los aspectos difíciles de cualquier situación
  • Puede ser una persona que reacciona en exceso a situaciones de tensión en los grupos.

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Este tipo de mujeres tienden a ocultar y negar sus síntomas, no sólo por las características de su enfermedad, sino para no llamar la atención sobre el problema en sus relaciones de pareja. Puede temer, que si pide ayuda se descubra su situación, con el consiguiente riesgo hacia si misma, ya que simplemente pedir ayuda a un médico puede desencadenar más violencia o también romper una relación a la que al principio de los episodios de maltrato se sienten profundamente vinculadas. Conviene recordar que las mujeres maltratadas no suelen pedir ayuda antes de alrededor 10 años de sufrir malos tratos en los casos no muy violentos.

Por otra parte suelen utilizar su depresión como una fuente de protección. No es extraño que se digan a sí mismas “Mi situación no es tan mala, lo que pasa es que yo estoy deprimida”.

Al igual suelen presentar "El síndrome de la mujer maltratada", se define como una adaptación a la situación aversiva caracterizada por el incremento de la habilidad de la persona para afrontar los estímulos adversos y minimizar el dolor, además de presentar distorsiones cognitivas, como la minimización, negación o disociación; por el cambio en la forma de verse a sí mismas, a los demás y al mundo. También pueden desarrollar los síntomas del trastorno de estrés postraumático, sentimientos depresivos, de rabia, baja autoestima, culpa y rencor; y suelen presentar problemas somáticos, disfunciones sexuales, conductas adictivas y dificultades en sus relaciones personales. Los efectos se equiparan al trastorno de estrés postraumático, cuyos síntomas y características, sin duda, aparecen en algunas de estas mujeres: re-experimentación del suceso traumático, evitación de situaciones asociadas al maltrato y aumento de la activación. Estas mujeres tienen dificultades para dormir con pesadillas en las que reviven lo pasado, están continuamente alerta, hipervigilantes, irritables y con problemas de concentración. Además, el alto nivel de ansiedad genera problemas de salud y alteraciones psicosomáticas, y pueden aparecer problemas depresivos mayores con alta tendencia e ideación suicida.

La mujer sufre lesiones físicas repetidas y de gravedad creciente, con problemas psicosociales como depresión, irritabilidad, crisis de pánico, fobias, insomnio, baja autoestima, ansiedad, dolor crónico, abuso de sustancias como fármacos o alcohol e intentos de suicidio. Las lesiones físicas por malos tratos a menudo son bilaterales y solo se descubren en zonas cubiertas por la ropa. También pueden existir contusiones, laceraciones, abrasiones y signos de violación. La mayoría de las mujeres no acude a urgencias, sino a la consulta del médico general. El embarazo puede precipitar los episodios iniciales de malos tratos o incrementarlos, si ya existían. Las mujeres maltratadas tienen el doble de posibilidades de abortar, y hasta cuatro veces más posibilidades de tener un hijo con bajo peso al nacer.

Es importante solicitar la ayuda de inmediato a familiares y amigos. Si fuese necesario, también la ayuda profesional y legal.


http://alex-psicoclinica.blogspot.mx/2012/09/violencia-la-mujer.html
http://alex-psicoclinica.blogspot.mx/2012/03/la-mujer-maltratada.html
http://alex-psicoclinica.blogspot.mx/2014/01/el-poder-secreto-de-la-victima.html


sábado, 9 de agosto de 2014

Controlar la Impulsividad en Niños

Tratare la impulsividad desde su manifestación en niños de población normal o con algún diagnóstico de TDAH. Sin mencionar aquí las manifestaciones de impulsividad debidas a otros trastornos clínicos más severos (autismo, psicosis, síndrome x frágil, retraso mental, etc.).
Hoy en día, la impulsividad en muchos niños se manifiesta con una gran intensidad y frecuencia, llegando a alterar la convivencia y condicionar la vida de los padres que la sufren. Es un hecho evidente que, además, la impulsividad parece manifestarse en niños cada vez más pequeños, esto puede atribuirse en parte a los actuales estilos de vida modernos (ambos padres con largas horas de trabajo) y también en algunos casos a una falta de recursos o conocimientos por parte de los padres o educadores que simplemente se ven desbordados y no saben cómo afrontarlo. Por ello, es cada vez más frecuente buscar ayuda profesional. Normalmente, la impulsividad viene acompañada de hiperactividad y déficit de atención en lo que denominamos: TDAH y esto puede ser la antesala de problemas de aprendizaje, conductas disruptivas y más adelante, agresivas o delictivas. Sea como fuere, hay niños que presentan serias dificultades para reprimir sus impulsos y esto les conlleva numerosos conflictos tanto en el ámbito familiar como en el escolar.

El niño Impulsivo

Las características nucleares que presentan los niños que denominamos “impulsivos”. Estas manifestaciones se están presentando en edades cada vez más avanzadas (2, 3 años) y pueden suponer para la familia una alteración significativa en la vida cotidiana si se desconocen los motivos y la forma correcta de actuar. Algunas pistas para detectar el niño impulsivo:
  • Primero hace, luego piensa.
  • Contesta antes de acabar de oír la pregunta.
  • Dificultades para aguardar el turno en los juegos.
  • Dificultad para aplazar una gratificación.
  • Mal perder. No soporta que le ganen.
  • Interrumpir o estorbar a los demás.
  • Se entromete en los asuntos de los demás.
  • Baja tolerancia a la frustración.
  • Poco autocontrol.
  • Desobediencia, negativismo.
  • El niño reconoce su problema pero no puede controlarlo y reincide.
  • Poco control sobre la expresión de sentimientos.
  • No evalúa consecuencias.
  • Dificultad para inhibir la conducta. No siguen instrucciones
  • Puede involucrarse en actividades físicas peligrosas sin valorar sus consecuencias.
  • En niños pequeños se dan fuertes rabietas incontroladas.
Estas son algunas de las manifestaciones que podríamos incluir dentro del concepto de “impulsividad”. Algunos padres, simplemente definen al niño impulsivo, como un niño que tiene un fuerte carácter o temperamento.

La impulsividad, actualmente, se detecta y diagnostica como parte nuclear del TDAH. (Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad). Si bien, los manuales que contienen los criterios diagnósticos (DSM-V o anteriores) permiten hacer el diagnóstico de TDAH con predominio o no de alguno de los tres factores nucleares: la mencionada Impulsividad, el Déficit de Atención o la Hiperactividad.

La impulsividad como factor psicológico independiente o no, precisa de un tratamiento más detallado y un abordaje más explícito. Las razones son obvias. La impulsividad tiene repercusiones directas sobre las interacciones familiares, pudiendo alterar el desarrollo adecuado de vinculación afectiva y el equilibrio emocional. También deteriora seriamente la capacidad de aprendizaje del niño y su buena adaptación a la escuela y compañeros. Finalmente una impulsividad no trabajada a tiempo y que se manifiesta en un entorno desestructurado, es el camino más directo para conductas violentas o delictivas en el futuro.

Orientaciones Generales para Regularla

1.-En primer lugar, debe quedar claro que el niño tiene dificultades para regular su estado de activación. Por eso siempre suelo recordar que: “No es tanto que no quieran autocontrolarse sino que no pueden”. Una vez activados (descargas hormonales conjuntamente con emociones intensas de frustración) tienen que efectuar alguna acción (rabietas, huída, agresión, lanzamiento objetos, etc.). Ello no quiere decir que seamos tolerantes, sino que desde la comprensión de lo que pasa podemos ayudarle de forma más eficaz. A este respecto, hay que señalar, que la mayoría de niños impulsivos suelen luego arrepentirse y se comprometen a no volver a hacerlo cuando se lo razonamos. No obstante, vuelven a recaer en los mismos comportamientos disruptivos al tiempo que manifiestan una cierta perplejidad o inquietud al verse superados por sus propios actos y no saber por qué vuelve a ocurrir. También puede suceder que estos episodios se refuercen si con ello el niño consigue lo que quiere y, por tanto, puede aprender a manipularnos a través de ellos.
2.- El niño debe aprender, aunque aceptemos el hecho de que tiene dificultades para controlarse, que sus actos tienen consecuencias. Por ello, contingentemente a las rabietas, conductas desafiantes, agresiones u otros, deberemos ser capaces de marcar unas consecuencias inmediatas (retirada de reforzadores, tiempo fuera, retirada de atención, castigo, etc.). Por ejemplo si ha lanzado objetos, deberá recogerlos y colocarlos en su lugar; si ha insultado deberá pedir disculpas, etc. Deberemos, pero, esperar a que se tranquilice para aplicar las contingencias marcadas.
3.- Es muy importante que cuando se produzca un episodio de impulsividad extrema (rabieta, insultos, etc.) los padres, maestros o educadores mantengan la calma. Nunca es aconsejable intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos momentos. Esto complicaría las cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y tranquilos pero, a la vez contundentes y decididos. Por ejemplo, ante las rabietas incontroladas de los más pequeños, decirle: “Mamá (o papá) están ahora tristes con tu comportamiento y no queremos estar contigo mientras estés así”. Los padres se retiran buscando una cierta distancia física (según las circunstancias: calle o casa) pero también afectiva. De esta forma, el niño, recibe a nivel inconsciente un mensaje muy claro: Así no vas a conseguir las cosas.
4.- Contingentemente a estas actuaciones, también podemos introducir las medidas correctoras (castigo): “Cómo has insultado a papá (o mamá) hoy no podrás ver los dibujos que tanto te gustan (o no jugarás a la play, etc.). Papá está triste porque no quiere castigarte, pero tiene que hacerlo para ayudarte a mejorar”.
5.- No entrar en más discusiones o razonamientos en el momento de activación por parte del niño.
6.- Nunca decirle que es malo sino que se ha portado mal durante unos momentos y que eso puede arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo con otros niños que son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle primero los aspectos positivos que probablemente tiene al mismo tiempo que le señalamos los que debe corregir.
7.- Hay que insistir en la necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño cuando queramos corregir sus actos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias entre los padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las rabietas u otras se incrementarán. Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando, llorando o fuera de control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo que se esté quieto y callado.
8.- No basta con saber contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños requieren también que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más adelante se dan algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben ser hechas en caliente sino en frío cuando las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es por la noche antes de acostarse.

Estrategias para Corregirla

Recordar que la impulsividad como rasgo de temperamento puede deberse, en parte, a predisposiciones genéticas pero la propia experiencia vital del niño y las condiciones de su entorno determinarán, la intensidad, frecuencia y forma en la que finalmente se expresa. Un ambiente familiar tranquilo y colaborador es el mejor aliado para corregir conductas.

Algunas estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas según edad:

Para los más pequeños (hasta 5 o 6 años) ante las manifestaciones impulsivas (rabietas, gritos, lloros, etc.) deberemos aplicar la retirada de atención física y afectiva tal como hemos explicado anteriormente y, si procede (según intensidad o características del episodio), aplicar algún correctivo. No basta con saber establecer límites o castigar, deberemos completar el trabajo con ejercicios de vinculación afectiva como leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación por la noche antes de dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar con ellos y analizar lo que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y capacidad del niño. A los más pequeños les costará entender los razonamientos basados en la lógica o moral adulta, por tanto, evitar excesivas explicaciones.

Es importante, también, que empecemos a trabajar con ellos las sensaciones internas que preceden a las manifestaciones impulsivas. Si el niño va tomando conciencia de ello podrá más fácilmente aplicar en el futuro técnicas de autocontrol. Dicho de otra forma: Si el niño logra detectar su estado de activación fisiológica previa al episodio disruptivo, podrá poner en marcha alguna de las estrategias incompatibles con el estallido impulsivo y, por tanto, evitar su manifestación.

Algunas Estrategias de Intervención

El Volcán

Muchos niños identifican la sensación que viven justo antes de “explotar” como una especie de calor interior intenso e incontrolable acompañado de fuertes emociones que no pueden reprimir y preceden irremediablemente al episodio disruptivo.

Una buena estrategia para que el niño empiece a tomar conciencia del problema y pueda comenzar a controlarlo, consiste en hacerle visualizar todo el proceso en forma de imágenes. Podemos ayudar al niño a imaginarse que en su interior hay un volcán que representa toda su fuerza y energía, pero, a veces, se descontrola y se produce la erupción. Cuando empieza a enfadarse, el volcán (que estaría situado de forma imaginaria en la zona del estómago) se calienta y empieza a producir lava caliente hasta el punto que, si no lo controlamos, estalla.

De lo que se trata es de ayudar al niño a que identifique las propias sensaciones internas previas al estallido y así, poder controlarlo. Una vez que el niño se ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que ponga en marcha recursos para parar el proceso.

Debemos, pues, encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada niño a la hora de hacer frente a la impulsividad y autocontrolarse. Hay estrategias muy simples que consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente respirar varias veces profundamente al tiempo que se da interiormente autoinstrucciones (Para, Stop, Tranquilizate, Controlate, etc.). Esta técnica suele ser muy eficaz si, además, hemos trabajado con el niño alguna técnica de relajación.

Para niños muy impulsivos, es probable que les cueste cierto tiempo y práctica desarrollar estos hábitos. En estos casos, podemos darles también la instrucción de que cuando se noten muy activados intenten separarse físicamente de la situación como método para tratar de evitar el episodio (apartarse de un niño que le insulta, ir a su habitación ante una reprimenda, etc.). Todo ello debe llevarse a cabo bajo supervisión del adulto y teniendo en cuenta la edad del niño. Los niños más pequeños (menos de 5 años) tendrán más dificultades para trabajar con auto instrucciones.

El Semáforo

Uno de los problemas recurrentes que nos encontramos cuando trabajamos con niños impulsivos y/o hiperactivos es que no son conscientes de su estado de activación y eso les conduce irremediablemente al conflicto. Esto es especialmente problemático en la escuela.

Una estrategia que empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semáforo. La estrategia es simple: se trata de avisar al niño o grupo de alumnos (proporcionarles feedback) cuando se están empezando a activar.

Lo importante aquí es trabajar en la identificación de las sensaciones previas a las conductas impulsivas y fomentar en el niño su reconocimiento como paso previo a la incorporación de recursos de autocontrol. Si el niño ha trabajado, paralelamente, alguna técnica de relajación o estrategia alternativa de afrontamiento, podrá intentar ponerla en marcha cuando note la activación o se le avise de ella. Por ejemplo podemos (según edad y características del niño) enseñarle a que cuando se note activado procure respirar profundamente al tiempo que se da auto instrucciones: “Tranquilo”, “Cálmate”, etc.

En casos de niños especialmente conflictivos podemos darle instrucciones para que se separe físicamente de la situación o vaya fuera a un espacio abierto. Insisto en la necesidad de adaptar todo esto a las circunstancias del niño y, en su caso, a la de los centros escolares.

La técnica del semáforo es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las que todos los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación del grupo en casos en los que haya riesgo de conflicto.

La Relajación

Uno de los mejores aliados en nuestra lucha por ayudar a los niños impulsivos, lo constituyen, sin duda, los diferentes métodos de relajación. Podemos utilizar técnicas adaptadas a las diferentes edades y necesidades. Además la relajación, bien efectuada, no presenta ningún tipo de contraindicación y puede ser aplicada a la mayor parte de la población. En la siguiente tabla expondré las diferentes técnicas de relajación según edad para pasar después a una explicación de las mismas.

a) Primera Infancia de 2 a 6 años
Se inicia la relajación básicamente como un juego.
b) De 7 a 9 años
En esta etapa pueden introducirse técnicas más estructuradas. Recomendamos probar con la progresiva (tensión-distensión) y con autógena la  Hay que adaptar la técnica a la edad del niño.
c) Preadolescencia de 10 a 12 años
En esta edad debemos actuar según las preferencias naturales del niño. Si no se ha familiarizado antes con estas técnicas, aconsejamos probar con todas ellas para averiguar la que se adapta mejor al niño. El orden puede ser: Progresivaautógena, pasiva y respuesta relajación. Puede utilizarse también una mezcla de ellas.
d) Adolescencia de 13 a 17 años
En esta etapa es importante que el niño consolide el hábito de aplicar las diferentes técnicas por él mismo y según sus necesidades. A esta edad puede utilizar cualquiera de las técnicas o combinación de ellas que le resulten agradables o más fáciles de manejar. En general, pero, se prefieren las de tipo autógeno

a) Primera infancia (de 2,5 a 6 años)
Evidentemente, en esta etapa hablaríamos de “juegos de relajación” más que de técnicas. Con ello queremos resaltar el hecho de que este tipo de intervenciones guiadas por los padres deben ser, ante todo, vividas y entendidas por el niño como un juego. Más adelante, a partir de los 6 años, podemos ya introducir diferentes técnicas más estructuradas en función de las necesidades de cada caso. 

Con los más pequeñitos, nos ayudará tener un entorno tranquilo, silencioso. Podemos trabajar la relajación justo antes de empezar a dormir, en la cama, y facilitarle así su transición al sueño. La forma en que debemos aplicarla es básicamente a través de los cuentos. Podemos utilizar, por ejemplo, el cuento de la tortuga y la liebre. "El cuento narra la historia de una liebre que retó a una tortuga a efectuar una carrera. Convencida de su superioridad, la liebre empezó a correr y se dispuso a esperar la tortuga justo antes de cruzar la meta y así poder reírse de ella. La tortuga fue llegando poco a poco pero, cuando llegó, la libre se había dormido…"


A partir de este relato se le puede pedir al niño que haga de tortuga (respirar lento, mover brazos y pies lentamente, meterse en su casa y permanecer quieto unos instantes…) o de liebre (respirar rápido, agitar brazos y pies…). El cuento debe acabar que gana la tortuga y el niño efectúa las respiraciones lentas y relaja todas las extremidades. Al final la tortuga se mete en su casa, apaga la luz y se dispone a descansar para recuperarse y empezar el día bien…


Los cuentos pueden variarse utilizando otros animales (elefante-hormiga; gato-ratón; etc..) o situaciones pero buscando siempre que el niño tenga que imitar ciertos comportamientos antagónicos (lento-rápido,ruido-silencio, tenso-relajado, etc). Podemos utilizar también algún objeto o juguete para ayudarle a identificar tensión-distensión. Por ejemplo una pequeña pelota de goma colocada en su mano y haciendo los ejercicios apretando y aflojando la presión sobre la pelota. Otra opción es utilizar algún peluche de su preferencia.

Los ejercicios de respiración (aprender a inspirar por la nariz y expirar por la boca de forma pausada) lo podemos hacer también diciéndole al niño que se imagine que es un globo que lentamente se va hinchando (le damos también instrucciones para que vaya alzando los brazos al tiempo que se hincha) para después deshincharse (expirando el aire y bajando lentamente los brazos). 

A medida que se va haciendo mayor podemos introducir imágenes y sensaciones, por ejemplo, que el niño piense en sus colores, juguetes, situaciones o personas favoritas que le ayudan a sentirse bien y, también, instrucciones del tipo “Estás muy relajado y tranquilo” o “Nota como sientes un calorcito muy agradable en tus brazos o piernas…”


En definitiva, deberemos ir probando diferentes recursos para adaptarnos a las características de cada niño.

Nota: En esta primera etapa el objetivo es más que el niño se empiece a familiarizar con algo que se llama “relajarse” que no a conseguir resultados espectaculares respecto a las áreas que queremos mejorar.


b) Infancia (de 7 a 9 años)
En esta etapa podemos ir dejando los cuentos para centrarnos en instrucciones más estructuradas. Podemos empezar a utilizar la Progresivaautógena, pasiva y respuesta relajación o una combinación de ellas. La idea es seguir trabajando la diferenciación entre tensar y relajar de los diferentes grupos musculares, el control de la respiración, y las sensaciones de calor, pesadez, etc. Podemos hacerlo en la cama por la noche o también utilizando un sofá, un asiento cómodo, etc. Lo importante es hacerlo en momentos del día tranquilos.

El niño debe interiorizar que cuando está nervioso, cuando tiene miedo o simplemente está enojado, parte de sus músculos están tensos y todo él está activado. Reconocer estas sensaciones es el primer paso para poner en marcha las estrategias trabajadas de relajación y tratar de tomar él mismo el control de la situación. 
En esta etapa la visualización de colores o situaciones suele funcionar bastante bien. Así que podemos darle instrucciones para que cuando tome aire pausadamente lo convierta en su color preferido y de esta forma llene todo su cuerpo de tranquilidad y bienestar. Debe notar como entra por la nariz baja por la garganta y llena los pulmones al tiempo que una agradable sensación de calor inunda su cuerpo.


Debemos también trabajar en el sentido de que el niño practique por él mismo la relajación en los momentos en los que esté especialmente nervioso a lo largo del día. Para ello primero deberá identificar sus emociones y tensión para aplicar la respiración tranquila y la visualización de su color o imagen preferida. También podemos añadir auto instrucciones del tipo: relájate, tranquilo, respira…”  
Normalmente estas rutinas pueden costar algún tiempo o pueden parecer irrelevantes para el niño, pero con la supervisión y el trabajo constante se producen mejoras significativas.

Otros recursos interesantes, según características del niño, es efectuar algún ejercicio de relajación más físico a través de los cepillos con ruedas, varillas y otros elementos que permiten a los padres dar masajes en la cabeza, espalda, etc.. Este tipo de relajación es muy adecuado en niños muy nerviosos y como preámbulo de la relajación más formal por la noche antes de acostarse.


c) Preadolescencia (10 a 12 años)
A estas edades las técnicas de relajación preferidas por los niños ya están muy bien definidas si se han trabajado con anterioridad y aconsejamos utilizar las de su preferencia.En el caso de empezarlas a trabajar ahora, es necesario probar un poco con todas ellas para averiguar la que se adapta mejor al niño. El orden puede ser: Progresiva, autógena, pasiva y respuesta relajación. Puede utilizarse también una mezcla de ellas.

Ahora el objetivo debe ser que el niño sea capaz de aplicar en su vida cotidiana los recursos que le hemos ido enseñando. Debe ser él mismo que delante de situaciones de conflicto o estrés genera respuestas de relajación. Si se han trabajado correctamente, estas estrategias se van interiorizando y se convierten en procesos casi automáticos.
d) Adolescencia (13 a 17)
Al llegar esta etapa, el joven, ya debería tener adquiridos los recursos necesarios para manejar la relajación. En caso de no haberse iniciado en su práctica puede ser ahora el momento. Como en la etapa anterior deberemos efectuar una pequeña prueba con las diferentes técnicas para encontrar la que mejor se ajuste a sus características. Es importante que el joven tome parte más activa y que sea capaz de practicar él solo experimentando cuál de ellas le resulta más cómoda y eficaz. Igualmente debe aprovechar cualquier situación cotidiana para practicar los recursos de afrontamiento.

Canalizar la Energía

La impulsividad, hemos ya comentado, que podemos interpretarla como un estado de activación que nos prepara, a nivel orgánico, para una respuesta inmediata ante una situación que no toleramos o interpretamos como hostil a nuestros intereses o hacia nosotros mismos. No obstante, esta pronta activación, puede ser especialmente útil si se canaliza en forma de actividades reguladas. Por ejemplo, en cualquier actividad deportiva, los niños impulsivos pueden beneficiarse si aprenden a canalizar esta activación para potenciar sus destrezas. Las artes marciales que combinan concentración y despliegue de fuerza inmediata pueden ser especialmente útiles para aprender a controlar impulsividad (salvo en el caso de niños que, además, presente un componente antisocial o de agresividad con las personas).

Ejercicios para Potenciar Aprendizaje

El niño impulsivo no tan sólo presentará problemas en su conducta sino que su perfil de funcionamiento, le acarreará dificultades en aquellas tareas que requieren de atención sostenida (lectura) o coordinación visomotriz fina (escritura).

Por tanto, resulta de suma importancia trabajar, también desde casa, con ejercicios para mejorar estos aspectos. Al respecto, recomendamos ejercicios de papel y lápiz como (según edad), el pintado, los laberintos, ejercicios de discriminación de las diferencias, etc

Podemos también trabajar con diferentes juegos en el ordenador siempre y cuando la actividad priorice la atención sostenida y la organización del material presentado visualmente bajo algún criterio antes de efectuar la respuesta. Es decir, no nos interesan los juegos demasiado movidos o que priorizan los reflejos visuales más que los racionales. El niño primero debe pensar y organizar antes de ejecutar la respuesta (demora de la respuesta = control de la impulsividad).

Otro recurso que nos puede ayudar son los juegos de mesa. Recomendamos especialmente el juego de Damas y el Ajedrez. En ambos, es necesario pensar antes de responder (lo contrario a la impulsividad), además, los niños, deben situarse en unas coordenadas espaciales para mover las fichas, lo que incrementa su capacidad visomotriz.

Finalmente, señalar un último recurso que podemos aplicar en casa para ayudar a los niños que tienen dificultades con la grafía o la escritura. Frecuentemente, el niño impulsivo, presenta dificultades para escribir correctamente y suele agrandar la escritura o de formarla significativamente con escaso control sobre las coordenadas espaciales. En estos casos, podemos trabajar con el niño utilizando los mandalas, laberintos u otros pero teniendo especial cuidado en que primero aprenda a relajar el brazo y la mano. El niño impulsivo cuando coge el lápiz lo hace de forma rígida y suele tensar todo el brazo. Deberemos darle instrucciones para que, antes de empezar a dibujar o escribir, el brazo deje de estar tenso. Para ayudarle podemos, por ejemplo, decirle que deje el brazo completamente muerto (podemos hacérselo con nuestra mano e indicarle que cuando soltemos, el brazo debe caer a plomo. Si es así el brazo está relajado). Una vez relajado podemos situar nuestra mano encima de la suya y ser nosotros los que vayamos escribiendo (dibujando o coloreando) al tiempo que el niño procura seguir teniendo el brazo relajado. Una vez más, lo importante es que el niño vaya discriminando entre tensión y distensión (activación versus relajación).

El objetivo fundamental de toda intervención con niños impulsivos es dotarlos de herramientas prácticas que les permitan por ellos mismos regular, en la medida de lo posible, su impulsividad.

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