Tratare la impulsividad
desde su manifestación en niños de población normal o con algún diagnóstico de TDAH. Sin mencionar aquí las manifestaciones de impulsividad debidas a otros
trastornos clínicos más severos (autismo, psicosis, síndrome x frágil, retraso
mental, etc.).
Hoy en día, la
impulsividad en muchos niños se manifiesta con una gran intensidad y
frecuencia, llegando a alterar la convivencia y condicionar la vida de los
padres que la sufren. Es un hecho evidente que, además, la impulsividad parece
manifestarse en niños cada vez más pequeños, esto puede atribuirse en parte a
los actuales estilos de vida modernos (ambos padres con largas horas de trabajo)
y también en algunos casos a una falta de recursos o conocimientos por parte de
los padres o educadores que simplemente se ven desbordados y no saben cómo
afrontarlo. Por ello, es cada vez más frecuente buscar ayuda profesional. Normalmente, la
impulsividad viene acompañada de hiperactividad y déficit de atención en lo que
denominamos: TDAH y esto puede ser la antesala de problemas de aprendizaje,
conductas disruptivas y más adelante, agresivas o delictivas. Sea como fuere,
hay niños que presentan serias dificultades para reprimir sus impulsos y esto
les conlleva numerosos conflictos tanto en el ámbito familiar como en el
escolar.
El niño Impulsivo
Las características
nucleares que presentan los niños que denominamos “impulsivos”. Estas manifestaciones
se están presentando en edades cada vez más avanzadas (2, 3 años) y pueden
suponer para la familia una alteración significativa en la vida cotidiana si se
desconocen los motivos y la forma correcta de actuar. Algunas pistas para
detectar el niño impulsivo:
- Primero hace, luego
piensa.
- Contesta antes de
acabar de oír la pregunta.
- Dificultades para
aguardar el turno en los juegos.
- Dificultad para aplazar
una gratificación.
- Mal perder. No soporta
que le ganen.
- Interrumpir o estorbar
a los demás.
- Se entromete en los
asuntos de los demás.
- Baja tolerancia a la
frustración.
- Poco autocontrol.
- Desobediencia,
negativismo.
- El niño reconoce su
problema pero no puede controlarlo y reincide.
- Poco control sobre la
expresión de sentimientos.
- No evalúa
consecuencias.
- Dificultad para inhibir
la conducta. No siguen instrucciones
- Puede involucrarse en
actividades físicas peligrosas sin valorar sus consecuencias.
- En niños pequeños se
dan fuertes rabietas incontroladas.
Estas son algunas de
las manifestaciones que podríamos incluir dentro del concepto de
“impulsividad”. Algunos padres, simplemente definen al niño impulsivo, como un
niño que tiene un fuerte carácter o temperamento.
La impulsividad,
actualmente, se detecta y diagnostica como parte nuclear del TDAH. (Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad). Si bien, los manuales que
contienen los criterios diagnósticos (DSM-V o anteriores) permiten hacer el
diagnóstico de TDAH con predominio o no de alguno de los tres factores
nucleares: la mencionada Impulsividad, el Déficit de Atención o la
Hiperactividad.
La impulsividad como
factor psicológico independiente o no, precisa de un tratamiento más detallado
y un abordaje más explícito. Las razones son obvias. La impulsividad tiene
repercusiones directas sobre las interacciones familiares, pudiendo alterar el
desarrollo adecuado de vinculación afectiva y el equilibrio emocional. También
deteriora seriamente la capacidad de aprendizaje del niño y su buena adaptación
a la escuela y compañeros. Finalmente una impulsividad no trabajada a tiempo y
que se manifiesta en un entorno desestructurado, es el camino más directo para
conductas violentas o delictivas en el futuro.
Orientaciones Generales
para Regularla
1.-En primer lugar, debe
quedar claro que el niño tiene dificultades para regular su estado de
activación. Por eso siempre suelo recordar que: “No es tanto que no quieran autocontrolarse
sino que no pueden”. Una vez activados (descargas hormonales conjuntamente con
emociones intensas de frustración) tienen que efectuar alguna acción (rabietas,
huída, agresión, lanzamiento objetos, etc.). Ello no quiere decir que seamos
tolerantes, sino que desde la comprensión de lo que pasa podemos ayudarle de
forma más eficaz. A este respecto, hay que señalar, que la mayoría de niños
impulsivos suelen luego arrepentirse y se comprometen a no volver a hacerlo
cuando se lo razonamos. No obstante, vuelven a recaer en los mismos
comportamientos disruptivos al tiempo que manifiestan una cierta perplejidad o
inquietud al verse superados por sus propios actos y no saber por qué vuelve a
ocurrir. También puede suceder que estos episodios se refuercen si con ello el
niño consigue lo que quiere y, por tanto, puede aprender a manipularnos a
través de ellos.
2.- El niño debe aprender,
aunque aceptemos el hecho de que tiene dificultades para controlarse, que sus
actos tienen consecuencias. Por ello, contingentemente a las rabietas,
conductas desafiantes, agresiones u otros, deberemos ser capaces de marcar unas
consecuencias inmediatas (retirada de reforzadores, tiempo fuera, retirada de
atención, castigo, etc.). Por ejemplo si ha lanzado objetos, deberá recogerlos
y colocarlos en su lugar; si ha insultado deberá pedir disculpas, etc.
Deberemos, pero, esperar a que se tranquilice para aplicar las contingencias
marcadas.
3.- Es muy importante que
cuando se produzca un episodio de impulsividad extrema (rabieta, insultos,
etc.) los padres, maestros o educadores mantengan la calma. Nunca es
aconsejable intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos
momentos. Esto complicaría las cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y
tranquilos pero, a la vez contundentes y decididos. Por ejemplo, ante las
rabietas incontroladas de los más pequeños, decirle: “Mamá (o papá) están ahora
tristes con tu comportamiento y no queremos estar contigo mientras estés así”.
Los padres se retiran buscando una cierta distancia física (según las
circunstancias: calle o casa) pero también afectiva. De esta forma, el niño,
recibe a nivel inconsciente un mensaje muy claro: Así no vas a conseguir las
cosas.
4.- Contingentemente a
estas actuaciones, también podemos introducir las medidas correctoras
(castigo): “Cómo has insultado a papá (o mamá) hoy no podrás ver los dibujos
que tanto te gustan (o no jugarás a la play, etc.). Papá está triste porque no
quiere castigarte, pero tiene que hacerlo para ayudarte a mejorar”.
5.- No entrar en más
discusiones o razonamientos en el momento de activación por parte del niño.
6.- Nunca decirle que es
malo sino que se ha portado mal durante unos momentos y que eso puede
arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo con
otros niños que son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle
primero los aspectos positivos que probablemente tiene al mismo tiempo que le
señalamos los que debe corregir.
7.- Hay que insistir en la
necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño cuando queramos corregir
sus actos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias
entre los padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y
las rabietas u otras se incrementarán. Nunca debe vernos alterados
emocionalmente (chillando, llorando o fuera de control). Tampoco debe cogernos
en contradicciones, es decir: No podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo
que se esté quieto y callado.
8.- No basta con saber
contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños requieren también
que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más adelante se
dan algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben ser hechas en
caliente sino en frío cuando las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es
por la noche antes de acostarse.
Estrategias para Corregirla
Recordar que la
impulsividad como rasgo de temperamento puede deberse, en parte, a
predisposiciones genéticas pero la propia experiencia vital del niño y las
condiciones de su entorno determinarán, la intensidad, frecuencia y forma en la
que finalmente se expresa. Un ambiente familiar tranquilo y colaborador es el
mejor aliado para corregir conductas.
Algunas
estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas según
edad:
Para los más pequeños
(hasta 5 o 6 años) ante las manifestaciones impulsivas (rabietas, gritos,
lloros, etc.) deberemos aplicar la retirada de atención física y afectiva tal
como hemos explicado anteriormente y, si procede (según intensidad o
características del episodio), aplicar algún correctivo. No basta con saber
establecer límites o castigar, deberemos completar el trabajo con ejercicios de vinculación afectiva como leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación
por la noche antes de dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar
con ellos y analizar lo que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y
capacidad del niño. A los más pequeños les costará entender los razonamientos
basados en la lógica o moral adulta, por tanto, evitar excesivas explicaciones.
Es importante, también,
que empecemos a trabajar con ellos las sensaciones internas que preceden a las
manifestaciones impulsivas. Si el niño va tomando conciencia de ello podrá más
fácilmente aplicar en el futuro técnicas de autocontrol. Dicho de otra forma:
Si el niño logra detectar su estado de activación fisiológica previa al
episodio disruptivo, podrá poner en marcha alguna de las estrategias
incompatibles con el estallido impulsivo y, por tanto, evitar su manifestación.
Algunas Estrategias de Intervención
El Volcán
Muchos niños
identifican la sensación que viven justo antes de “explotar” como una especie
de calor interior intenso e incontrolable acompañado de fuertes emociones que
no pueden reprimir y preceden irremediablemente al episodio disruptivo.
Una buena estrategia
para que el niño empiece a tomar conciencia del problema y pueda comenzar a
controlarlo, consiste en hacerle visualizar todo el proceso en forma de
imágenes. Podemos ayudar al niño a imaginarse que en su interior hay un volcán
que representa toda su fuerza y energía, pero, a veces, se descontrola y se
produce la erupción. Cuando empieza a enfadarse, el volcán (que estaría situado
de forma imaginaria en la zona del estómago) se calienta y empieza a producir
lava caliente hasta el punto que, si no lo controlamos, estalla.
De lo que se trata es
de ayudar al niño a que identifique las propias sensaciones internas previas al
estallido y así, poder controlarlo. Una vez que el niño se
ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que ponga en
marcha recursos para parar el proceso.
Debemos, pues,
encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada niño
a la hora de hacer frente a la impulsividad y autocontrolarse. Hay estrategias
muy simples que consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente
respirar varias veces profundamente al tiempo que se da interiormente
autoinstrucciones (Para, Stop, Tranquilizate, Controlate, etc.). Esta técnica
suele ser muy eficaz si, además, hemos trabajado con el niño alguna técnica de
relajación.
Para niños muy
impulsivos, es probable que les cueste cierto tiempo y práctica desarrollar
estos hábitos. En estos casos, podemos darles también la instrucción de que
cuando se noten muy activados intenten separarse físicamente de la situación
como método para tratar de evitar el episodio (apartarse de un niño que le
insulta, ir a su habitación ante una reprimenda, etc.). Todo ello debe llevarse
a cabo bajo supervisión del adulto y teniendo en cuenta la edad del niño. Los
niños más pequeños (menos de 5 años) tendrán más dificultades para trabajar con
auto instrucciones.
El Semáforo
Uno de los problemas recurrentes
que nos encontramos cuando trabajamos con niños impulsivos y/o hiperactivos es
que no son conscientes de su estado de activación y eso les conduce
irremediablemente al conflicto. Esto es especialmente problemático en la
escuela.
Una estrategia que
empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semáforo. La estrategia
es simple: se trata de avisar al niño o grupo de alumnos (proporcionarles
feedback) cuando se están empezando a activar.
Lo importante aquí es
trabajar en la identificación de las sensaciones previas a las conductas
impulsivas y fomentar en el niño su reconocimiento como paso previo a la
incorporación de recursos de autocontrol. Si el niño ha trabajado,
paralelamente, alguna técnica de relajación o estrategia alternativa de afrontamiento,
podrá intentar ponerla en marcha cuando note la activación o se le avise de
ella. Por ejemplo podemos (según edad y características del niño) enseñarle a
que cuando se note activado procure respirar profundamente al tiempo que se da
auto instrucciones: “Tranquilo”, “Cálmate”, etc.
En casos de niños
especialmente conflictivos podemos darle instrucciones para que se separe
físicamente de la situación o vaya fuera a un espacio abierto. Insisto en la
necesidad de adaptar todo esto a las circunstancias del niño y, en su caso, a
la de los centros escolares.
La técnica del semáforo
es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las que todos
los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación
del grupo en casos en los que haya riesgo de conflicto.
La Relajación
Uno
de los mejores aliados en nuestra lucha por ayudar a los niños impulsivos, lo
constituyen, sin duda, los diferentes métodos de relajación. Podemos utilizar
técnicas adaptadas a las diferentes edades y necesidades. Además la relajación,
bien efectuada, no presenta ningún tipo de contraindicación y puede ser
aplicada a la mayor parte de la población. En la siguiente tabla expondré las
diferentes técnicas de relajación según edad para pasar después a una
explicación de las mismas.
a) Primera Infancia de 2 a 6 años
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Se
inicia la relajación básicamente como un juego.
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b) De 7 a 9 años
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En esta
etapa pueden introducirse técnicas más estructuradas. Recomendamos probar con
la progresiva (tensión-distensión)
y con autógena la Hay que
adaptar la técnica a la edad del niño.
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c) Preadolescencia de 10 a 12 años
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En esta
edad debemos actuar según las preferencias naturales del niño. Si no se ha
familiarizado antes con estas técnicas, aconsejamos probar con todas ellas
para averiguar la que se adapta mejor al niño. El orden puede ser: Progresiva, autógena, pasiva y respuesta relajación.
Puede utilizarse también una mezcla de ellas.
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d) Adolescencia de 13 a 17 años
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En esta
etapa es importante que el niño consolide el hábito de aplicar las diferentes
técnicas por él mismo y según sus necesidades. A esta edad puede utilizar
cualquiera de las técnicas o combinación de ellas que le resulten agradables
o más fáciles de manejar. En general, pero, se prefieren las de tipo autógeno
|
a) Primera infancia (de 2,5 a 6 años)
Evidentemente, en esta etapa hablaríamos de “juegos de relajación” más
que de técnicas. Con ello queremos resaltar el hecho de que este tipo de
intervenciones guiadas por los padres deben ser, ante todo, vividas y
entendidas por el niño como un juego. Más adelante, a partir de los 6 años, podemos ya introducir diferentes técnicas
más estructuradas en función de las necesidades de cada caso.
Con los más pequeñitos, nos ayudará tener un entorno tranquilo, silencioso.
Podemos trabajar la relajación justo antes de empezar a dormir, en la cama, y
facilitarle así su transición al sueño. La forma en que debemos aplicarla es
básicamente a través de los cuentos. Podemos utilizar, por ejemplo, el cuento
de la tortuga y la liebre. "El cuento narra la historia de una liebre
que retó a una tortuga a efectuar una carrera. Convencida de su superioridad,
la liebre empezó a correr y se dispuso a esperar la tortuga justo antes de
cruzar la meta y así poder reírse de ella. La tortuga fue llegando poco a poco
pero, cuando llegó, la libre se había dormido…"
A partir de este relato
se le puede pedir al niño que haga de tortuga (respirar lento, mover brazos y
pies lentamente, meterse en su casa y permanecer quieto unos instantes…) o de
liebre (respirar rápido, agitar brazos y pies…). El cuento debe acabar que gana
la tortuga y el niño efectúa las respiraciones lentas y relaja todas las
extremidades. Al final la tortuga se mete en su casa, apaga la luz y se dispone
a descansar para recuperarse y empezar el día bien…
Los cuentos pueden variarse utilizando otros animales (elefante-hormiga;
gato-ratón; etc..) o situaciones pero buscando siempre que el niño tenga que
imitar ciertos comportamientos antagónicos (lento-rápido,ruido-silencio, tenso-relajado, etc). Podemos utilizar también algún objeto o juguete para ayudarle a identificar
tensión-distensión. Por ejemplo una pequeña pelota de goma colocada en su mano
y haciendo los ejercicios apretando y aflojando la presión sobre la pelota.
Otra opción es utilizar algún peluche de su preferencia.
Los ejercicios de respiración (aprender a inspirar por la nariz y expirar por
la boca de forma pausada) lo podemos hacer también diciéndole al niño que se
imagine que es un globo que lentamente se va hinchando (le damos también
instrucciones para que vaya alzando los brazos al tiempo que se hincha) para
después deshincharse (expirando el aire y bajando lentamente los brazos).
A medida que se va haciendo mayor podemos introducir imágenes y sensaciones,
por ejemplo, que el niño piense en sus colores, juguetes, situaciones o
personas favoritas que le ayudan a sentirse bien y, también, instrucciones del
tipo “Estás muy relajado y tranquilo” o “Nota como sientes un calorcito
muy agradable en tus brazos o piernas…”
En definitiva, deberemos ir probando diferentes recursos para adaptarnos a las
características de cada niño.
Nota: En esta primera etapa el objetivo es más que el niño se empiece a familiarizar
con algo que se llama “relajarse” que no a conseguir resultados espectaculares
respecto a las áreas que queremos mejorar.
b) Infancia (de 7 a 9 años)
En esta etapa podemos ir dejando los cuentos para centrarnos en
instrucciones más estructuradas. Podemos empezar a utilizar la Progresiva, autógena, pasiva y respuesta relajación o una
combinación de ellas. La idea es seguir trabajando la diferenciación entre
tensar y relajar de los diferentes grupos musculares, el control de la
respiración, y las sensaciones de calor, pesadez, etc. Podemos hacerlo en la
cama por la noche o también utilizando un sofá, un asiento cómodo, etc. Lo
importante es hacerlo en momentos del día tranquilos.
El niño debe interiorizar que cuando está nervioso, cuando tiene miedo o
simplemente está enojado, parte de sus músculos están tensos y todo él está
activado. Reconocer estas sensaciones es el primer paso para poner en marcha
las estrategias trabajadas de relajación y tratar de tomar él mismo el control
de la situación. En esta etapa la visualización de colores o situaciones suele funcionar
bastante bien. Así que podemos darle instrucciones para que cuando tome aire
pausadamente lo convierta en su color preferido y de esta forma llene todo su
cuerpo de tranquilidad y bienestar. Debe notar como entra por la nariz baja por
la garganta y llena los pulmones al tiempo que una agradable sensación de calor
inunda su cuerpo.
Debemos también trabajar en el sentido de que el niño practique por él mismo la
relajación en los momentos en los que esté especialmente nervioso a lo largo
del día. Para ello primero deberá identificar sus emociones y tensión para
aplicar la respiración tranquila y la visualización de su color o imagen
preferida. También podemos añadir auto instrucciones del tipo: “relájate,
tranquilo, respira…” Normalmente estas rutinas pueden costar algún tiempo o pueden parecer
irrelevantes para el niño, pero con la supervisión y el trabajo constante se
producen mejoras significativas.
Otros recursos interesantes, según características del niño, es efectuar algún
ejercicio de relajación más físico a través de los cepillos con ruedas,
varillas y otros elementos que permiten a los padres dar masajes en la cabeza,
espalda, etc.. Este tipo de relajación es muy adecuado en niños muy nerviosos y
como preámbulo de la relajación más formal por la noche antes de acostarse.
c) Preadolescencia (10 a 12 años)
A estas edades las técnicas de relajación preferidas por los niños ya
están muy bien definidas si se han trabajado con anterioridad y aconsejamos
utilizar las de su preferencia.En el caso de
empezarlas a trabajar ahora, es necesario probar un poco con todas ellas para
averiguar la que se adapta mejor al niño. El orden puede ser: Progresiva,
autógena, pasiva y respuesta relajación. Puede utilizarse también una mezcla de
ellas.
Ahora el objetivo debe ser que el niño sea capaz de aplicar en su vida
cotidiana los recursos que le hemos ido enseñando. Debe ser él mismo que
delante de situaciones de conflicto o estrés genera respuestas de relajación.
Si se han trabajado correctamente, estas estrategias se van interiorizando y se
convierten en procesos casi automáticos.
d) Adolescencia (13 a 17)
Al llegar esta etapa, el joven, ya debería tener adquiridos los recursos
necesarios para manejar la relajación. En caso de no haberse iniciado en su
práctica puede ser ahora el momento. Como en la etapa
anterior deberemos efectuar una pequeña prueba con las diferentes técnicas para
encontrar la que mejor se ajuste a sus características. Es importante que el
joven tome parte más activa y que sea capaz de practicar él solo experimentando
cuál de ellas le resulta más cómoda y eficaz. Igualmente debe aprovechar
cualquier situación cotidiana para practicar los recursos de afrontamiento.
Canalizar la Energía
La impulsividad, hemos
ya comentado, que podemos interpretarla como un estado de activación que nos
prepara, a nivel orgánico, para una respuesta inmediata ante una situación que
no toleramos o interpretamos como hostil a nuestros intereses o hacia nosotros
mismos. No obstante, esta pronta activación, puede ser especialmente útil si se
canaliza en forma de actividades reguladas. Por ejemplo, en cualquier actividad
deportiva, los niños impulsivos pueden beneficiarse si aprenden a canalizar
esta activación para potenciar sus destrezas. Las artes marciales que combinan
concentración y despliegue de fuerza inmediata pueden ser especialmente útiles
para aprender a controlar impulsividad (salvo en el caso de niños que, además,
presente un componente antisocial o de agresividad con las personas).
Ejercicios para Potenciar Aprendizaje
El niño impulsivo no
tan sólo presentará problemas en su conducta sino que su perfil de
funcionamiento, le acarreará dificultades en aquellas tareas que requieren de
atención sostenida (lectura) o coordinación visomotriz fina (escritura).
Por tanto, resulta de
suma importancia trabajar, también desde casa, con ejercicios para mejorar
estos aspectos. Al respecto, recomendamos ejercicios de papel y lápiz como
(según edad), el pintado, los laberintos, ejercicios de discriminación de las
diferencias, etc
Podemos también
trabajar con diferentes juegos en el ordenador siempre y cuando la actividad
priorice la atención sostenida y la organización del material presentado
visualmente bajo algún criterio antes de efectuar la respuesta. Es decir, no
nos interesan los juegos demasiado movidos o que priorizan los reflejos
visuales más que los racionales. El niño primero debe pensar y organizar antes
de ejecutar la respuesta (demora de la respuesta = control de la impulsividad).
Otro recurso que nos
puede ayudar son los juegos de mesa. Recomendamos especialmente el juego de
Damas y el Ajedrez. En ambos, es necesario pensar antes de responder (lo
contrario a la impulsividad), además, los niños, deben situarse en unas
coordenadas espaciales para mover las fichas, lo que incrementa su capacidad
visomotriz.
Finalmente, señalar un
último recurso que podemos aplicar en casa para ayudar a los niños que tienen
dificultades con la grafía o la escritura. Frecuentemente, el niño impulsivo,
presenta dificultades para escribir correctamente y suele agrandar la escritura
o de formarla significativamente con escaso control sobre las coordenadas
espaciales. En estos casos, podemos trabajar con el niño utilizando los
mandalas, laberintos u otros pero teniendo especial cuidado en que primero
aprenda a relajar el brazo y la mano. El niño impulsivo cuando coge el lápiz lo
hace de forma rígida y suele tensar todo el brazo. Deberemos darle
instrucciones para que, antes de empezar a dibujar o escribir, el brazo deje de
estar tenso. Para ayudarle podemos, por ejemplo, decirle que deje el brazo
completamente muerto (podemos hacérselo con nuestra mano e indicarle que cuando
soltemos, el brazo debe caer a plomo. Si es así el brazo está relajado). Una
vez relajado podemos situar nuestra mano encima de la suya y ser nosotros los
que vayamos escribiendo (dibujando o coloreando) al tiempo que el niño procura
seguir teniendo el brazo relajado. Una vez más, lo importante es que el niño
vaya discriminando entre tensión y distensión (activación versus relajación).
El objetivo fundamental
de toda intervención con niños impulsivos es dotarlos de herramientas prácticas
que les permitan por ellos mismos regular, en la medida de lo posible, su
impulsividad.
Blog Psicodiagnosis, Psicología Infantil y Juvenil