lunes, 10 de noviembre de 2014

La Oniomanía: Compras Compulsivas

Comprar es una actividad rutinaria de la vida para la mayoría de las personas. Pero los adictos a las compras se muestran incapaces de controlar un fuerte impulso al consumo, que domina sus vidas y produce consecuencias graves.
La oniomanía o compra compulsiva es un trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo desenfrenado por comprar sin una necesidad real, frecuente en personas que padecen trastornos del estado de ánimo. Esta psicopatología suele estar asociada con trastornos depresivos y baja autoestima, aunque la compra compulsiva puede estar presente en otras enfermedades mentales como el trastorno bipolar o el trastorno límite de la personalidad.

El trastorno de compras compulsivas (TCC) es un trastorno psicológico del control de impulsos, caracterizado por preocupaciones excesivas relacionadas con las compras y por la necesidad irresistible de comprar de forma masiva objetos superfluos, acompañados de sentimientos de ansiedad, irritabilidad o malestar, y consecuencias adversas como el endeudamiento. Tras el alivio momentáneo al realizar la conducta adictiva, la persona experimenta sentimientos de culpabilidad.Es otra de las adicciones comportamentales más frecuentes. La caracteriza el deseo irresistible por comprar algo sin que exista una necesidad real de tal objeto.  Suele estar asociada con trastornos depresivos y baja autoestima.

El adicto a las compras sufre de un impulso incontrolable por adquirir objetos inútiles o superfluos. La gratificación deriva, más que de la utilidad de los productos, del propio proceso de comprar. Este consumo, no planificado, excede de las posibilidades económicas de la persona.

Se pueden identificar cuatro fases distintas de la compra compulsiva:

Anticipación: pensamientos, impulsos o preocupaciones sobre un artículo específico, o sobre el acto de la compra.
Preparación: decisiones sobre cuándo y dónde ir, como vestirse, e incluso que las tarjetas de crédito va utilizar. averiguaciones acerca de los artículos en venta, modas nuevas, o nuevas tiendas.
Compra propiamente dicha: experiencia de compra real, que muchos individuos describen como muy excitante, e incluso puede conducir a sensaciones de índole sexual.
Gasto: el acto se completó con la paga, a menudo seguida de una sensación de decepción o desilusión con uno mismo.

Generalmente el comprador compulsivo compra solo, sin la compañía de otra persona, debido a que se suelen sentir avergonzados. En su mayoría, los afectados reconocen que tienen un problema. Puede llegar a pasar por un centro comercial y sufrir un síndrome de abstinencia, es decir, un estado de nerviosismo que sólo se calma cuando entra a comprar.

El sentimiento de autoestima y de poder se satisface con la conducta de comprar, sin embargo hay una pérdida de interés por los productos una vez comprados. La mayoría de estas personas están alrededor de los 30 años pero empezaron a comprar en torno a los 18 o 20 años.

Desde la perspectiva epidemiológica, ente el 1% y el 5% de la población puede sufrir esta adicción, con una proporción de 4 mujeres /1 hombre. La mujer está más representada porque está más sujeta al dictado de la moda y por padecer más sentimientos de soledad y baja autoestima.

La motivación en ambos casos es aumentar la autoestima, las mujeres derivan la autoestima en el aspecto físico y los hombres por ser expertos o poseer riquezas.

El ciclo habitual de esta conducta adictiva es el siguiente:
  • Estado de ánimo disfórico
  • Excitación ante las expectativas de comprar
  • Adquisición placentera de objetos superfluos
  • Arrepentimiento y autorreproches por el dinero gastado y por la pérdida de control
  • Repetición del ciclo para la superación del malestar
  • Es frecuente la asociación de esta adicción con alteraciones psicopatológicas como la depresión, trastornos de ansiedad o de la conducta alimentaria. Todos estos problemas denotan una baja autoestima y una falta de autocontrol, reflejo de la impulsividad del sujeto.
Los factores de riesgo de esta adicción son: La soledad, el alejamiento de la familia, el trabajo o la insatisfacción con la pareja. Comprar puede ser una manera de relacionarse con los demás y de ver gente. En otros casos adquirir regalos es un modo de conseguir el aprecio de los demás.

Las consecuencias de la adicción a las compras: suelen ser muy negativas como deudas, problemas con la justicia, ruina, deterioro de las relaciones interpersonales, soledad, divorcio e intentos de suicidio. De hecho, la depresión puede facilitar esta adicción, pero también puede ser una consecuencia de la misma.

Test de auto-evaluación para compras compulsivas:
  1. Cuando tengo dinero, no puedo evitar gastar todo o parte del mismo.
  2. A menudo soy impulsivo en mi comportamiento de compra.
  3. Para mí, ir de compras es una forma de aliviar el estrés diario. Me resulta relajante.
  4. A veces siento que algo dentro mío me empujó a ir de compras.
  5. Hay veces tengo un fuerte impulso por comprar.
  6. A veces he sentido un poco de culpa después de comprar algo que no necesitaba.
  7. Escondo algunas cosas que compro, por temor a ser tildado como irracional en mi comportamiento de compra.
  8. A menudo tengo un impulso inexplicable, un deseo repentino de ir y comprar algo.
  9. Tan pronto como entro en un shopping, tengo un irresistible deseo de entrar en una tienda y comprar algo.
  10. Tiendo a responder a ofertas que llegan por correo.
  11. A menudo he comprado un producto que  no necesitaba, sabiendo que me quedaba muy poco dinero.
  12. Soy un derrochador.
  13. A veces he pensado "Si tuviera que comprarlo otra vez, lo haría…" y me he sentido arrepentido por ello.
Si contestó afirmativamente a varias de estas preguntas, es probable que usted esté padeciendo este problema.

Criterios diagnósticos

Los criterios diagnósticos utilizados como referencia para determinar si la persona cursa con el cuadro patológico son:
  • Presencia de impulsos excesivos y recurrentes por comprar, que producen importantes problemas personales y familiares.
  • Impulsividad y repetición de la conducta de compra, pese a las consecuencias negativas que trae esta conducta para la persona.
  • Necesidad urgente e irreprimible de comprar.
  • Intentos fracasados de controlar gastos.
  • La existencia de consecuencias negativas tangibles de comprar excesivamente, como agotamiento marcado, deterioro social o laboral, y problemas financieros o familiares.
El tratamiento en este tipo de adicciones se puede resumir en:

En primer lugar, antes de iniciar la intervención, es importante poder realizar una buena evaluación del problema sobre el que vamos a intervenir, para poder evaluar su magnitud y cada uno de los factores y variables que giran en torno a éste. Es importante antes de la intervención, valorar la consciencia de problema de la persona adicta, así como la motivación de ésta para realizar el cambio.

La intervención psicológica de elección, no obstante, para este tipo de adicciones es la cognitivo conductual, es decir, la modificación de los aspectos cognitivos y la intervención sobre los aspectos conductuales. Centraremos la intervención en dos técnicas conductuales que nos servirán para romper el automatismo de la conducta adictiva: el control de estímulos y la exposición en vivo con prevención de respuesta. 
  • La primera, es una técnica paliativa y provisional, que permite detener la conducta problema mediante la manipulación del entorno del individuo, para reducir o eliminar situaciones y estímulos condicionados que eliciten la aparición de la conducta adictiva (centros comerciales en adictos a compras por ejemplo).
  •  La segunda técnica, la exposición en vivo con prevención de respuesta, es una técnica conductual útil para aprender a afrontar el deseo o impulso de realizar la conducta, exponiéndose de forma controlada y progresiva a aquellos estímulos que facilitan la aparición de la conducta. La recuperación total, es decir, la desaparición del ansia por la conducta inadecuada, sólo se produce cuando el sujeto se expone, en una segunda fase del tratamiento, a los indicios de riesgo de forma progresiva y regular y es capaz de resistirse a ellos sin adoptar conductas de escape.
La parte cognitiva de la intervención, se centra en detectar y modificar aquellos pensamientos y distorsiones cognitivas que puedan facilitar la aparición o mantenimiento de la conducta adictiva, incluso un tiempo después de su desaparición.

Se debe entender el trastorno dentro de un contexto más amplio. No hay medicamentos "exclusivos" para una patología específica llamada comprador compulsivo, por ello es importante priorizar el diagnóstico. Algunos inhibidores de determinados neurotransmisores, como la serotonina (muy relacionada con el estado de ánimo) funciona.

Fuentes: Compilador de la red

jueves, 6 de noviembre de 2014

Perfil de Francisco Guerrero "el Chalequero"

Mientras que a finales del siglo XIX, Europa estaba conmocionada por los asesinatos de Jack El Destripador en las calles de Londres, un singular criminal mexicano, causó el terror en la Ciudad de México. "El Chalequero" es el primer asesino en serie de quien se tienen registro en nuestro país, Francisco Guerrero, fue acusado de matar a 20 sexo servidoras de 1880 a 1888.

Y una última (una anciana no prostituta, aunque hay fuentes que manejan que sí lo era) en 1908, donde ella lo insulto, araño en la cara por la cual la violó, golpeó  y degolló. Poco tiempo después, el cadáver de la anciana degollada fue encontrado a la orilla del rió Consulado, su nieta señalo al asesino, a Guerrero lo encontraron cerca de ahí, sentado, absorto y todavía con las manos ensangrentadas.

Nombre real: Francisco Guerrero Pérez
Nacimiento: 1840 Bajío mexicano
Fallecimiento: Noviembre de 1910 Hospital Juárez, Ciudad de México
Alias: "El Chalequero", "Antonio Prida", "El Destripador Mexicano", "El Destripador del río Consulado", "El Barbázul Mexicano", "El Degollador del río Consulado" o "El Estrangulador del río Consulado".
Cargo(s) criminal(es):  Homicidio agravado, violación, abuso sexual.
Condena: Primera condena a pena de muerte conmutada a 20 años de prisión finalmente recibió el indulto. Segunda condena a pena de muerte.
Situación actual: Muerto.
Ocupación: Zapatero y asesino serial, posiblemente también fungió como proxeneta.
Preso: (de 1888 a 1908, y de 1908 a 1910)
Cónyuge: 1 (llamada "María")
Hijos: 4 reconocidos.

Nota: “Felipe Espinosa”: Es el primer asesino en serie de nacionalidad mexicana, adelantándose casi con 20 años a los crímenes de Francisco Guerrero.

Guerrero también fue nombrado por la prensa de la época como el "Barbázul mexicano", el "Destripador mexicano o del río Consulado", o el "Degollador del río Consulado". Pero que se hacía llamar en el barrio “Antonio Prida, El Chaleco”. Guerrero era un asesino organizado, misionero motivado por el odio y sedentario. Existen dos teorías de porque se le apodaba "el Chalequero", una apunta a que simplemente era porque solía usar este tipo de prendas, otra menciona que se debía a que sostenía relaciones sexuales "a chaleco" con la mujer que el quisiera (la expresión "a chaleco" indica que algo se hace de manera forzada).

El modus operandi de Francisco consistía en abordar a sus futuras víctimas con el pretexto de hacer uso de sus servicios y así sucedía, pero posteriormente las estrangulaba, decapitaba y arrojaba sus cuerpos al Río Consulado. Su periodo de actividad concordó con el de Jack el Destripador, por lo que algunos autores de su época y actuales lo han llegado a comparar con él.

Una característica de Francisco Guerrero es que veía  a la mujer como un simple objeto sexual. Sus asesinatos estaban marcados por una crueldad desmesurada, pero no tenía fijado un móvil sexual, ya que en sus crimines no había sadismo era meramente por odio. Llegaba a violar a sus víctimas con el fin de demostrar su superioridad y poder, que creía tener entre las mujeres.

Perfil Psiquiátrico

Poseía una muy marcada personalidad psicopática pues carecía de empatía, no sentía culpa, tenía un estilo de vida parasitario, cosificaba a las personas a su alrededor, tenía una autoestima inflada, sufría de ataques súbitos de ira, era manipulador y promiscuo; pese a ello era una persona carismática (de ahí sus muchas amantes). En su época no se prestó atención a su diagnóstico pero su comportamiento y personalidad concuerdan con los de un trastorno errático de la personalidad (personalidad antisocial y/o personalidad narcisista). Lo describían como tranquilo y callado, ponía demasiado cuidado en su cuidado personal.

Veía al sexo femenino como un simple satisfactor sexual desechable. Sus crímenes estaban marcados por una crueldad desmesurada con marcados tintes sexuales, eran de odio. Violaba a sus víctimas para poder demostrar la supuesta "superioridad y poder" que creía tener sobre las mujeres. Todas sus víctimas (exceptuando la última) fueron prostitutas pero, a diferencia de lo que se llegó a creer, no las mataba por el hecho de serlo, sino porque ellas eran más vulnerables Según él las mujeres le debían una total fidelidad a sus maridos, el adulterio tendría que ser castigado con la muerte, consideraba especialmente pecaminoso el labor de una sexoservidora ya que no guardaban fidelidad hacia ningún hombre. Curiosamente sus hijas eran prostitutas.

Es fácil intuir que su trastorno de personalidad y su misoginia, fue producto de un rechazo maternal durante la infancia, que degeneró en un complejo de Edipo no superado. Muy probablemente no conoció una imagen paterna o ésta representó el patrón de la violencia contra las mujeres (un padre golpeador). Pertenecía a un estrato social bajo y era prácticamente analfabeto. Proyectaba en sus víctimas la imagen de su madre.

Carlos Roumagnac, uno de los primeros criminólogos mexicanos, concluyó que el "Degollador del río Consulado" era un criminal nato, al afirmar:

"...no hay datos suficientes que autoricen a suponer que el Chalequero, haya cometido sus crímenes bajo la influencia irresistible de la perversión sexual, no los ha cometido bajo la influencia de una obsesión morbosa, los ha consumado por impulsiones violentas y conscientes, es por tanto un degenerado inmoral violento."

Cabe destacar que pese a que los asesinatos de Guerrero mostraran evidentes rastros de agresión sexual y patrones de desfeminización, Romagnac dudaba de que estuviera motivado por una compulsión sexual y, contrario, a la concepción de "criminal nato", lo describiera como un asesino organizado.

Quizás los investigadores no se equivocaron en la etnia, condición social y académica del asesino, pero si en su descripción física, en su comportamiento ante las demás personas Guerrero era educado e incluso caballeroso, era descrito como guapo, elegante, galán y pendenciero, vestía de casimir, con sombrero ancho y zapatos relucientes. Se decía que su vestimenta no le costaba un sólo centavo, era así como se ganaba la confianza de sus víctimas y en su capacidad intelectual, jamás se identificó algún grado de deficiencia intelectual en él, y de hecho sus crímenes mostraban a un asesino altamente organizado. No fue hasta 1908, que un grupo de periodistas quienes, quizás influenciados por la noción de Jack el Destripador, retrataron ante las masas una imagen más cercana al verdadero Francisco Guerrero: un hombre delgado de tez morena, estatura mediana, escrupulosamente arreglado a la manera occidental, con un comportamiento refinado y galante, solo con una mirada penetrante y vacía.

Lorenza Urrutia una joven prostituta, lo desprecio. Cuando lo volvió a encontrar, el “Chalequero” se la llevo a una cueva cercana donde la ató, violó y torturó por 2 días, La joven se salvó sólo porque al asesino se le acabo el pulque y fue a comprar más, fue adonde aprovecho para escapar.

A diferencia de otros criminales históricos, “El Chalequero” jamás trató de ocultar su verdadera identidad, sus homicidios era conocidos por todas las prostitutas de la zona pero ninguna fue capaz de denunciarlo o entregarlo a la policía debido al temor de posibles represalias en su contra. Pero en realidad, parece, era proxeneta. Guerrero era “el souteneur de una pandilla de mujerzuelas que se lo rifaban, como vulgarmente suele decirse”.

Gracias a la denuncia del vecino de una de sus víctimas, El Chalequero fue atrapado. el 13 de julio de 1888. Esa noche, un grupo de gendarmes llegó a la pulquería “Los Coyotes” de Peralvillo y detuvo a Guerrero, acusado de al menos veinte crímenes.

En el juicio, que fue seguido con pasión por la prensa y el vulgo, se fue dibujando el perfil psicológico de lo que hoy conocemos como psicópata. Según él, las mujeres debían una total fidelidad a sus maridos y el adulterio tenía que ser castigado con la muerte. Él era el pecado y el verdugo.

Guerrero fue sentenciado a muerte en septiembre de 1908, para ese entonces el presidente de México Porfirio Díaz, cambio la sentencia de muerte por 20 años de prisión, el homicida fue llevado a la cárcel en San Juan de Ulúa Veracruz. Guerrero ya se había convertido en una celebridad gracias a los periódicos de la época.

El “Chalequero” falleció en el Hospital Juárez dos años después en 1910 a la edad de 70 años, a 4 meses de ser llevado a la horca por su segunda sentencia en la cual no obtuvo clemencia. Unos días después se desató la revolución mexicana. 

Algunas versiones manejan que murió de tuberculosis, otras manejan la tifoidea como causa de su muerte y otras indican que falleció de una contusión cráneo-cefálica al sufrir un accidente, hasta la fecha no se sabe a ciencia cierta cuál fue la verdadera causa de su muerte, solo se sabe que el signo final de la patología fue una trombo-embolia cerebral, fue encontrado inconsciente en su celda, posteriormente fue trasladado al Hospital Juárez donde falleció. Jamás mostró señales de arrepentimiento.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Rasgos Psicológicos Dominantes del Mexicano

Si queremos entender al mexicano debemos entender muy bien su historia. México es una gran nación que se fortalece diariamente con el esfuerzo, trabajo y dedicación su gente. Es un país fuertemente influenciado por la religión, mestizaje y por una difícil y lamentable historia. Al hablar de México vienen a la mente sus ríos, cañadas, valles y montañas, sus centros turísticos, sus pueblos y ciudades, que hacen de México el país más hermoso del orbe de la creación. El mexicano es una persona muy peculiar desde lo psicológico y lo social, su personalidad encierra un sin número de interrogantes.
Es la tierra que albergó a los pueblos: mixtecas, zapotecas, toltecas, olmecas, mayas, totonacas, teotihuacanos, chichimecas, mexicas, entre otras culturas establecidas durante el período preclásico mesoamericano.

El mexicano, es creativo, tiene habilidad posee un especial y exclusivo sentido del humor que le permite burlarse de los demás e inclusive, burlarse y reírse de sí mismo. Los mexicanos intentamos elevarnos hasta llegar a algo definitivamente estable que nos libere de la inestabilidad y que nos garantice la plena existencia. Por eso invocamos a Jesucristo y por eso pedimos la intercesión de nuestra Virgen de Guadalupe y de los santos. Cada mexicano en el mundo tiene complejo de ansiedad porque tiene la capacidad de ser santo o pecador, más allá del macho mexicano.

6 rasgos comunes que trazan al mexicano

*caprichoso
*irracional
*hipersensible
*sin plan racional alguno
*naturaleza explosiva
*pasión desmedida.

Los rasgos paranoides (desconfianza) e histérica (manipuladora) son frecuentes en sociedades pobres, incultas y donde el sentimiento de culpa es herramienta común, por desgracia en México existen estos elementos con una intensidad mayor de lo deseable. El mexicano suele ir hacia el extremo límite de todos sus sentimientos, con una seriedad afectiva total. Puede apasionarse por cualquier cosa, de modo súbito e insospechado. Se enciende como un cohete y su intensidad emotiva sube hacia lo alto por largo tiempo. Por un solo minuto de fervor o de menos precio, queda en la gratitud o herido y blindado en su rencor. Digámoslo sin reticencias: el mexicano es ilimitadamente vulnerable.
Es un hipersensible, porque sufre una angustia secreta que roe su aprensivo corazón y lo repliega sobre sí mismo. Como se haya situado en ese mar de incertidumbre que es México, y sitiado por el riesgo de amenazas que no logra localizar, se abisma en la inseguridad al experimentar vivamente su contingencia, y se pone una máscara, de indiferencia, de impasibilidad, de "vale madrismo", si queremos utilizar la expresión popular. Es una disfrazada congoja que reaparece bajo cien más caras diversas.

La pobreza, la enfermedad, el desempleo, la corrupción, la deuda externa son los peligros reales que generan una natural intranquilidad. Pero en vez de combatir los peligros reales; el mexicano adelanta su congoja, se auto-tortura y refleja sobre la circunstancia del desasosiego. Ve precipitarse sobre México los mismos fantasmas que ha forjado su inseguridad paroxística. Presentimientos, turbaciones y fobias le agobian. Afligido y desconcertado, busca una nueva guía de perplejos, cuando no se sabe refugiar en su religión, y se mantiene, entretanto, en su estado dubitativo, irresoluto, sugestionable, introspectivo. Yo diría que el mexicano medio es un introspectivo emotivo, escrupuloso, obsesivo con frecuencia. Lo maravilloso es que su estoicismo, su capacidad de sufrimiento, le impida agotarse en ese combate desigual y abrumador contra gigantes desconocidos. Como el universo de Kafka, el mundo del mexicano es impreciso, ambiguo. Pero ante esa especie de ilimitación hostil el mexicano está dispuesto a no sucumbir. El pavor supremo de su espíritu, y la turbación elemental de su carne, en terrible amalgama, es la prueba más tremenda a que puedan ser sometidas las fuerzas del hombre. Y el mexicano pasa la prueba, la resiste siempre y, a veces, la vence. No encuentro más que una sola explicación para superar esta prueba acuciante, cruel, despiadada: nuestro estoicismo cristiano.

El mexicano tiene temor a lo desconocido y a las decisiones exigidas por la incesante adaptación a una vida incierta y riesgosa, pero este temor está dominado por el estoicismo cristiano. El mexicano actúa por un sentimiento vivo; extinguido este ardor, su acción se agota y se desploma por sí misma. En su impulsividad suele haber una generosidad irreflexiva, arrebatos del corazón, extenuación del sentimiento. Está listo para arriesgarlo todo, hasta su vida. Pero muestra cierta incapacidad de sacrificar lo más cercano a lo más remoto. De ahí nuestro bajo coeficiente de puntualidad.

Aunque el mexicano es sumamente cortés-cortesía suave, no puede contener por entero al fuego, que arde en él. Impaciente ante el obstáculo de la circunstancia y la contradicción verbal, pronta a la injuria y prolongada en el rencor,  propensa a cóleras breves y virulentas a gestos atropellados e impetuosos, a risas nerviosas y sarcásticas y al fanatismo político, cuando logra sacudir su apatía. En el registro de la hipérbole y de la explosión, el mexicano dispone de un nutrido repertorio. La educación modera los raptos de frenesí, pero no suprime alguna válvula de escape.

El mexicano es especialmente sensible a la presencia de los extraños. Susceptible a toda incitación, expuesto ante la mirada de los otros, tiene un agudo sentido del ridículo y se integra en el gran contingente de los tímidos. Busca calor cordial con los circunstantes, comunión y entre fácilmente en ella, porque no le gusta la soledad. Por eso, abunda el compadrazgo y el comadreo. El compadre y la comadre son vínculo de cohesión, medio de identificación colectiva. Gusta seducir a los que se encuentran en acorde consonante con su cosmovisión, mientras desecha sutil, o enérgicamente, a quienes muestran una disonancia.

Entre su generosidad innata y su egocentrismo hiperemotivo se establece una tensión bipolar, contra puntual. Se entrega con vehemencia, se ofusca en su pasión, exagera y miente en la estrechez emocional del campo de su conciencia. Por ser sensible, es artista, hacedor de realidades más expresivas más conmovedoras o engalanadas.

La emotividad no eroga al mexicano ningún empobrecimiento intelectual. Cierto que las conmociones sentimentales reiteradas pueden disgregar con sus embates a las síntesis mentales a la objetividad a la atención concentrada. El mexicano abandona completamente lo que no le interesa-las matemáticas o la observación científica por ejemplo-y considera con displicencia los aspectos que le son indiferentes o de sagradables. Pero cuando logra romper el bloqueo mental, Son notables las dotes del mexicano para la inteligencia intuitiva y la imaginación concreta. En todas aquellas operaciones que existe más penetración que amplitud, el mexicano destaca sobre los demás. Las resonancias de su choque afectivo son propicias a la vida artística y a la tragedia.

La fantasía del mexicano es riesgosa, la vieja norma de la sensatez debe ser impuesta, desde hoy temprano, en este pueblo emotivo. De otra suerte caeremos en la tiranía de la enervación, en la inconstancia y en la susceptibilidad exagerada. Cuando la educación no robustezca al escepticismo, surgirán en México las cualidades más aptas para abrir el corazón a la caridad.

Las ramas maestras del árbol caracterológico mexicano se insertan en la raíz emotiva. La realidad, la cruda realidad cerca de frente al mexicano, es muy difícil la lectura de los sentimientos reales del mexicano. En su mirada taciturna puede arder una llama de un fuego interior que le consume sin exteriorizarse. Desde niño aprende a refrenar sus sentimientos ¡los hombres no lloran!, le dice, en tono severo el padre. Como buen introvertido, el mexicano lleva la marca del predominio de la vida subjetiva. Encarcela a su emoción, y ahí en el cautiverio, la discurre, la saborea, la recapitula la matiza y la madura. Nada se trasluce por el momento. Pero la tensión inestable puede estallar en el momento en que menos se piensa.

Carácter meditativo, reservado, vacilante no se entrega fácilmente a los abandonos espontáneos al examen de los otros. Su acción se contiene por cierto temor a los objetos. Su observación desafiante le retrae y le demora. Gestos quebrados, bruscos, refrenados, con un coeficiente de ironía dejan ver su timidez y su introversión. Confía en sí mismo, pero es irresoluto en la acción. Posee mayor comprensión y hondura intelectual que el extrovertido, pero menor capacidad de adaptación y de modificación a las circunstancias. Cuando abre el cerrojo a su soledad puede tomarse, cáustico y amargo, rígido y confiado. Enfrascado en sí mismo, es natural que tienda al secreto y al aislamiento. Se forma ilusiones porque el mundo exterior lo conforma -o lo deforma-a la medida de sus deseos. Propios y extraños se dan cuenta de que su cólera agresiva y vengadora estalla periódicamente al menor pretexto inmediato. Intuitivo, soñador, artista, el mexicano tiene una fina disposición para el sentido de lo íntimo. Su sentimiento profundo de inseguridad se traduce en timidez. El exceso de emotividad del mexicano se siente vulnerado por la menor imposición del mundo, de su dolorosa sensibilidad provienen sus crispaciones herméticas y sus quiméricos ensueños compensatorios.

La lucha contra el obstáculo, es lucha por la realidad. Y esa lucha por la realidad no debe faltar nunca en el mexicano, aunque sea emotivo e introvertido. Los refugios imaginarios, los universos de deserción,, las fábulas de la frustración y la mentira mitomaniaca son tentaciones permanentes que el mexicano debe superar en la disciplina de lo concreto, en la educación motora, en la formación social y en la imaginación artística. Lo real y lo imaginario colaboran en la percepción misma de México. El principio de la edificación interior del mexicano consiste en reconocer las propias tareas y deficiencias, tratar de vencerlas y emprender la ardua y fervorosa labor de ser nosotros mismos, en lo que tenemos de mejor, confiados en la capacidad de perfeccionamiento y en la valiosa porción de dotes que el pueblo mexicano ha mostrado, como constantes, a lo largo de su historia. Nuestro paso por la tierra, como mexicanos, requiere probidad, respeto de sí mismo, fidelidad al estilo y lealtad a la vocación individual y colectiva.

El fatalismo es común en algunos ciudadanos mexicanos. Hay quienes se agobian creyendo que sus problemas ya no tienen solución. La represión es un manifiesto de inseguridad o desconocimiento del futuro. Por lo regular el mexicano opta por utilizar máscaras con las cuales oculta muchas veces sus temores

Si el mexicano ama las fiestas, como acaso ningún otro pueblo en el mundo, es porque en el fondo la soledad no le hace feliz. Yo diría que sufre la soledad para evitar la vejación mayor y para no perder su autenticidad. ¿Es México un país triste? El México mestizo de nuestros días es un México en el que prepondera el color, la alegría de la fiesta, el goce de una naturaleza que se adentra en las casas y en el alma de nuestro pueblo humilde. Claro está que no deja de haber lamento ante la desgracia, sufrimiento ante la enfermedad y espera de la muerte y ahora en especial por la impotencia ante malos gobiernos y gobernantes que dan cabida al crimen organizado, la extorción, desapariciones forzadas, muertes y desempleo. Nuestras calaveras risueñas, festivas,  acusan un amor por la vida y un humor de la muerte que no encontramos en otra parte del planeta. No es verdad que para el mexicano moderno la muerte carezca de significación. Tampoco es cierto que la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutra de su indiferencia ante la vida. El mexicano, como creyente, postula la trascendencia del morir. Su contacto directo, con la enfermedad, con el hospital, con la cárcel, con las arbitrariedades del cacique, le hacen considerar a esta vida como una menos-vida y le mueven a la espera de una verdadera vida que por nacimiento humano no posee. Si somos un pueblo ritual, sensible y despierto, no podemos ser un pueblo de solitarios. La soledad de un poeta no configura la soledad de un pueblo. Observamos nuestras fiestas civiles y nuestras fiestas religiosas. Danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos de colores violentos-para que se vean, plazas y mercados pletóricos de compradores y de simples paseantes, calendario pablado de días de asueto para celebrar. Celebramos en nuestras ciudades y pueblos, con unión y periodicidad el día del santo patrón. Los barrios se engalanan con sus festejos religiosos y las ferias dejan oír mariachis, cohetes, silbidos, canciones rancheras y balazos al aire. Si México fuese un país de solitarios. México no estaría en fiesta permanente. El pueblo mexicano no está caracterizado por su aislamiento nefasto -herida ulcerada- sino por aquella soledad bendita que se abre ante quien nos llama.

Canciones, refranes, dichos, dicharachos, fiestas, ponen de manifiesto que el mexicano está curado de espanto no se quema los labios al pronunciar la palabra muerte. Al final de cuentas no está la soledad, sino la esperanza, la esperanza en una vida ultra-terrena. La esperanza en una justicia perfecta que no ha visto en su paso por su tierra, la esperanza en una misericordia que le acoja para siempre. Por la esperanza, el mexicano trasciende su soledad y vive en invisible comunión. Quizás el mexicano no oscile entre la entrega o la reserva, entre el grito o el silencio, entre la fiesta o el velorio, pero eso no significa que no se entregue cuando ama y que no sepa ser amigo. La impasibilidad del mexicano tiene un sentido final trascendente, más allá de la máscara y del fracaso intramundano. La impasibilidad del mexicano no está cerrada al mundo, pero le sirve de escudo. No nacemos condenados a una soledad que nos hace vivir nuestra propia muerte, sino avocados a una compañía que pregustamos en nuestro estado de itinerantes. La impasibilidad del mexicano es su defensa ante un mundo hostil.

La exuberancia de las palabras malditas en México es verdaderamente notable. Y todo ese léxico y todo ese colorido de fiestas y de cultos a los santos patronos, y toda esa sensibilidad ante la vida y ante la muerte se asumen con una personalidad diferente, que no es indígena ni española, sino mestiza. El español no sólo vino a explotar y a robar al indígena, sino a dejar su sangre y su vida, a legarnos religión católica, lengua castellana, cultura hispánica, injertada en tierras del antiguo México aunque haya sido a base de golpes y sufrimiento. Color, sabor, porte, estilo con algo que se fragua en la historia y se define día a día. Desertamos de las leyes naturales, porque somos animales culturales, pero traemos en nuestro ser el grito de la sangre y el grito de la tierra.

El mexicano vive instalado sobre una plataforma de sus creencias religiosas que no son meros automatismos. Todo lo que ha sido México en la historia está presente, de alguna manera, en el México actual. Cuando hemos vencido la adversidad descansamos. Pero el descanso es sólo paréntesis y punto de partida para enfrentarse a una nueva adversidad.

Exhibimos abundancia de sociabilidad, porque somos hombres de ágora y no de reclusión solitaria. Decir que "la Fiesta es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal o presocial", como lo dice Octavio Paz, es caer en típica afirmación gratuita. En la fiesta late un anhelo de convivencia, de comunión -lógrese o no, realícese de manera satisfactoria o de modo insatisfactorio pero nunca un país de personas nihilistas.

El mexicano, cuando está bien dispuesto, es uno de los tipos humanos con mayor capacidad de empatía, de introyección, sabemos también escuchar y dialogar. No necesitamos romper con nosotros mismos para expresarnos, sólo requerimos ser sinceros. La fiesta, el juego, la parranda pueden abrir el pecho del mexicano y mostrar dramas terribles de su intimidad. El mexicano no suele ser franco por inseguro, pero su sinceridad puede llegar a extremos que sorprenderían a un europeo o a un norteamericano. Nos calamos una máscara de impasibilidad o nos desnudamos en forma explosiva, casi suicida. Pueden venir eras de silencio, de sequía y de piedra; pero no vacío de la imagen, del yo para convertirse en espera de nada.

El mexicano se resiente por el trato diario, por la humillación continua, por la situación injusta. Es difícil desenterarse de una ofensa continua. No se trata de injurias de palabras que se puedan contestar con palabras. Tampoco se trata del perdón de un acto. Tratase de cobrar cuentas pendientes que van aumentando con el tiempo. La Independencia y la Revolución pueden tener aspectos de venganza pero no alcanzan a curar por completo el estado de resentimiento.

El mexicano no se siente inferior a ningún otro pueblo de la Tierra, no tolera que los extranjeros le hagan ver, sus errores y se resiste a reconocer su yerro. Nos vengamos no por un sentimiento de inferioridad respecto a Europa, sino porque nos sentimos injuriados constantemente, en nuestra dignidad personal, por los poderosos políticos o por los poderosos patrones. La injuria que genera el resentimiento puede ser real o supuesta. El sentimiento de injusticia -individual o social- hace fermentar la levadura del disgusto de la reprobación y finalmente, del resentimiento. La colonia, el Porfiriato y la posición hegemónica del partido en el gobierno producen un resentimiento colectivo y una pasión por la igualdad de oportunidades que no existe aún, después de la Revolución. El disimulo no alcanza siempre a ocultar la rabia recóndita. Ante los extranjeros estamos orgullosos de ser mexicanos pero ante nosotros mismos nos auto-denigramos sin piedad y sin cuartel. Todo lo mexicano está mal hecho “de puertas adentro”. Y "como México no hay dos" -de puertas afuera.

Al mexicano le gusta su cultura-música. Filosofía literatura, arquitectura, pintura, artesanías- pero no le gusta su vida socio-política. El psicoanálisis permite descubrir en el alma de México fuerzas oscuras que se disfrazan de aspiraciones hacia fines elevados que, en realidad, desean rebajar a los individuos. Se resaltan paradigmas falsos lo cual provoca en ocasiones la imitación de muchos a conductas extranjeras, olvidando poco a poco las costumbres y modos de vida autóctona. Culpamos a los otros y evitamos confesar nuestra parte de responsabilidad en los desbarajustes nacionales. El resentimiento es propio de los dominados que cultivan su venenosidad interna, que sepultan en su interior la repulsión y la hostilidad. La susceptibilidad exagerada del mexicano provoca su sed de venganza. El orgullo personal aunado a la posición social inferior son la dinamita psíquica del mexicano para urdir la explosión de venganza. La igualdad ante la ley proclamada por la Constitución de 1917, coexiste con diferencias notabilísimas en el poder efectivo de los grupos, en la riqueza de unos cuantos, en la educación de los menos. En los discursos políticos y en los textos legales se le dice al mexicano que tiene "derecho" a compararse con cualquiera. Pero el mexicano medio, el mexicano común y corriente sabe que no puede compararse de hecho, que la estructura social está en su contra.

Estamos llenos de políticos corruptos e ineptos que se aprovechan de la nobleza y necesidad de un pueblos, son aduladores los hay en todas partes del mundo, pero solo en México se les conoce con el nombre de "lambiscones" (Un desprecio sufrido en su vida anterior le mueve a comprar favores al precio de la indignidad).  Inútil buscar el vocablo en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. No existe. Lo ha creado el pueblo mexicano como un vulgarismo, derivado del adjetivo lambuzco, ¿Qué significa lambiscón, para un mexicano? Un parásito social que prospera o trata de prosperar a la sombra de los poderosos y que posee además la rara habilidad de cambiar de color -como los camaleones-según convenga a sus intereses. Hay "lambiscones" inteligentes y hay "lambiscones" torpes. El común denominador es la sonrisa hipócrita, la aprobación irrestricta -de dientes para afuera- de todo cuanto dice o hace el adulado, el aplauso atronador a tiempo o a destiempo. Pero México no es un país solamente de lambiscones, madrugadores, picapedreros, y pistoleros.

El miedo colectivo que flota en el ambiente desaparecerá únicamente cuando exista una verdadera democracia que nos conceda a todos, justicia, seguridad, igualdad esencial de oportunidades y desarrollo integral.

Una abrumadora mayoría del pueblo mexicano repudia a estos parásitos sociales con toda su carga tóxica. El pueblo mexicano está cansado del abuso, aunque hasta ahora haya hecho poco para corregirlo. La inquietud de renovación, el talante sensible a la nobleza, la cortesía y la tolerancia, la amistad y la hospitalidad del pueblo mexicano arrojan un saldo positivo que está muy por encima de los números rojos que representan los personajes indignos que hemos descrito, que pueden tener muchas explicaciones, pero ninguna justificación. El mexicano no es una persona floja, lo cierto es que hay insatisfacción en su labor, hay más necesidad que motivación.

Pero eso no es México sino el aspecto negativo de México. Porque ustedes, lectores y yo, nos afiliamos abiertamente en la causa de la vocación de México al cultivo de los grandes valores del espíritu y del estilo colectivo de vida capaz de elevar al mexicano al sitio que le corresponde, Un destino elevado y honroso que está en marcha, a lomos de nuestro estoicismo cristiano, con el escudo de nuestra dignidad indo-española, con la lanza de nuestra finura mental. Nuestras glorias comunes en el pasado, nuestra voluntad común de ser mexicanos en época de crisis, nuestro programa de ser fieles a nuestra vocación y a nuestro estilo, son nuestra mejor capital social. Sentirnos orgullosos de nosotros mismos y de pertenecer a este país es un derecho natural que sin embargo es necesario  re-conquistar.

Este es el yo del mexicano, un mexicano con identidad definida que fomenta aún el machismo. Es el mexicano que se enorgullece de sus antepasados, es también ese mexicano que juega, canta, grita, baila y ríe como sufre y cae pero siempre se levanta. 

domingo, 26 de octubre de 2014

Psicológia de la Envidia

Sentir envidia hasta cierto punto es normal, pero si llega a obsesionarte o a incidir en tu vida, se puede convertir en un grave problema. Reconocer este sentimiento te ayuda a descubrir tus propias carencias emocionales y a superarlas.
La gente envidiosa siempre piensa que lo del otro es mejor, sin profundizar en las circunstancias ajenas, que pueden ser en muchos casos, nada envidiables, pero, ellos solo ven el objeto de su deseo y que puede ser cualquier cosa, desde las más comunes, como el dinero y el aspecto físico, a la inteligencia, las dotes artísticas, la gracia al hablar, capacidad para hacer amistades, etc.  El envidioso tiene conciencia de su propia pequeñez, en realidad, el envidioso cree que vale menos que los demás, aunque no sea cierto en todos los casos.

Aunque hay mucho escrito sobre fisiognomia, lo cierto, es que no he visto ningún perfil evidente que defina al envidioso, solo escribiré en base a mi experiencia en clínica.

Perfil Psicológico del Envidioso
  • Es propenso a padecer estrés, debido a su idea competitiva de la vida.
  • Por no lograr sus objetivos padece ansiedad.
  • Tienen miedo a perder lo que envidiaron y lograron con mucho esfuerzo.
  • Estando tan asumida su necesidad de poseer, es fácil encontrar envidiosos celosos.
  • Les cuesta trabajo hacer amigos y los que tienen, es porque la vida les trata mal, si las tornas cambiasen, el envidioso se vería impulsado a romper su amistad.
  • Si la envidia es grave, puede acabar en la cárcel por apropiarse de lo ajeno.
  • En los envidiosos graves aumenta el maltrato a la pareja, violaciones o agresiones.
  • El envidioso moderado siente desprecio por sí mismo. Sin embargo, el envidioso grave desprecia a los demás.
  • La envidia conduce al complejo de culpa e inferioridad.
  • La traición es propia de los envidiosos.
  • Todos los envidiosos graves y muchos moderados, son ateos por rencor.
  •  Como el envidioso es consciente que tiene ese defecto, procura que los demás no se den cuenta, por eso teme y odia la verdad, ya que ésta, les destapa.
  • Utiliza las bromas y otras chanzas para herir.
Para finalizar, diré que el envidioso es un caso absurdo de egocentrismo, en realidad es una personalidad egoexcéntrica.

El discurso del envidioso es repetitivo y compulsivo respecto de lo que envidia y de con quién compite.  La insatisfacción, la frustración y la rabia, le dominan y hacen que su vida le resulte poco grata.

Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia. El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo, acciones de prejuicio o destrucción dirigida al envidiado. Es un ser amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que aplicarle el refrán tradicional de “Dime que envidias y te diré de qué careces”.  La persona con envidia suele utilizar una curiosa “racionalización” para mantener su estado de envidia: argumenta que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el contrario, ha sido agraciado por la buena suerte.

La envidia revela una deficiencia de la persona, del ser envidioso, que no está dispuesto a admitir. Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a reconocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias. La envidia es un sentimiento que nunca produce nada positivo en el que lo padece sino una insalvable amargura.

Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes las experiencias de múltiples fracasos en su vida amorosa, laboral y social y no precisamente a causa de la mala suerte sino por no contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus decisiones, precisamente por su baja tolerancia a la frustración y su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más inmediato. Desde esta óptica, la “envidia sana” no existe, solo hay una y es “patológica”.

La envidia es una forma enfermiza o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de poseerlo todo y que tendría dos causas, una intelectual o cognitiva (desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra afectiva (el temor a fallar en lo que se considera que supera las propias capacidades).

La envidia instaurada en el carácter del adulto es, por lo general, una reacción ante las experiencias de pequeñez y vulnerabilidad de la infancia. Esto explica su universalidad y su frecuente irracionalidad. En cada persona, la intensidad de la envidia estará presente en proporción a sus sensaciones reprimidas de la insignificancia e impotencia del ser niño.

La envidia puede convertirse en “un trastorno” o problema grave cuando pasa a ser la emoción central de la vida de un individuo. Existen varias señales que pueden alertar el problema:
  • Siempre que provoque sufrimiento y mantenga a la persona en un estado constante de ira y enojo.
  • Cuando va unida al deseo de quitarle al rival sus posesiones, con el peligro de acabar agrediendo al envidiado y a realizar actos delictivos.
  • Si impide disfrutar de aquellos bienes o cualidades que poseemos.
  • Una vez que la persona envidiosa no reconoce la emoción que está experimentando y la transforma o distorsiona.
  • Cuando se es incapaz de controlar esta emoción.
Cuando la envidia desemboca en violencia física o en una conducta delictiva implica un descontrol y con ello un mecanismo enfermizo, casi siempre un proceso neurótico, psicógeno grave. Pero también en la envidia leve y más banal existe un cierto trasfondo de agresividad, que se puede manifestar en conductas hostiles, comentarios descalificadores, desprecios, insidias, críticas negativas injustificadas y otros comportamientos de este tipo.

Como reconocer a una Persona Envidiosa

Es al que le produce tristeza y frustración el bien ajeno, el que desea siempre y secretamente lo que el otro tiene, desea la admiración por lo que el otro ha conseguido, siente un secreto dolor de no tenerlo, suele hablar mal de persona a la que envidia para bajarle el perfil, se pone insegura  al no saber por qué otros tienen lo que él/ella no tiene, tiende a decir frases hirientes para hacer daño.

La mayoría de nosotros los psicólogos y psiquiatras, y aún más los de orientación psicoanalítica han destacado los aspectos destructivos y patológicos de la envidia.

¿Y cuáles son los orígenes y causas de la envidia?

En el ámbito del psicoanálisis la envidia es definida como un sentimiento experimentado por aquel que desea intensamente algo poseído por otro. La envidia daña la capacidad de gozar. Es el factor más importante del socavamiento de los sentimientos de amor, ternura o gratitud. La envidia es un sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseado por el individuo envidioso, quien tiene el impulso de quitárselo o dañarlo. A diferencia de los celos, que se basan en el amor y comprenden un vínculo de por lo menos tres personas, la envidia se da de a dos y no tiene ninguna relación con el amor. La persona envidiosa es insaciable porque su envidia proviene de su interior y por eso nunca puede quedar satisfecha, ya que siempre encontrará otro en quien centrarse.

Freud, se refirió a la envidia en gran parte de su obra, vinculándola al origen de las normas, la justicia, la desigualdad social y hasta con la identificación, que nacería de la transformación de un impulso agresivo, en el que la envidia juega un papel preponderante. Luego la conceptualizaría como Envidia del pene, roca viva, más allá de la cual no veía curación posible.

Para Melanie Klein todo era más grave aún: la envidia es expresión directa de la pulsión de muerte, constitucional, endógena y está dirigida desde el nacimiento hacia el objeto dador por excelencia: la madre o más específicamente, su pecho. O sea, naceríamos con una dotación de mayor o menor envidia, presta a atacar lo bueno del mundo.

De hecho, otros autores han insistido más aún en el papel de las primeras experiencias de frustración del niño. El psicoanalista español Guerra Cid, afirma que en la  historia personal de quién padece envidia aparece una intensa frustración que aumenta cuando el otro tiene lo que el anhela. Ese deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no suele ser de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus cualidades que le permiten tener la admiración y bienes materiales.

Alfred Adler decía que  la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente. Los niños mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor porque ha sido único objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve “destronado de su reinado” por la venida de otro hermanito con el que rivaliza y puede recurrir “ser ahora muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos perdidos. 

También el menor porque suele ser objeto de mimos y protección excesivas que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y frustrante.

Mi colega Iñaki Piñuel describe la envidia que siente un acosador como un sentimiento de inferioridad, el cual opera en forma de culpabilidad, que el acosador siente por no poseer atributos que él estima ideales. Los defectos físicos, intelectuales o emocionales generan un sentimiento de inferioridad que la persona intenta compensar superando esas carencias mediante el desarrollo de un complejo de superioridad. El complejo de superioridad hace que el acosador viva en la ficción de la posesión de valores, atributos y cualidades que en realidad no posee, negándolos en los demás de manera defensiva. Cuando surge en su entorno una persona (la víctima) que sí posee en verdad tales características, ello supone para el acosador un verdadero choque con la realidad. Su reacción ante esa dolorosa realidad suele consistir en negar, eliminando la fuente de la disonancia, desarrollando el psicoterror contra la víctima. El objetivo es hacer desaparecer a la víctima del horizonte psicológico del acosador porque sus capacidades suponen para éste una des-estabilización psicológica.

Hablar que la envidia no solo como afecto, sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas. La envida desde esta perspectiva cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.

Sin embargo, no todos los autores acuerdan con esto y en los últimos años han aparecido versiones que nos hablan de otras facetas de la envidia, ya que en tanto sentimiento, puede estar presente en todos los seres humanos pero no conducir obligatoriamente a la destructividad de lo envidiado y su portador.

La envidia es un sentimiento universal ligado a los impulsos agresivos o tanáticos (de muerte) que todos albergamos. La destructividad del acto envidioso es el reflejo de la propia destructividad.

Tratamiento

La envidia es intratable e incurable para algunos colegas y para  otros especialistas el asunto no es tan pesimista, pero debe contar con varias condiciones. Para la persona que ya está en tratamiento (y no precisamente por admitir su envidia como apuntábamos al principio) esta debe de admitir su propia identidad, con sus limitaciones y cualidades; lo que conllevara “resistencias y  defensas frecuentes” y será un trabajo psicológico duro y difícil, pero no imposible. Para los padres y educadores será  muy importante en plan preventivo trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde las primeras fases de la vida de los niños.

Los atributos destacables y los logros excepcionales son los que atraen la envidia. Pero la calidad y cantidad de ésta reflejan indefectiblemente los orígenes y el estado actual de la autoestima del envidioso, y es esto lo que descubrimos, una y otra vez, en el psicoanálisis clínico.

Para trabajar positivamente la envidia:
  • En primer lugar y lo más importante es saber que la envidia es universal. Reconocerla y aceptarla como señal de un deseo insatisfecho es darle una funcionalidad positiva.
  • La siguiente instancia será reflexionar sobre la razón por la cual no hemos alcanzado ese deseo que envidiamos en particular y por último identificar los recursos que necesitamos para hacerlo.
  • Aprendamos a ponernos en el lugar del otro.
  • Favorecer la confianza en uno mismo.
  • Interpretar nuestro progreso personal mediante la comparación con nuestras competencias y habilidades, no con las de otros
  • Valorar correctamente nuestra capacidad, sin infravalorarnos ni sobrevalorarnos.
  • Colaborar (tanto dar a los demás como solicitar ayuda), es un buen medio para dotarnos de la pericia que requiere resolver los conflictos que causan envidia.
  • Acostumbrarse a centrar la atención en los aspectos más positivos de la realidad, no siempre en los negativos.
  • Enfocarte en el éxito propio. Y, si es posible, tomarlo incluso un poco en broma.
  • Haz un recuento de tus cualidades y fortalezas.
  • No te compares, esto daña tu amor propio y no te permite reconocerte como un ser único. Pierdes el tiempo y te desgastas mentalmente
  • Piensa en que todas las personas tienen su momento para brillar, tal vez hoy le toque a alguien más y mañana sea a ti.
  • Usa la envidia positivamente y haz que te motive a lograr tus objetivos.
Si notas que a tu alrededor hay una personas que sólo presume su logros para hacerte sentir mal, aléjate. Esa persona también tiene un problema de autoestima. 

La envidia es causada por inseguridad y baja autoestima, por lo tanto, lo primero que se debe trabajar es estos dos elementos. Difícilmente se logrará suprimir los sentimientos de frustración y envidia si no se superan primero estas dos carencias. Para que la envidia se transforme en admiración es necesario que las cualidades que se observan en el otro no sean una amenaza para la autovaloración.

El bienestar emocional consiste en el equilibrio al que conduce conocer y asumir con serenidad y buen humor lo que somos (y tenemos) y lo que aspiramos a ser (y tener).

"Cuando una persona se obsesiona y deja de vivir por estar pendiente de tu vida o en este caso en la vida de su adversario, de su entorno, y entre otras cosas siente agobio por cada uno de sus triunfos… Aparte de mostrar signos graves de inferioridad, te muestra que estas tratando con una persona psiquiátricamente enferma." Dr. Saúl F. Salischiker, Médico Psiquiatra y Psicoterapeuta.