sábado, 11 de octubre de 2014

En Paz con el Pasado

Un hábito bastante común de la mente es el de divagar hacia eventos y situaciones del pasado. Algo que incluso puede parecernos normal y que no merece mayor atención. Sin embargo, una reflexión más minuciosa acerca de esta tendencia tan natural, nos alerta sobre sus implicaciones y efectos. A veces el pasado nos atrapa como si fuera el diagnóstico de una enfermedad crónica y nos condena a un futuro limitado. Pero no tiene que ser necesariamente así.
Aferrarse al pasado, ya sea a través de la culpa, de la nostalgia, de la negación o del resentimiento, es un desperdicio de valiosa energía, de energía que se puede usar para transformar el hoy y el mañana.
Al vivir en el pasado no le damos la posibilidad a nuestro ser interior de aprender, de experimentar sensaciones nuevas. Nos perdemos el hoy y cerramos las puertas a todo lo nuevo. Mirar hacia atrás es retroceder, todo lo que sucedió ya forma parte del pasado.

Una cosa es dirigirnos al pasado de manera consciente, para recordar hechos y para extraer información y aprendizaje. En ese sentido es algo no sólo útil sino necesario en muchas ocasiones. Algo muy diferente es volar de modo involuntario, a escenas y situaciones del pasado y volver a revivirlas, evocando los sentimientos, sensaciones y emociones que se produjeron que a veces incluso son dolorosas y nos aferramos a eso. Tanto si fueron escenas agradables como desagradables, en ambos casos, volver con nuestra mente al pasado nos impide vivir con plenitud el presente, ya que no estamos plenamente alertas ni conscientes de lo que está sucediendo. Cuando hablamos del presente, por un lado implica el momento actual y por otro es el regalo más valioso, es la oportunidad de aprender y crecer, pero sólo si sabemos vivirlo con plena consciencia.

Vivir en paz es vivir en armonía con uno mismo, con los demás y todos los seres sintientes a tu alrededor, vivir en paz es tanto un proceso externo como interno. De manera exterior, vivir en paz es una forma de vida en la nos respetamos y amamos unos a los otros a pesar de nuestras diferencias culturales, religiosas y políticas. De manera interior, todos tenemos que buscar  en nuestros corazones y entender, el miedo, el impulso de violencia, el rencor y el odio, ya que si continuamos ignorando esto, la tormenta afuera nunca desaparecerá. Olvida los sentimientos de victimismo e impotencia, aceptando tu realidad que es el primer paso para avanzar de una manera sana, consiste en comprender y si es necesario, perdonar.

Para olvidar el pasado, dejar de lado la idea de que la culpa es de otro. Cuando culpamos a los demás, lo que hacemos en realidad es buscar excusas para llenar el vacío que dejamos con nuestras decisiones que consideramos erróneas.

Habréis de quedar en paz con nuestro pasado, bendiciendo a nuestros detractores y enemistades, tal vez un engaño amoroso, o una relación sentimental destructiva, una experiencia negativa o impactante, un fracaso o falla importante, ¡¡Suéltalo, déjalo ir!! Marca tu raya, suelta el ancla, desata amarres y libérate de la esclavitud de todos los recuerdos que atormentan tu razón y tu corazón. Desatórate, suelta las costumbres, los hábitos, los vicios, los apegos que te hacen esclava(o) de tus propios sentimientos y resentimientos. Comprende que nosotros tampoco fuimos perfectos al estar en las vidas de las personas que ahora decimos odiar. No permitir el odio bajo ninguna circunstancia, evento o condición. No permitir la falta de perdón bajo ninguna circunstancia. Busca el perdón, más no la venganza. Ponerse en paz con el pasado implica comprenderlo.

"Dejar el pasado atrás, pesado compañero de viaje, sombra que no cubre pero enfría. Te dejo pasado mío, te dejo dormir en paz, ya no te buscaré para sacar de ti recuerdos amargos. Ya no te llamaré para que seas refugio recordando esos  momentos de glorias pasadas que no me permiten ver la vida en su esplendor y belleza. Te dejo atrás con amor y respeto y agradeciendo lo que fuiste que ya no serás más".

Vive en el presente, no en el pasado. Pensar mucho en lo que podría haber sido y revivir las heridas del pasado, mantendrá vivos los aspectos negativos del pasado y traerá un conflicto interno constante. Nadie va a venir y arreglar tu vida, eres tú quien debe hacerlo y si estás leyendo esto, es porque lo comprendes a la perfección. Acepta que lo que has hecho en tu vida, simplemente ha ocurrido y no es posible cambiarlo ahora, pero si puedes elegir como confrontarlo de manera que no te afecte y puedas crecer con él. Si logras perdonar y perdonarte, aprender de tu pasado, y comprendes que es tu responsabilidad cambiar tu vida desde ahora…pondrás en paz tu pasado, así no arruinara tu presente.

Si tú eres una persona que vive anclada en el pasado, tu presente se tornará en una vida muy accidentada.

“Hoy empezare a sentir gratitud por mi pasado. No puedo cambiar lo que ocurrió, pero puedo transformar el pasado adueñándome de mi poder, ahora, para aceptar, para curarme y para aprender de él”.

Comparto un fragmento del libro “el lenguaje del adiós”:

“Yo solía vivir en mi pasado”, dijo una mujer en recuperación. “O bien estaba tratando de cambiarlo, o lo estaba dejando que me controlara. Por lo general eran ambas cosas. Constantemente me sentía culpable de cosas que habían sucedido. De cosas que yo había hecho, de cosas que otros me habían hecho a mí, aunque había reparado casi todos los daños, la culpa me embargaba. De alguna manera, todo era mi culpa. Simplemente, nunca pude dejarlo ir. Me aferre a la ira durante años, diciéndome a mí misma que era justificada. Estaba en negación acerca de muchas cosas. A veces, trataba de olvidarme absolutamente de mi pasado, pero nunca me detuve a analizarlo realmente, mi pasado era como una nube oscura que me perseguía, y del cual no me podía sacudir. Supongo que me asustaba dejarlo ir, que le temía al hoy, que le temía al mañana. He estado en recuperación durante años, y me ha llevado casi los mismos años tener una perspectiva adecuada de mi pasado. Estoy aprendiendo que puedo olvidarlo, necesito curarme de él. Necesito sentir y dejar ir cualquier sentimiento que aún tenga, especialmente la ira. Necesito dejar de culparme a mí misma por los eventos dolorosos que ocurrieron y confiar en que todo ha sucedido de acuerdo con lo programando y que verdaderamente todo está bien. He aprendido a dejar de tener remordimientos, a sentirme agradecida. Cuando pienso en el pasado, le doy gracias a Dios por la curación y el recuerdo. Si ocurre algo que necesite de una reparación, lo hago y termino con ello. He aprendido a ver mi pasado con compasión hacia mí misma, confiando en que mi Poder Superior tenía el control, incluso entonces. Me he curado de algunas de las peores cosas que me pasaron. He hecho las paces conmigo misma acerca de estas cuestiones y he aprendido que curarme de algunas de ellas me ha permitido ayudar a los otros a curarse también. Soy capaz de ver cómo las peores cosas me ayudaron a formar mi carácter y a desarrollar algunas de mis facetas más sutiles. Incluso he llegado a desarrollar gratitud por mis relaciones fracasadas porque ellas me han llevado a ser quien soy y a encontrarme donde me encuentro hoy. Lo que he aprendido ha sido la aceptación, sin culpa, sin ira, sin culpar y sin vergüenza. He tenido incluso que aprender a aceptar los años que pasé sintiéndome culpable, enojada, avergonzada y culpando a los demás. Nosotros no podemos controlar el pasado. Pero podemos transformarlo permitiéndonos curarnos de él y aceptándolo con amor a nosotros mismos y a los demás. Lo sé, porque esa persona soy yo”


lunes, 6 de octubre de 2014

Caligula: Perfil Psicológico del Monstruo del Imperio Romano

Advierto de la extrema dureza de algunas de las declaraciones que pueden leerse en este articulo, Si no está seguro, pulse el botón de atrás de su navegador, ya que  puede "herir susceptibilidades".
Cayo Julio César Augusto Germánico, o “Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus”. Nació el 31 de agosto del año 12 d.C. Caligula, el tercer emperador romano del Imperium, es conocido por ser uno de los mas despiadados y locos emperadores, por su excéntrica personalidad. Era un hombre alto, de piel muy blanca, grueso aunque de piernas y cuello delgados, con abundante bello corporal, ojos hundidos, frente ancha y abultada, poco pelo y calvicie en la parte superior de la cabeza. Con un rostro y semblante soberbio y amenazador, que él mismo potenciaba ensayando gestos frente al espejo, Calígula inspiraba temor a donde quiera que fuese. Sabía que lo odiaban, pero admitía con actitud maquiavélica: “Que me odian, con tal de que me teman”.

Calígula fue un psicópata y antisocial, un megalómano, paranoico, envidioso patológico, depravado sexual (incestuoso, enormemente promiscuo, bisexual, sádico, exhibicionista), hábil manipulador, ladrón y farsante. Se cree que en su juventud sufrió de epilepsia, y se sabe que padecía de insomnio y casi nunca dormía más de tres horas.

La ciencia moderna plantea que, además de algunas experiencias de vida, comportamientos aprendidos y una cierta predisposición genética al mal, el alcohol de aquellos días, que él bebía con una desmesura que hasta para el bebedor promedio de aquel entonces era demasiado, tenía una cantidad tal de plomo que resultaba tóxica para el cerebro humano, causando, en casos extremos como el de Calígula, un deterioro en los lóbulos frontales, volviendo así más impulsiva y violenta a la persona. Sin embargo el plomo no explicaba todo en Calígula, ya que éste conservó siempre una gran capacidad de planificación, lo cual no habría sucedido si el plomo fuese lo único detrás de su transformación en monstruo, algunos meses después de que tomara el poder. En otras palabras, Calígula había nacido con tendencias psicópatas, pero ciertas experiencias primeramente, y más adelante el plomo, llevaron su oscuridad innata hasta esa cima de locura y maldad que lo inmortalizó como uno de los más terribles emperadores romanos.

Ya con siete años, Calígula acompañó a su padre en un viaje a Siria, donde éste moriría, un 10 de octubre del año 19, envenenado por un agente del emperador Tiberio, quien lo veía como un peligroso adversario político, al menos según el historiador Suetonio. Así, al perder a su padre, Calígula empezó a proyectar gran parte de sus necesidades afectivas sobre Incitatus, un caballo al cual endiosaría al llegar a asumir el poder del Imperio Romano. Por otro lado los análisis psicológicos, en base a las evidencias históricas, dicen que, ya que durante su niñez Calígula no tuvo una buena guía moral en su padre y casi todos los adultos lo trataban como alguien a quien tenían que servir y cuyos caprichos debían satisfacer, Calígula se volvió consentido, inmaduro, egocéntrico y narcisista. Pero además la muerte de su padre significó algo terrible en sí mismo para su desarrollo psicológico: lo vio morir joven, pese a que era grande y poderoso, de modo que, en cierta forma y a partir de un sentimiento de identificación con su padre, creyó (aunque fuese inconscientemente) que tendría el mismo destino, y esto detonó en él una actitud nihilista y fatalista.

Ahora, y puesto que no podía ya seguir con su padre pues éste no vivía más, Calígula tuvo que ir a vivir a Roma con su madre y permaneció allí hasta que se deterioraron las relaciones de su progenitora con el emperador Tiberio, quien no quería que ésta se casara porque, en su paranoia, temía que el esposo se convirtiera en enemigo político, así que en el año 29, bajo falsos cargos de traición, la exilió a ella y a Nerón César, y Calígula pasó a vivir con Livia, bisabuela suya y madre del emperador Tiberio.

Cuando la vieja Livia murió, Calígula pasó a vivir con su abuela Antonia, junto con sus hermanas Agripina la Menor, Drusila y Lívila. Según se sabe, Calígula mantuvo relaciones incestuosas con sus tres hermanas, aunque su favorita, y de la cual realmente se enamoró, fue Drusila, a la cual tomó cuando ésta todavía era virgen. Lejos de ser algo esporádico, esas relaciones incestuosas eran tan frecuentes que una vez Antonia encontró a Calígula y Drusila haciendo el amor. Paralelamente, en el año 30 Druso César fue encarcelado, y Nerón César, hermano de Calígula, murió un año después en el exilio.

Si a nivel de experiencias algo fue tremendamente decisivo en la conversión de Calígula en un monstruo, eso fue el hecho de ser llamado a Capri por Tiberio (Su gran maestro de la depreavacion), cuando tenía 19 años, en el año 31. Allí, en la isla de Capri, por seis años Calígula tuvo que esconder el resentimiento que tenía hacia Tiberio a fin de sobrevivir. “Nunca hubo aquí un mejor sirviente o un peor maestro”, dijo un testigo sobre Calígula y Tiberio, ya que en esos seis años Calígula presenció todas las crueldades y depravaciones que Tiberio cometía, pues el “viejo granuja” hizo cosas como: empujar cotidianamente a personas del acantilado, principalmente criminales, pero a veces también mujeres y niños inocentes; realizar orgías con niños, niñas, mujeres, hombres y adolescentes; ordenar y presenciar torturas; cometer violaciones; nadar desnudo en una piscina, junto a niños vestidos de peces que le hacían felaciones bajo el agua. Según el análisis de los expertos, Calígula, siendo una versión temprana del Síndrome de Estocolmo, terminó queriendo ser como Tiberio, y aprendió de él una filosofía hedonista y amoral en que la finalidad de la existencia era el placer, en que la vida de los demás no valía nada, y en que la violencia y el placer podían combinarse perfectamente bajo el más cruel y depravado sadismo. Si bien en esos años con Tiberio también Calígula se entregó a cosas como las artes escénicas, la danza, el mimo y otras actividades consideradas inconvenientes para los nobles pero buenas en sí mismas, también aprendió a disfrutar de las orgías y el desenfreno, y hasta se hizo el hábito de asistir disfrazado (con peluca y manto para que no lo reconozcan) a torturas y ejecuciones. “Cayo vive para su propia perdición y para la de todos”, había dicho Tiberio sobre Calígula, no sospechando de que el joven, aparentemente inofensivo, acabaría asesinándolo tiempo después.

En el año 35, Calígula y Tiberio Gemelo fueron nombrados como herederos del trono. Calígula asesinó a Tiberio, lógicamente sin que nadie se percatara. En todo caso y con el importante respaldo pretoriano de Macrón, Calígula fue nombrado emperador. Calígula entró en Roma, vestido de luto, con un aspecto que transmitía fragilidad, bondad y falso pesar por la muerte del malvado Tiberio. Cientos de teas brillaban, hombres, mujeres, ancianos y niños estaban en las calles para recibir con entusiasmo al hijo del insigne Germánico.

Durante los primeros siete meses del reinado de Calígula, hubo una felicidad general que no se había experimentado durante mucho tiempo en el Imperio Romano. Se mostró inicialmente como un ser piadoso, generoso y bienintencionado: puso las cenizas de Tiberio en el Mausoleo de Augusto, pese a que muchos lo odiaban y querían que sus despreciables despojos fuesen lanzados al Tíber decretó una amnistía para exiliados y condenados, desterró a los delincuentes sexuales, rehabilitó a su tío Claudio en la vida política, adoptó como sucesor a Tiberio Gemelo y lo nombró Príncipe de la Juventud, hizo rendir honores a su difunta abuela Antonia, viajó a las islas de Pandataria y Pontia para recuperar los restos de su madre y de su hermano; concedió al pueblo el derecho a votar por magistrados, aumentó las obras de teatro y los combates de gladiadores, a fin de entretener a las masas, donó a cada ciudadano romano trescientos denarios, repartió alimentos y regalos, dio generosas compensaciones económicas a la Guardia Pretoriana y a las tropas urbanas y fronterizas, realizó abundantes banquetes a los cuales invitó a senadores y caballeros, etcétera.

Calígula no tenía en mente convertirse en el monstruo que fue de la noche a la mañana. En octubre del año 37 sufrió una enfermedad con crisis epiléptica. Se cree que el plomo, presente en el vino que tomaba con sorprendente desmesura, le causó una intoxicación que le produjo daños cerebrales irreversibles que posteriormente se manifestaron en trastornos de psicológicos, como la paranoia y la extrema crueldad, algo que realmente lo trastornó y sobre la naturaleza de esa enfermedad se han esbozado algunas teorías, pero los planteamientos más confiables indican que sintomáticamente presentó epilepsia, y que a nivel de causas el plomo pudo haber desatado la crisis, ya que Calígula empezó a beber demasiado cuando ascendió al poder, pero si el plomo estuvo en el origen de su locura, parecería claro que dicho metal se fue acumulando en su cerebro, hasta que cierto día, abruptamente, se desató una crisis epiléptica, que conllevó daños cerebrales irreparables que posteriormente se manifestaron como profundos trastornos conductuales.

Calígula ejecutó y torturó senadores en base a meras sospechas o por pura ambición, y prostituyó a las hijas, esposas y hermanas de los senadores. Cualquier cosa bastaba para ser acusado por delitos de lesa majestad, y así muchos senadores fueron marcados con fuego, enviados a trabajar a minas o a reparar carreteras, encerrados en jaulas (en cuatro patas, para humillarlos más), lanzados a los feroces leones, abiertos en canal con sierras o, si tenían suerte, simplemente enviados a correr detrás de su carroza, u obligados a permanecer de pie mientras él comía deliciosos manjares y se reía viéndolos sufrir hambre y sed.

Una especie de signo viviente de la locura de Calígula fue su caballo Incitatus, al cual lo hizo nombrar sacerdote y cónsul de Bitania (territorio al norte de Turquía), además de que le mandó a construir una enorme caballeriza de mármol con pesebres de marfil, una estatua de mármol, y una villa con 16 jardines y 18 sirvientes. Comía copos de avena mezclados con suaves y delgadísimas escamas de oro, tomaba el mejor vino en copas de oro, devoraba ratones, calamares, mejillones y pollo; vestía púrpuras de la mejor calidad y usaba collares con piedras preciosas; no copulaba con yeguas, sino con una bella mujer llamada Penélope, que pertenecía a la alta sociedad y había sido elegida por Calígula como esposa de su amado caballo.

En el año 40, Calígula  mostró un narcisismo colosal, se autodivinizó: se autoproclamó un dios-sol; aparecía vestido como Hércules, Venus, Mercurio y Apolo; firmaba documentos públicos con el nombre de Júpiter, se erigió dos templos en Roma y otro en la provincia asiática de Mileto, usó el Templo de Cástor y Pólux como pórtico para su propio palacio imperial, destruyó las estatuas de hombres ilustres que Augusto había colocado en el Campo de Marte, desenterró al gran Alejandro Magno para quitarle la coraza y usarla regularmente; prohibió toda estatua que no fuera la suya, decapitó estatuas de dioses importantes y les reemplazó las cabezas con su cabeza.

Una lista de atrocidades y locuras:
  • Comía o fornicaba mientras se realizaban ejecuciones o torturas.
  • Bebía perlas disueltas en vinagre y ofrecía, en los banquetes, comida mezclada con oro.
  • En los banquetes, solía levantarles el vestido a las esposas de los invitados, y cuando le gustaba mucho alguna, se la llevaba a un cuarto, tenía sexo con ella (lo quisiera o no la mujer) y después regresaba a la mesa y criticaba o elogiaba sexualmente a la dama abusada, contando todos los pormenores. También, cuando estaba con las esposas de sus invitados, solía deleitarse de la sumisión que le mostraban por temor, y besándoles o lamiéndoles el cuello les decía mientras las tomaba del cabello: “Una cabeza tan bella sería arrancada en cuanto yo lo ordenara”.
  • A su última esposa, la paseaba desnuda en caballo, con escudo y espada, frente a los soldados.
  • Algunas veces, tomó a las esposas de distinguidos miembros de la alta sociedad, gozándolas antes de que el marido lo hiciera.
  • Abusó de hombres además de mujeres: por ejemplo, a Valerio Catulo le lastimó las costillas en una salvaje violación.
  • Cuando inauguró el puente de Puzzoles, invitó a los que estaban en la orilla a reunirse con él, y después mandó a tirarlos al agua, haciéndoles dar golpes de remo a los que sobrevivían.
  • Hico castrar al gladiador Longino como castigo por tener un pene más grande que el suyo
  • A veces, en vez de gladiadores, elegía padres de familia viejos o con deformidades, y los mandaba a combatir contra las fieras.
  • Hizo cerrar graneros públicos para que el pueblo tenga hambre.
  • Hacía quitar los toldos del Anfiteatro de Tauro para que a los espectadores les diera insolación.
  • Alimentó a las fieras con criminales vivos para ahorrar dinero y divertirse.
  • Por varios días, hizo azotar con cadenas a un encargado de los juegos y cacerías del circo, hasta que lo hizo ejecutar porque no soportaba el hedor de su cerebro podrido, puesto que el pobre hombre seguía vivo con el cerebro expuesto y parcialmente descompuesto.
  • Cuando mandaba a ejecutar, pedía al verdugo que hiciese sentir la muerte al ejecutado: “Hiérelo de tal modo que él sienta morir”, dijo en cierta ocasión a un verdugo.
Otra de las historias negras de Caligula fue la de su hermana Drusila. Este ordenó que se hiciera una boda Ptolemaica para casarse con su hermana. Las bodas Ptolemaicas típicas en Egipto permitían casarse entre hermanos así que Caligula encontró ahí la solución a ese problema. Varios meses después de dejar a su hermana embarazada este no pudo soportar más el pensar cómo sería su hijo, que aspecto tendría, así que una noche fue al cuarto de su hermana y rajo a esta de arriba a abajo y saco el feto para comprobarlo matando a los dos en el acto.

Calígula, después de la muerte de Drusila, su hermana y su mujer, advierte que el mundo no es satisfactorio. Desde entonces, obsesionado con lo imposible y envenenado por el desprecio y el horror, trata a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, de ejercer la libertad, una libertad que finalmente descubrirá equivocada la verdadera libertad consiste en no tenerla”. Desafía a la amistad y el amor, la solidaridad del hombre común, lo bueno y lo malo. Compromete a quienes lo rodean y les exige que sean lógicos, nivela todo lo que está a su alrededor por la fuerza de su desprecio y furia destructiva a las que lo conduce su pasión por la vida.

El 24 de enero del 41, Calígula fue asesinado por soldados de la Guardia Pretoriana. Muchos sabían del plan para matarlo, pero callaron por odio, poniendo fin a su mandato, un mandato que generó una mancha negra y diabólica de la que Roma nunca se pudo librar.