domingo, 24 de mayo de 2015

Conducta Agresiva Infantil: Tratamiento, Pautas y Guía

La agresividad infantil se ha definido en términos de conducta manifiesta del niño que implica destrucción, daño físico a otros, a él mismo, o a propiedades. Entraña agresión física, amenazas verbales de agresión, arrebatos explosivos de destrucción de propiedad y auto-daño en el contexto de frustración o estimulación aversiva.
El tratamiento de la conducta agresiva en un niño, en los casos que sea persistente su conducta agresiva, debe estar sometido a un profesional especializado.

1.- Diagnóstico preciso y evaluación eficiente de la conducta agresiva. A través de una buena historia clínica, es importante realizar una etiología conductual de la conducta agresiva, y una definición operativa de la misma. Con el diagnóstico preciso se planifica el tratamiento a seguir.
2.- Terapia cognitiva-conductual Infantil. Orientada específicamente hacia la conducta problema y su tratamiento, aplicando técnicas de modificación cognitivo-conductual.
3.- Terapia Familiar. Durante este proceso, el terapeuta evaluará a la familia
4.- Entrenamiento a los padres. Se procede a entrenar a los padres como generadores de conductas en sus hijos, en técnicas de aplicación de castigos, reforzamiento, modelamiento etc.

Identificada como un ingrediente común a los problemas de conducta y las conductas antisociales, la conducta agresiva representa uno de los problemas más frecuentes de salud mental en los niños. Conductas como pegar a otros, ofenderlos, burlarse de ellos, tener rabietas o usar palabras inadecuadas para llamar a los demás forman parte de la agresividad infantil. Cuando algunos niños persisten en su conducta agresiva y son incapaces de controlar su fuerte genio, pueden sentirse frustrados causando sufrimiento y el rechazo de los demás.

Aproximadamente oscila entre un 30% y un 50% de todos los problemas clínicos que se refieren a consulta. En México, si bien no se cuenta, al parecer, con datos concretos sobre su prevalencia en la población infantil, se han documentado algunas manifestaciones asociadas con ésta, como son la inquietud 19%, la irritabilidad 17%, el nerviosismo 16%, el déficit de atención 14%, la desobediencia 13%, la explosividad 11% y la conducta dependiente 9%.

La psicopatología, al igual que la conducta normal, se desarrolla a partir de las experiencias vitales del individuo. Si no se trata oportunamente, por ser un problema con inicio en la infancia, no sólo tiende a persistir en la edad adulta, sino que se exacerba con el paso del tiempo. Es precursora la conducta agresiva, en gran medida, de comportamientos antisociales a corto y mediano plazos, tales como la criminalidad y la delincuencia, el abuso de sustancias y las relaciones sexuales tempranas. Además, repercute sobre otros desenlaces como el fracaso escolar y el rechazo de los compañeros. Las repercusiones de la conducta agresiva se asocian con la pérdida de productividad y la necesidad de intervenciones continuas a corto y largo plazos. Consecuencias que tienden a agotar los recursos de la comunidad, como son los servicios de salud, la educación y los sistemas de justicia.

En algunos casos esta agresividad infantil puede tener origen en una dificultad de manejar sus impulsos internos. La frustración facilita la agresión. Pero en la mayoría de los casos la agresividad infantil es el reflejo de sentimientos y sensaciones que el niño no sabe y no puede manejar que le llegan desde el exterior. Es ahí que se le considera incluso una reacción de emergencia.

Los factores orgánicos tipo hormonal, mecanismos cerebrales, estados de mala nutrición, problemas de salud, etc., también influyen en el comportamiento agresivo. Y dentro del factor social, el niño que no tiene estrategias verbales para afrontar las situaciones difíciles, será fácilmente conducido a la agresión.

Es alta la probabilidad de que un niño impulsivo, con un control emocional precario, se exponga a experiencias de castigo y coerción por parte de sus padres. Cuando los padres recurren al castigo físico o a otras formas de coerción psicológica, como recurso para disciplinar a sus hijos, lejos de resolver el problema, lo exacerban. 

El hecho de que los padres contribuyan de diversas formas a la agresividad de sus hijos ha sugerido la necesidad de diseñar intervenciones, tanto preventivas como terapéuticas, dirigidas a los padres o cuidadores principales mediante la modificación de sus prácticas disciplinarias. Por lo tanto, la prevención y el tratamiento de la agresividad infantil se han beneficiado también de la investigación sobre técnicas conductuales diseñadas para alterar las transacciones padres–hijo en el hogar. Por otro lado, los resultados de las diversas investigaciones en este campo tampoco apoyan suficientemente el tratar sólo a los niños. Coinciden,  en que la estrategia más exitosa es la combinación del tratamiento a los niños en solución de problemas y formación de habilidades, por un lado, y el manejo conductual del niño mediante el entrenamiento de sus padres, por el otro. Hallaron que la intervención conductual por parte de los padres combinada con el tratamiento en solución de problemas a los niños es más eficaz que el tratamiento dirigido sólo a los niños y el entrenamiento sólo a los padres. Aunque cada uno de éstos produce cambios importantes, la combinación de ambos es más eficaz.

Los padres que no ponen límites y seden a todas las exigencias del niño no le ayudan a formar un mecanismo que le permita lidiar con la frustración, lo que hace que cuando el niño no logra satisfacer alguna de sus demandas al presentarse la sensación de frustración reaccionen con agresividad.
Así también, los padres con actitud hostil, sin demostraciones de afecto, con una disciplina estricta y rígida, que con frecuencia recurren al castigo físico o al chantaje emocional y a la reprimenda con insultos, forman niños que no sepan lidiar con la frustración y reaccionen con agresividad.

Otros estudios sugieren que además del castigo por los padres, un factor de riesgo importante, responsable del desarrollo de la agresividad en los hijos, es el manejo ineficaz de su comportamiento, caracterizado por esfuerzos fallidos, inconsistentes y erráticos para disciplinarlos.

Pautas sobre cómo solucionar el problema

1.- Identificar el tipo de conducta, es decir, qué es lo que nuestro hijo está haciendo exactamente. Hay que ser objetivos y específicos en la respuesta. Si el niño patalea, grita, o de qué forma expresa su agresividad.
2.- Apuntar diariamente en una tabla, y durante una semana, cuantas veces el niño aplica la conducta de agresividad. Anotar qué es lo que provocó el comportamiento. Con lo cual será necesario registrar los porqués y las respuestas. Apuntar también en qué momentos los ataques agresivos es más frecuentes.
3.- Elegir dos objetivos para modificar la conducta: debilitar la conducta agresiva y reforzar respuestas alternativas deseables existentes en el repertorio de conductas del niño o en la enseñanza de habilidades sociales. Ejemplos:
- Existen algunas condiciones que proporcionan al niño consecuencias gratificantes para su conducta agresiva. Por ejemplo, si en el patio del colegio, no estando el cuidador, el niño sabe que pegando a sus compañeros, éstos le cederán lo que él quiera, habrá que poner a alguien que controle el juego hasta que ya no sea necesario.
- Reducir el contacto del niño con los modelos agresivos. Muéstrele a su hijo otras vías para solucionar los conflictos cómo el diálogo, el razonamiento, el establecimiento de normas, etc. Si los niños ven que los mayores tratan de resolver los problemas con tranquilidad, podrán imitar esta forma de actuar.
- Los padres deben reducir los estímulos que provocan la conducta. Enseñar al niño a permanecer en calma ante una provocación.
- Recompense a su hijo cuando éste lleve a cabo un juego cooperativo y asertivo.
4.- Cuando esté determinado el procedimiento que utilizará, poner en práctica el plan. Debe continuar registrando la frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva para así comprobar si el procedimiento utilizado está siendo o no efectivo. Informar del plan elegido a todos los adultos que formen parte del entorno social del niño. Mantenga una actitud relajada y positiva y notarás los progresos. Al final, todos se sentirán mejor.

Guía para padres y maestros
  • Ningún niño se porta siempre mal. Sorprenda al niño o niña portándose bien, póngale atención y alabe los comportamientos positivos del niño. Proporcione oportunidades adicionales para que el niño actúe de manera apropiada y deles opiniones positivas sobre su comportamiento. No ponga atención sólo al comportamiento inapropiado y agresivo del niño o niña. Si lo hace, él o ella puede usarlo como una manera de atraer su atención.
  • Respeto. Dígale siempre a su niño o niña que siente cariño y respeto por él o ella. Recuérdele que lo que no le gusta son los comportamientos (y no el niño o niña) poco apropiados.
  • No ignore los comportamientos. A pesar de que ignorar comportamientos menores poco apropiados (gemir, quejarse) puede ser una manera efectiva de disminuir esos comportamientos, no ignore agresiones mayores.
  • Sea positivo. Mantenga la calma y dé el ejemplo para resolver problemas de manera positiva. No se enoje en respuesta al enojo de su niño o niña.
  • No racionalice. No trate de racionalizar con el niño o niña sobre el comportamiento agresivo o las razones por las que está anunciando las consecuencias; evite una lucha por el poder.
  • Contratos de comportamiento. Establezca un contrato de comportamiento con el niño o niña para ayudarlo a tomar control de su conducta. El contrato debe enumerar comportamientos meta positivos que se esperan  y una recompensa que se pueda recibir por satisfacer un número de criterios de estos comportamientos. Las recompensas pueden ser premios que se dan de manera natural, como más tiempo en la computadora, ser el ayudante del maestro por una tarde, o mirar un programa favorito de televisión en casa. Los comportamientos meta deben ser comportamientos positivos (la lista de “Hacer” en vez de “No hacer”). Deben comunicar las expectativas del niño o niña. Entonces, si un niño argumenta, el comportamiento meta puede ser discutir las cosas calmadamente.
  • Mandatos efectivos. Use instrucciones y mandatos efectivos con el niño o niña. Los mandatos deben ser concisos, directos, declarados positivamente y dados uno a la vez. Evite los mandatos que parecen preguntas (“¿Te gustaría ayudarme a limpiar este desorden ahora?”) porque le dan al niño la oportunidad de decir: “No”. Evite los mandatos que incluyan “Vamos a”, a menos que usted en realidad esté planificando ayudar a su niño con la tarea. Evite los mandatos vagos, los que tienen múltiples mandatos encadenados o que dan demasiadas explicaciones sobre por qué usted le está pidiendo al niño que haga la tarea.
  • Reglas del hogar. Establezca reglas en el hogar o en el salón de clases que el niño o niña tenga siempre que seguir. Estas reglas pueden enfocar el comportamiento agresivo en disminución. Si un niño rompe una regla, entonces él o ella reciben una consecuencia inmediata (no una advertencia).
  • Consecuencias negativas. Cuando el niño o niña no siga instrucciones u otras expectativas establecidas, cuando rompa reglas, o participe del comportamiento agresivo, provea consecuencias negativas inmediatas. Éstas pueden incluir pasar tiempo solo, hacer tareas extras o perder un privilegio.
  • Comunicación. Aumente la comunicación y cohesión continua entre usted y su niño o niña. Entonces habrá más posibilidades de que el niño acuda a usted cuando surjan problemas.
  • Resolver problemas. Dé ejemplos efectivos para la resolución de problemas: identificación del problema, generación de posibles respuestas múltiples, tanto positiva como negativa; evaluación de respuestas alternativas  y planificación de la implementación de la respuesta. Ayude al niño a ver la resolución del problema en acción y use oportunidades para ayudarlo a aplicar estos principios a sus propios problemas.
  • Relajación. Enseñe a su niño o niña técnicas rápidas pero efectivas de relajación  que pueda usar para calmarse cuando se enoje mucho.
  • Afirmaciones para lidiar con la ira. Ayude al niño o niña a desarrollar una lista de afirmaciones para lidiar con la ira. Practique estas afirmaciones con el niño por adelantado, para que él o ella esté más preparado para usarlas cuando esté en situaciones sociales de provocación.
  • Entender otros puntos de vista. Ayude al niño o niña a entender los puntos de vista de otras personas, incluyendo lo que puedan estar pensando y sintiendo. De nuevo, practique entender otros puntos de vista por adelantado durante situaciones no provocadoras, de manera que el niño esté mejor preparado para hacerlo cuando sea provocado.
  • Negociar. Enseñe al niño o niña destrezas para negociar sus necesidades con compañeros, padres y maestros, de manera que el niño tenga menos posibilidades de usar la agresión o el desafío como medio de obtener lo que desea.
  • Evaluación. Cuando un maestro o padre esté muy preocupado sobre un comportamiento continuo poco apropiado, se debe concertar una evaluación completa hecha por un profesional calificado de salud mental para determinar si se necesita un tratamiento más intensivo, como por ejemplo una terapia.
  • Se recomienda consultar a un especialista para que elabore el diagnóstico del niño, ya que la agresividad puede tener su origen en otros problemas, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que requiere apoyo de un psiquiatra infantil, o puede tratarse de una depresión enmascarada, que se manifiesta con groserías, violencia y malestar físico. En ambos casos se requiere de un abordaje diferente.

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