Compartir
el camino con otra persona, el abrirse a la relación con otros, y que el dinero
sea el medio que el que exploramos la vida y nuestra realización, son procesos
naturales que pierden su sentido y se convierten en objeto de deseo, casi en
una cuestión de supervivencia, cuando dejamos de indagar en la verdadera
naturaleza de nuestro objetivo.
¿Hay
en nosotros la disposición a compartir con otra persona? Y compartir se aleja
de la expectativa de que alguien aparezca para cubrir la inseguridad; que nos
resuelva las carencias afectivas o que garantice una supervivencia que no
manejamos.
Se
produce un efecto que llamada “seudoamor”. El convencimiento profundo de que se
ama con la esperanza de que se convierta en el salvador, que esa persona calme
nuestra insatisfacción y la incapacidad para sentirnos felices con nosotros
mismos.
Las
relaciones de “seudoamor” son cómodas o torturantes y se basan en la supuesta
garantía de permanencia. Un contrato fijo para estar juntos que aporte la
seguridad, que permita cierta estabilidad en la compensación y el automatismo
de hábitos que no se cuestionan.
Sin
embargo, compartir con otra persona en ningún momento da por cerrada la
pertenencia del otro. Es un acuerdo que se renueva día a día. Estoy contigo
porque hoy no te necesito y estoy feliz de vivir, de aprender, de ser quien
soy. Caminamos juntos cuando libremente nos encontramos, para compartir la vida
que cada uno tiene, y que se construye momento a momento. Algo que tiene mucho
más valor y vigencia si estamos casados, o hemos firmado una acuerdo de
convivencia.
Para romper o evitar la codependencia es bueno desde el principio decir: "Te amo pero no te pertenezco".
Sin
embargo, la verdadera naturaleza de nuestro objetivo es la de cubrir algo que
nos falta. Tengamos o no esa persona a nuestro lado. A qui hay una gama de respuestas en el porque necesitamos una pareja.
Cuando
queremos realmente compartir ocurre en el instante que nos sintonizamos para
ello. Sea que acabemos de conocer a una persona, o llevemos toda la vida con
ella. Se dará en el momento que así lo deseemos, con el nivel de compromiso y
de entrega que estemos dispuestos a dar.
Un
propósito compartido revitaliza el amor cuando dos personas se reconocen completas
y felices con ellas mismas. Cuando dejan de buscar que el otro resuelva algún
nivel de insatisfacción. Convierte cada momento en un nuevo comienzo.
No
te irás de la relación porque el otro no te satisface. Tendrás la consciencia
para saber cuándo el aprendizaje te pide descubrir nuevos caminos, o conocer
otras personas.
El
desconocimiento de la verdadera naturaleza del objetivo convierte el deseo de
pareja en un empeño que debilita a quien lo busca infructuosamente, o el irse
decepcionando paso a paso, hasta convertir en precaria cualquier relación.
Vivir
de esta forma, sólo produce frustración.
Conocer
la naturaleza de nuestros objetivos nos evita el sufrimiento que provoca querer
que otros nos resuelvan el desamor o la infelicidad en la que vivimos. Y sobre
todo, evita que caigamos en la obsesión como estrategia inconsciente para
distraer el aprendizaje.
Tener
una pareja no resuelve el que nos amemos y nos aceptemos plenamente. Tan sólo
lo potencia, o confirma nuestra infelicidad. Tener pareja no es un objetivo, en
tener objetivos alcanzables en común en pareja sí.
Relájate,
disfruta y sigue con tu camino aceptando aquello que tenga que ser, y
abriéndote a la prosperidad de vivir de una forma tranquila y serena. A nivel
interno, claro que puedes desear tener pareja y hacer todo lo posible por
encontrarla, sin embargo, si tu objetivo vital es tener a alguien al lado,
entonces, esa carga puede volverse muy difícil de soportar porque no sabes cuándo
va a aparecer esa persona y ni siquiera sabes, si va a aparecer. Los términos
del enamoramiento dicen “No se busca, se encuentra”.