La agresividad infantil
se ha definido en términos de conducta manifiesta del niño que implica destrucción,
daño físico a otros, a él mismo, o a propiedades. Entraña agresión física,
amenazas verbales de agresión, arrebatos explosivos de destrucción de propiedad
y auto-daño en el contexto de frustración o estimulación aversiva.
El tratamiento de la
conducta agresiva en un niño, en los casos que sea persistente su conducta
agresiva, debe estar sometido a un profesional especializado.
1.- Diagnóstico preciso
y evaluación eficiente de la conducta agresiva. A través de una buena historia
clínica, es importante realizar una etiología conductual de la conducta
agresiva, y una definición operativa de la misma. Con el diagnóstico preciso se
planifica el tratamiento a seguir.
2.- Terapia cognitiva-conductual
Infantil. Orientada específicamente hacia la conducta problema y su tratamiento,
aplicando técnicas de modificación cognitivo-conductual.
3.- Terapia Familiar. Durante
este proceso, el terapeuta evaluará a la familia
4.- Entrenamiento a los
padres. Se procede a entrenar a los padres como generadores de conductas en sus
hijos, en técnicas de aplicación de castigos, reforzamiento, modelamiento etc.
Identificada como un
ingrediente común a los problemas de conducta y las conductas antisociales, la
conducta agresiva representa uno de los problemas más frecuentes de salud
mental en los niños. Conductas como pegar a otros, ofenderlos, burlarse de
ellos, tener rabietas o usar palabras inadecuadas para llamar a los demás
forman parte de la agresividad infantil. Cuando algunos niños persisten en su
conducta agresiva y son incapaces de controlar su fuerte genio, pueden sentirse
frustrados causando sufrimiento y el rechazo de los demás.
Aproximadamente oscila
entre un 30% y un 50% de todos los problemas clínicos que se refieren a
consulta. En México, si bien no se cuenta, al parecer, con datos concretos
sobre su prevalencia en la población infantil, se han documentado algunas
manifestaciones asociadas con ésta, como son la inquietud 19%, la irritabilidad
17%, el nerviosismo 16%, el déficit de atención 14%, la desobediencia 13%, la
explosividad 11% y la conducta dependiente 9%.
La psicopatología, al
igual que la conducta normal, se desarrolla a partir de las experiencias
vitales del individuo. Si no se trata oportunamente, por ser un problema con
inicio en la infancia, no sólo tiende a persistir en la edad adulta, sino que
se exacerba con el paso del tiempo. Es precursora la conducta agresiva, en gran
medida, de comportamientos antisociales a corto y mediano plazos, tales como la
criminalidad y la delincuencia, el abuso de sustancias y las relaciones
sexuales tempranas. Además, repercute sobre otros desenlaces como el fracaso
escolar y el rechazo de los compañeros. Las repercusiones de la conducta
agresiva se asocian con la pérdida de productividad y la necesidad de
intervenciones continuas a corto y largo plazos. Consecuencias que tienden a
agotar los recursos de la comunidad, como son los servicios de salud, la
educación y los sistemas de justicia.
En algunos casos esta
agresividad infantil puede tener origen en una dificultad de manejar sus
impulsos internos. La frustración facilita la agresión. Pero en la mayoría de
los casos la agresividad infantil es el reflejo de sentimientos y sensaciones
que el niño no sabe y no puede manejar que le llegan desde el exterior. Es ahí
que se le considera incluso una reacción de emergencia.
Los factores orgánicos
tipo hormonal, mecanismos cerebrales, estados de mala nutrición, problemas de
salud, etc., también influyen en el comportamiento agresivo. Y dentro del
factor social, el niño que no tiene estrategias verbales para afrontar las
situaciones difíciles, será fácilmente conducido a la agresión.
Es alta la probabilidad
de que un niño impulsivo, con un control emocional precario, se exponga a
experiencias de castigo y coerción por parte de sus padres. Cuando los padres
recurren al castigo físico o a otras formas de coerción psicológica, como
recurso para disciplinar a sus hijos, lejos de resolver el problema, lo
exacerban.
El hecho de que los
padres contribuyan de diversas formas a la agresividad de sus hijos ha sugerido
la necesidad de diseñar intervenciones, tanto preventivas como terapéuticas,
dirigidas a los padres o cuidadores principales mediante la modificación de sus
prácticas disciplinarias. Por lo tanto, la prevención y el tratamiento de la
agresividad infantil se han beneficiado también de la investigación sobre
técnicas conductuales diseñadas para alterar las transacciones padres–hijo en
el hogar. Por otro lado, los resultados de las diversas investigaciones en este
campo tampoco apoyan suficientemente el tratar sólo a los niños. Coinciden, en que la estrategia más exitosa es la
combinación del tratamiento a los niños en solución de problemas y formación de
habilidades, por un lado, y el manejo conductual del niño mediante el
entrenamiento de sus padres, por el otro. Hallaron que la intervención
conductual por parte de los padres combinada con el tratamiento en solución de
problemas a los niños es más eficaz que el tratamiento dirigido sólo a los
niños y el entrenamiento sólo a los padres. Aunque cada uno de éstos produce
cambios importantes, la combinación de ambos es más eficaz.
Los padres que no ponen
límites y seden a todas las exigencias del niño no le ayudan a formar un
mecanismo que le permita lidiar con la frustración, lo que hace que cuando el
niño no logra satisfacer alguna de sus demandas al presentarse la sensación de
frustración reaccionen con agresividad.
Así también, los padres
con actitud hostil, sin demostraciones de afecto, con una disciplina estricta y
rígida, que con frecuencia recurren al castigo físico o al chantaje emocional y
a la reprimenda con insultos, forman niños que no sepan lidiar con la
frustración y reaccionen con agresividad.
Otros estudios sugieren
que además del castigo por los padres, un factor de riesgo importante,
responsable del desarrollo de la agresividad en los hijos, es el manejo
ineficaz de su comportamiento, caracterizado por esfuerzos fallidos,
inconsistentes y erráticos para disciplinarlos.
Pautas sobre cómo solucionar el problema
1.- Identificar el tipo
de conducta, es decir, qué es lo que nuestro hijo está haciendo exactamente.
Hay que ser objetivos y específicos en la respuesta. Si el niño patalea, grita,
o de qué forma expresa su agresividad.
2.- Apuntar diariamente
en una tabla, y durante una semana, cuantas veces el niño aplica la conducta de
agresividad. Anotar qué es lo que provocó el comportamiento. Con lo cual será
necesario registrar los porqués y las respuestas. Apuntar también en qué
momentos los ataques agresivos es más frecuentes.
3.- Elegir dos objetivos
para modificar la conducta: debilitar la conducta agresiva y reforzar
respuestas alternativas deseables existentes en el repertorio de conductas del
niño o en la enseñanza de habilidades sociales. Ejemplos:
- Existen algunas
condiciones que proporcionan al niño consecuencias gratificantes para su
conducta agresiva. Por ejemplo, si en el patio del colegio, no estando el
cuidador, el niño sabe que pegando a sus compañeros, éstos le cederán lo que él
quiera, habrá que poner a alguien que controle el juego hasta que ya no sea
necesario.
- Reducir el contacto
del niño con los modelos agresivos. Muéstrele a su hijo otras vías para
solucionar los conflictos cómo el diálogo, el razonamiento, el establecimiento
de normas, etc. Si los niños ven que los mayores tratan de resolver los
problemas con tranquilidad, podrán imitar esta forma de actuar.
- Los padres deben
reducir los estímulos que provocan la conducta. Enseñar al niño a permanecer en
calma ante una provocación.
- Recompense a su hijo
cuando éste lleve a cabo un juego cooperativo y asertivo.
4.- Cuando esté
determinado el procedimiento que utilizará, poner en práctica el plan. Debe
continuar registrando la frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva
para así comprobar si el procedimiento utilizado está siendo o no efectivo.
Informar del plan elegido a todos los adultos que formen parte del entorno
social del niño. Mantenga una actitud relajada y positiva y notarás los
progresos. Al final, todos se sentirán mejor.
Guía para padres y maestros
- Ningún niño se porta siempre mal. Sorprenda al niño o niña portándose bien, póngale atención y alabe los comportamientos positivos del niño. Proporcione oportunidades adicionales para que el niño actúe de manera apropiada y deles opiniones positivas sobre su comportamiento. No ponga atención sólo al comportamiento inapropiado y agresivo del niño o niña. Si lo hace, él o ella puede usarlo como una manera de atraer su atención.
- Respeto. Dígale siempre a su niño o niña que siente cariño y respeto por él o ella. Recuérdele que lo que no le gusta son los comportamientos (y no el niño o niña) poco apropiados.
- No ignore los comportamientos. A pesar de que ignorar comportamientos menores poco apropiados (gemir, quejarse) puede ser una manera efectiva de disminuir esos comportamientos, no ignore agresiones mayores.
- Sea positivo. Mantenga la calma y dé el ejemplo para resolver problemas de manera positiva. No se enoje en respuesta al enojo de su niño o niña.
- No racionalice. No trate de racionalizar con el niño o niña sobre el comportamiento agresivo o las razones por las que está anunciando las consecuencias; evite una lucha por el poder.
- Contratos de comportamiento. Establezca un contrato de comportamiento con el niño o niña para ayudarlo a tomar control de su conducta. El contrato debe enumerar comportamientos meta positivos que se esperan y una recompensa que se pueda recibir por satisfacer un número de criterios de estos comportamientos. Las recompensas pueden ser premios que se dan de manera natural, como más tiempo en la computadora, ser el ayudante del maestro por una tarde, o mirar un programa favorito de televisión en casa. Los comportamientos meta deben ser comportamientos positivos (la lista de “Hacer” en vez de “No hacer”). Deben comunicar las expectativas del niño o niña. Entonces, si un niño argumenta, el comportamiento meta puede ser discutir las cosas calmadamente.
- Mandatos efectivos. Use instrucciones y mandatos efectivos con el niño o niña. Los mandatos deben ser concisos, directos, declarados positivamente y dados uno a la vez. Evite los mandatos que parecen preguntas (“¿Te gustaría ayudarme a limpiar este desorden ahora?”) porque le dan al niño la oportunidad de decir: “No”. Evite los mandatos que incluyan “Vamos a”, a menos que usted en realidad esté planificando ayudar a su niño con la tarea. Evite los mandatos vagos, los que tienen múltiples mandatos encadenados o que dan demasiadas explicaciones sobre por qué usted le está pidiendo al niño que haga la tarea.
- Reglas del hogar. Establezca reglas en el hogar o en el salón de clases que el niño o niña tenga siempre que seguir. Estas reglas pueden enfocar el comportamiento agresivo en disminución. Si un niño rompe una regla, entonces él o ella reciben una consecuencia inmediata (no una advertencia).
- Consecuencias negativas. Cuando el niño o niña no siga instrucciones u otras expectativas establecidas, cuando rompa reglas, o participe del comportamiento agresivo, provea consecuencias negativas inmediatas. Éstas pueden incluir pasar tiempo solo, hacer tareas extras o perder un privilegio.
- Comunicación. Aumente la comunicación y cohesión continua entre usted y su niño o niña. Entonces habrá más posibilidades de que el niño acuda a usted cuando surjan problemas.
- Resolver problemas. Dé ejemplos efectivos para la resolución de problemas: identificación del problema, generación de posibles respuestas múltiples, tanto positiva como negativa; evaluación de respuestas alternativas y planificación de la implementación de la respuesta. Ayude al niño a ver la resolución del problema en acción y use oportunidades para ayudarlo a aplicar estos principios a sus propios problemas.
- Relajación. Enseñe a su niño o niña técnicas rápidas pero efectivas de relajación que pueda usar para calmarse cuando se enoje mucho.
- Afirmaciones para lidiar con la ira. Ayude al niño o niña a desarrollar una lista de afirmaciones para lidiar con la ira. Practique estas afirmaciones con el niño por adelantado, para que él o ella esté más preparado para usarlas cuando esté en situaciones sociales de provocación.
- Entender otros puntos de vista. Ayude al niño o niña a entender los puntos de vista de otras personas, incluyendo lo que puedan estar pensando y sintiendo. De nuevo, practique entender otros puntos de vista por adelantado durante situaciones no provocadoras, de manera que el niño esté mejor preparado para hacerlo cuando sea provocado.
- Negociar. Enseñe al niño o niña destrezas para negociar sus necesidades con compañeros, padres y maestros, de manera que el niño tenga menos posibilidades de usar la agresión o el desafío como medio de obtener lo que desea.
- Evaluación. Cuando un maestro o padre esté muy preocupado sobre un comportamiento continuo poco apropiado, se debe concertar una evaluación completa hecha por un profesional calificado de salud mental para determinar si se necesita un tratamiento más intensivo, como por ejemplo una terapia.
- Se recomienda consultar a un especialista para que elabore el diagnóstico del niño, ya que la agresividad puede tener su origen en otros problemas, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que requiere apoyo de un psiquiatra infantil, o puede tratarse de una depresión enmascarada, que se manifiesta con groserías, violencia y malestar físico. En ambos casos se requiere de un abordaje diferente.