El caso de las hermanas Papin ha sido estudiado desde diferentes puntos de vista. Se considera un caso de psicosis paranoica, con algunos rasgos similares al caso Aymee. También es una muestra dramática del retorno de lo reprimido en personas que han sido segregadas sistemáticamente.
El caso de las hermanas Papin impactó profundamente a la sociedad de su tiempo. Ellas fueron dos empleadas del servicio doméstico que asesinaron a las personas para quienes trabajaban. Al comienzo, fue un gran escándalo, la cobertura mediática fue total, pronunciándose aquí y allí frases de indignación y adjetivos de horror y desprecio por las mujeres. También desde el comienzo fueron muchos los criminólogos, psicoanalistas, psicólogos y psiquiatras que fijaron su atención en el caso de las hermanas Papin. Lo sucedido llamaba la atención por los detalles dramáticos. Una vez fueron juzgadas y condenadas, la prensa se olvidó de ellas, pero los estudiosos de la conducta criminal no.
El propio Jacques Lacan, Sartre y Simone de Beauvoir hicieron muchas reflexiones en torno a este caso de psicosis, igual que varios criminólogos y juristas. El escritor Jean Genet creó una obra de teatro para consignar lo sucedido con el escueto nombre de Las criadas. Se considera una de las grandes obras dramáticas del siglo XX. Veamos cómo fue la historia de las hermanas Papin.
Pese a los detalles escabrosos del caso, la historia de las hermanas Papin es una historia, sobre todo, de sufrimiento. Eran tres: Emilia, Christine y Léa. De la mayor, Emilia, se sabe muy poco: solo que fue abandonada en un orfanato. Christine y Léa fueron las protagonistas del crimen. Su padre, Gustave Papin, era alcohólico y agresivo. Su madre, Clèmence Derèe, una mujer que no tenía vocación para la maternidad. Clèmence le entregó a Christine a una cuñada para que ella la criara. Siete años después la saca de allí y la interna en el mismo orfanato en donde estaba la hermana mayor, Emilia. Luego tiene a Lèa, con quien repite el mismo patrón. Cuando Christine cumplió 15 años, su madre la saca de la institución y la pone a trabajar como sirvienta en casas de burgueses. Lo mismo hizo cuando Lèa cumplió 13 años. Las dos hermanas, Christine y Lèa fueron contratadas por los Lancelin, una familia adinerada compuesta por el padre, la madre y una hija única. Las dos chicas se comportaron de manera ejemplar durante los años siguientes. Eran sumisas, atentas y muy trabajadoras. Tanto era así que recibieron el apodo de “Las perlas de los Lancelin” por parte de los vecinos.
El
crimen
Las hermanas Papin no salían a divertirse y prácticamente no tenían vida social. Christine protegía a Lèa y esta la seguía siempre. En un momento dado, ambas comienzan a llamar “madre” a la señora Lancelin. Léa era aún menor de edad y por eso fueron a la alcaldía para pedir su emancipación plena de la verdadera madre, Clèmence. Sin embargo, de manera sorprendente, al hacer el trámite no pudieron recordar el nombre de esa madre. El 2 de febrero de 1933 las hermanas Papin mataron a la señora Lancelin y a su hija. Les sacaron los ojos a ambas, estando aún vivas. Luego las golpearon con todo lo que encontraron: martillos, floreros, etc. Después dejaron los cadáveres tirados, limpiaron todos los instrumentos y ellas mismas se bañaron. Enseguida subieron a la habitación, se acostaron y se abrazaron. Así las encontró la policía. Dijeron haber provocado un apagón por una plancha en mal estado. Aparentemente, la señora Lancelin se enfureció, quiso abalanzarse sobre Christine y esto desató el crimen. A juicio de Lacan, cuando ellas mataron a la señora Lancelin, en realidad estaban asesinando a su madre, que siempre las había visto como objetos.
El
desenlace
Durante el juicio que se les siguió, las hermanas Papin refirieron maltratos y golpes por parte de la señora Lancelin. Christine fue condenada a muerte; pena que más tarde se cambiaría por la reclusión en un manicomio. Lèa fue condenada a 10 años de cárcel. Clèmence, la madre, fue a visitarlas en la prisión, pero ellas no la reconocían y la llamaban “señora”. El momento de la separación fue muy dramático. Ambas se aferraron a su madre y tuvieron que utilizar la fuerza para separarlas. Christine se negó a comer y murió de inanición un tiempo después. Lèa salió de la cárcel en 1943 y luego fue a vivir con su madre. Murió a los 70 años. Muchos creen que la exclusión social, moral y psicológica a la que fueron sometidas las hermanas Papin retornó en forma del terrible crimen que, para Lacan, era un caso de psicosis paranoica. En la Francia de aquel entonces, donde tuvieron lugar los hechos, se descubrió que las empleadas domésticas era el colectivo con mayor tasa de ingreso en establecimientos psiquiátricos. Una vez internadas, las cifras seguían siendo alarmantes: representaban el 80 % de los casos de suicidio.
"Mi
crimen es lo bastante grande para que yo diga lo que es" Christine Papin
Texto:
Desde el Psicoanálisis, Lacan.
El
psicoanalista francés Jacques Lacan se interesó en el crimen casi desde sus
primeras incursiones en el psicoanálisis, aunque sólo lo hizo abiertamente en
los años cincuenta, en particular con en su texto “Introducción teórica de las
funciones del psicoanálisis en criminología”, que forma parte de lo que se
conoce como Escritos 1.
En
este trabajo, Lacan nos permite ubicar el valor del crimen y la criminología en
el contexto del psicoanálisis, y, esencialmente, posibilita pensar la función
del crimen en la clínica. En su texto sobre criminología, pone en evidencia su
pregunta sobre la relación del psicoanálisis y la criminología; quizá no podía
ser de otro modo, en tanto que como hombre de su época está atento a ciertos
crímenes y a ciertos saberes que se discuten, sobre todo, desde el discurso
psiquiátrico y jurídico, básicamente. Su interés lo lleva a mantenerse
interrogando los fenómenos y las explicaciones que circulan acerca de los
mismos. De hecho, podría haber dado algún tipo de interpretación psicoanalítica
sobre los crímenes que se mencionaban en la época; sin embargo, su interés va
más a fondo, reflexionando sobre el lugar que puede tener el psicoanálisis
frente al delito, lo que lo conduce —insisto— mucho más allá de buscar o hacer
una interpretación de los crímenes y los discursos que en torno a ellos se
generaban. Por el contrario, en tanto que instalado como psicoanalista, hace de
los fenómenos una pregunta y avanza, para, de esta manera, en algún sentido,
hacer hablar al crimen.
El
año en que Lacan se interroga y escribe sobre el crimen es 1950. Se trata de
una década en la que el crimen es abordado principalmente por la psiquiatría y
el discurso jurídico. Se trata de un momento en que la psiquiatría en Francia
contaba con forenses de prestigio que impulsaban la psicopatología del crimen
(en su libro Los anormales, Foucault señala que los años cincuenta se
encontraban caracterizados por las pericias psiquiátricas y jurídicas en torno
al crimen) como explicación determinante. Lacan, en cambio, desde el
psicoanálisis, retoma las explicaciones de sus colegas y vuelve a formular las
cosas. En particular, hay que destacar que su abordaje permite básicamente
pensar al sujeto y su modo de relación con el Otro. Se trata esencialmente de leer
el conflicto del sujeto con la ley, haciendo del criminal y del crimen
significantes más que cuadros psicopatológicos. Es cierto que Lacan no se
convirtió nunca en un criminólogo, pero sí se apasionó en establecer el sentido
del crimen para el sujeto y la cultura. Si bien es cierto que es en 1950 cuando
Lacan escribe “formalmente” sobre el crimen, su interés data de mucho antes.
Ya
en su tesis doctoral De la psicosis paranoica en sus relaciones con la
personalidad, de 1932, se ocupa de analizar el caso Aimee, quien es internada
en el hospital de Sainte-Anne en París, después de que en la noche del 18 de
abril espera a la actriz Huguette Duflos, quien es ubicada en el delirio de
Aimee como su perseguidora, para atacarla con un cuchillo. En ese trabajo, Lacan
va a introducir algunas nociones para trabajar con el concepto de “paranoia de
autopunición” (autocastigo). También dará cabida a expresiones como la de
“complejo fraterno”, en tanto que —enseña—, al golpear a la actriz, ha atacado
a un doble en la cadena de perseguidores cuyo prototipo es su hermana Elise,
quien tiempo atrás se fue a vivir a la casa que Aimee compartía con su esposo y
paulatinamente la fue suplantando.
En
ese mismo trabajo doctoral, Lacan también desarrolla la noción de “complejo de
intrusión” como elementos presentes en el crimen paranoico. En 1933, a la tesis
doctoral de Lacan va agregar algunas reflexiones sobre otro sonado crimen, el
de las hermanas Cristine y Lea Papin, bajo el título de “Motivos del crimen
paranoico”. Se trata del crimen cometido por dos hermanas que llevaban mucho
tiempo trabajando como sirvientas en una casa burguesa compuesta por un
abogado, su mujer y su hija. Entre los “bandos”, las patronas y las sirvientas,
reina un casi total silencio, una nula y oscura empatía humana. La noche del 2
de febrero una torpeza de las hermanas provoca un apagón, las patronas (la
madre y la hija) reclaman de manera elevada la torpeza y las hermanas responden
con un ataque repentino, simultáneo y llevado a cabo con furor. Lacan en su
tesis nos narra el crimen:
“Cada
una se apodera de una adversaria, una le saca vivos los ojos de las órbitas
(hecho inaudito, según se ha dicho, en los anales del crimen) y luego la
remata. Después, con ayuda de cuanto encuentran a su alcance, un martillo, un
jarrón de estaño, un cuchillo de cocina, se ensañan con los cadáveres de sus
víctimas, les aplastan la cara y, denudándoles el sexo, acuchillan
profundamente los muslos y las nalgas de una para embadurnar con esa misma
sangre los muslos y las nalgas de la otra. Lavan en seguida los instrumentos de
esos ritos atroces, se purifican ellas mismas, y se acuestan en la misma cama.”
Después
del crimen, ya acostadas, intercambian una lacónica fórmula: “buena la hemos
hecho”. Lacan se va a interrogar en este trabajo justamente por los motivos del
crimen paranoico a partir de este caso. Las hermanas son condenadas por el
jurado el 30 de septiembre. Christine recibe de rodillas la noticia de que le
van a cortar la cabeza en la plaza principal. Después de retomar el diagnóstico
que les es dado a las hermanas sobre su presunta anomalía mental, Lacan
psiquiatra propondrá su tesis reconociendo, tanto los fenómenos elementales en
el conjunto del delirio y en sus reacciones, como la influencia de las
tensiones sociales. De esta manera, señala el Lacan de los años treinta, al
hablar de la pulsión agresiva:
“Esta
pulsión está teñida a su vez de relatividad social: tiene siempre la
intencionalidad de un crimen, casi constantemente la de una venganza, a menudo
el sentido de un castigo, es decir, de una sanción emanada de los ideales
sociales, y a veces, finalmente, se identifica con el acto acabado de la
moralidad, tiene el alcance de una expiación (autocastigo).”
A
la distancia en el tiempo de estas afirmaciones del joven Lacan, podemos
apreciar que la sociedad con los ideales que la comandan podría bien constituir
lo Otro del crimen. Otro que segrega, en particular, a aquellos que no
califican para formar parte del discurso del Otro imperante, quedan fuera,
excluidos. Como excluidas, en “tensión social”, se encontraban las hermanas
Papin. Ante esta exclusión, que es estructural, al quedar parte de la sociedad
sin poder ser representado por los significantes de estos tiempos, se genera un
retorno feroz de aquellos ubicados en el margen —el criminal es una de las
pocas inscripciones posibles—, el retorno entonces aparece desde lo real, por
ejemplo, el crimen, pero también el robo, el delito, en una palabra. Podemos
ubicar la existencia efectiva de cierta tensión ligada al delito; furor, le
llama Lacan en el crimen de las hermanas Papin. Esta tensión resulta con
frecuencia explicada por la responsabilidad individual, consignada por
peritajes de expertos en delitos (en los campos jurídicos, psicológicos,
psiquiátricos y otros), sin tener en cuenta una demanda social de éxito
inmediato. Cambian las cosas si pensamos que el delito se vincula a las
exigencias del Otro social a pensarlo como un desajuste originado en un
individuo patológico.
Red