La violencia implica
una regresión al narcisismo primitivo y su omnipotencia.
Considero que la
aproximación psicoanalítica de orientación Freudiana y Lacaniana permite una
mejor comprensión de la subjetividad y de los elementos inconscientes en la
dinámica familiar que conducen a la generación del maltrato infantil.
El maltrato emocional o
psicológico se da en aquellas situaciones en las que los individuos
significativos de quienes depende el sujeto lo descalifican, humillan,
discriminan, ignoran sus sentimientos, someten su voluntad o lo subordinan en
distintos aspectos de su existencia que inciden en su dignidad, autoestima e
integridad psíquica y moral.
Las familias violentas
son generalmente familias muy cerradas, en las que no hay un intercambio fluido
con el resto del mundo. Los vínculos intrafamiliares son de pegoteo y
desconexión afectiva. Una familia que venga sembrando sus vínculos entre
familiares con violencia no podrá sembrar sino violencia hacia la generación
futura y no podrá sino desbordar violencia hacia fuera de su familia. El espiral violento se
retroalimenta y se incrementa.
La subjetivación del
maltrato, de la significación que un niño puede asignarle a un suceso violento
sufrido sobre su persona, sobre su cuerpo, dependerá en gran medida las
consecuencias que pueda acarrear sobre su funcionamiento psíquico en los
diversos momentos de su vida. Un maltrato que ha logrado ser significativo
plantea un mejor pronóstico para el niño, en tanto ha podido simbolizar, aunque
sea de manera parcial, la violencia recibida. Siempre quedará un resto que no
ha podido pasar por el registro del significante, es lo que llamamos con Lacan
lo real. Lo real constituye el núcleo refractario a la elaboración subjetiva
del trauma psíquico ocasionado por el maltrato.
Los
efectos posibles del maltrato infantil en la estructuración subjetiva
son:
- Anulación de la conciencia en tanto registro de cualidades y sensaciones. Cuando el maltrato se da desde los primeros momentos de la vida, se pierde la posibilidad de diferenciar sensaciones, todo es igual; no hay diferencias. Habitualmente, en los niños con padres “suficientemente buenos” puede cualificar el mundo, registrar diferencias y sentirse vivo, sin ser sacudido por emociones fuertes. Puede sentir placer en el contacto tierno, en escuchar música, en leer un cuento. Estos chicos golpeados, maltratados, no. Son chicos que quedan anestesiados, con una parte muerta y que necesitan ser sacudidos. Suelen buscar el peligro, jugar con la posibilidad de un accidente, drogarse, golpearse contra el mundo (como los que juegan en las vías del tren a esquivarlo), buscando sensaciones “fuertes”. La sensación es de estar muerto-vivo: entran en apatía afectiva (como los sobrevivientes de los campos de concentración). Se anula la capacidad de registrar los afectos. La apatía es efecto de la pulsión de muerte. La anestesia afectiva deja al sujeto en un estado de desvitalización. Predomina un sentimiento mortecino, un estado de sopor, sin conciencia, en el que no pueden anticipar situaciones posteriores. Como todo les parece igual esperan que la vitalidad sea sostenida desde los golpes del contexto. Cuando la coraza antiestímulo se construyó pero quedó arrasada, el mundo de las impresiones sensoriales, en el mejor de los casos, trabaja defectuosamente, las inscripciones psíquicas están empobrecidas y las preexistentes no reciben investidura porque toda la economía pulsional está trastocada.
- Tendencia a la desinscripción, a la desinvestidura, a la desconexión: tienden a “excorporar” (Green) o a expulsar violentamente toda investidura, lo que deriva en un vacío. Toda representación puede ser dolorosa y hasta el proceso mismo de investir e inscribir puede ser intolerable. Ha quedado un terreno arrasado, mantienen “pedazos muertos” a nivel representacional. Trastornos graves de pensamiento pueden predominar en estos niños. No pueden ligar ni conectar lo inscripto. En el niño puede producirse un desinvestimiento desobjetalizante que se manifiesta por la extinción de la actividad proyectiva, con el sentimiento de muerte psíquica. Esto trae como consecuencia perturbaciones del funcionamiento mental, que pueden quedar acompañados por desorganizaciones somáticas graves, con pobreza de las actividades psíquicas o carencia de su investimiento.
- Confusión identificatoria: Quedan arrasados sus ejes identificatorios (como en los campos de concentración y en los hospicios). El niño se pierde en la nebulosa de no saber quién es. A veces, puede salir de la confusión ubicando un enemigo externo, o un mundo externo como peligroso. Otras veces, adquiere una identidad por identificación con aquello que los otros suponen que lo define: malo, tonto, etc. Muchas veces, en los niños la idea de ser malvados se instala como modo de justificar el maltrato.
- Repliegue narcisista, con la construcción de una coraza. Son niños que permanecen como animales heridos, recluidos en su cueva. Algunos pueden sobreadaptarse, mientras la libido inviste los órganos del cuerpo en forma patológica. Otros, salen del encierro con un estado de apronte angustioso permanente (pendiente de olores, ruidos, etc.). Así, una mujer que fue muy golpeada por sus padres de chica, no podía cerrar la puerta de su habitación y se pasaba toda la noche en una especie de duermevela, pendiente de la respiración de su hija de ocho años, como si la niña se pudiese morir en cualquier momento. La conexión con su hija se daba a través de las funciones más elementales, como respirar, dormir, comer.
- Repetición de la vivencia en su forma activa o pasiva: a) hacer activo lo pasivo (identificación con el agresor) b) buscando que alguien se haga cargo de que la repetición textual se dé (buscar otro agresor). Lo que se torna ineludible es la repetición de la vivencia. Un niño puede repetir vivencias de sus padres o abuelos, que les han sido transmitidas sin palabras. Hay muchas veces, tal como plantea Freud, un intento ligador. Pero en el caso de los niños maltratados desde momentos muy tempranos de su vida, la repetición más que de un vínculo doloroso, es repetición de un dolor arrasante y de un vaciamiento representacional.
- Irrupciones del proceso primario: Dificultad en la consolidación de la represión primaria (como se desarrolló anteriormente), por lo que hay por momentos producciones bizarras (como en Tomás). Cuando los padres maltratan al hijo, el contexto cae como protector. Se impide entonces la estructuración del pensamiento, se anula la posibilidad de simbolizar, se producen desestructuraciones yoicas o identificaciones patológicas con lo rechazado y se imponen como defensas la desmentida y la desestimación.
- Actitud vengativa frente al mundo: “algo me han hecho y merece un pago”, acompañado de la dificultad en la construcción de soportes éticos. Esto lleva a situaciones de delincuencia en niños que han sufrido deprivación (lo que ha sido desarrollado fundamentalmente por D. Winnicott) (6).
- Déficit de atención: cuando hay ausencia de estimulación o un exceso permanente, no se constituye la investidura de atención en relación al mundo (que se crea como consecuencia de un vínculo). Coincide con el “alerta permanente” del que habla Lewis Herman. Sabemos que el mundo no es investido automáticamente, o que lo que se inviste casi automáticamente son las sensaciones (la conciencia primaria de S. Freud). Pero para que haya registro de cualidades, de matices, se debe diferenciar estímulo y pulsión, para lo cual los estímulos externos no deben ser continuos, sino que tiene que haber intervalos. En estos niños el mundo queda compuesto por infinidad de estímulos iguales, equivalentes y es imposible sostener una investidura estable. Son niños que presentan dificultades escolares por no poder concentrarse en las palabras del maestro, en tanto todo ruido, todo gesto pueden ser atemorizantes. Es bastante frecuente que niños criados en un ambiente de mucho abandono o que han sufrido migraciones o privaciones importantes, estén totalmente desatentos en clase, en tanto la violencia deja, entre otras marcas, tanto una tendencia a la desinvestidura como un estado de alerta permanente que es acompañado, a veces, con la búsqueda de estímulos fuertes. Considero que el circuito: violencia-desatención-búsqueda de estímulos fuertes en el mundo-adicción, es una de las vías posibles a pensar en los niños desatentos. Luego, en el esfuerzo por reinvestir la realidad son coleccionistas de traumas a posteriori: reaccionan demasiado tarde, a destiempo. Al no estar atentos a lo que pasa en el mundo, las situaciones les suceden sin que puedan poner en marcha la angustia señal.
- En relación a la motricidad, suelen tener una actividad de descarga, desorganizada. Allí donde se tendrían que haber inscripto las marcas del placer, sobre todo en relación al movimiento y al dominio del mundo y del cuerpo, han quedado agujeros. Suelen predominar los procedimientos autocalmantes.
- Ligazón del dolor con el erotismo (co-excitación libidinal) que lleva al goce masoquista.
En
la elaboración del trauma en el infante, la cuestión será qué posibilidades ha
tenido ese niño de instaurar condiciones de ligazón, de elaboración y de
simbolización como para afrontar después las situaciones traumáticas. También
esto marca la diferencia entre las situaciones en las que el maltrato fue
efectuado por otros ajenos al medio familiar o es efecto de situaciones
sociales, y cuando dependió de la propia familia. Mientras que en el primer
caso el maltrato se inscribe como un choque violento, una efracción, un
acontecimiento implantado en el psiquismo como un cuerpo extraño, en el último
caso, el psiquismo se estructura en la situación de violencia misma. Se hace
mucho más difícil para el niño, entonces, constituir los “sostenes” internos
para no ser arrasado por el maltrato.
El
analista es testigo privilegiado que puede, trabajando en la línea de la
defensa de la vida, ir ayudando al niño a armar un relato, una historia, una
trama que sostenga allí donde sólo quedaban las marcas del dolor.
Es
fundamental que se puedan ir recomponiendo, de a poco, los lazos con el mundo.
Para lo cual habrá que ir descendiendo a los infiernos del maltrato,
contactándose con los aspectos muertos del paciente, para poder significar, dando
lugar a nuevas investiduras libidinales y abriendo posibilidades creativas.
"El
maltrato o vejación de menores abarca todas las formas de malos tratos físicos
y emocionales, abuso sexual, descuido o negligencia, explotación comercial o de
otro tipo, que originen un daño real o potencial para la salud del niño, su
supervivencia, desarrollo o dignidad en el contexto de una relación de
responsabilidad, confianza o poder. Limitar la consideración del problema a la
sola dimensión legal social o médica conlleva ignorar el estatuto del sujeto en
sus implicaciones familiares y su subsecuente devenir".
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