lunes, 27 de enero de 2014

El Poder Secreto de la Víctima

La responsabilidad de la víctima en la co-creación de un vínculo de sometimiento
Se utiliza el concepto de víctima para referirnos a la actitud psicológica por la cual una persona se percibe a sí misma como sometida a otra, delegando en el entorno la responsabilidad de lo que siente y/o le acontece.
Es comprensible que las diferencias de autoridad, fuerza, poder coercitivo, etc., hagan que algunas personas se sientan víctimas de otras. Sin embargo, no es justificable que se le otorgue el poder a otro sobre la propia persona, dado que es posible discriminar que ese poder es en relación al rol desempeñado.

Imaginemos una situación de asalto: desde el punto de vista legal, soy víctima; desde el punto de vista psicológico, puedo optar por rebelarme (con consecuencias imprevisibles) o acompañar la situación con una actitud colaborativa y a la vez no sometida. Decimos no sometida ya que, si bien el ladrón no me da la opción de elegir el rol de asaltada, conservo la libertad de elegir cómo actuar. (Al referirnos de este modo a la noción de víctima, aludimos a un adulto. En el caso de un menor de edad será comparable a este segundo caso, siempre y cuando el otro del vínculo sea coetáneo).

Habitualmente nos resulta mucho más evidente la responsabilidad del sometedor que la del sometido. En el mejor de los casos, decimos que el sometido "lo permitió" o "no supo poner límites".

Como terapeutas, esto nos parecía contradictorio con el concepto de responsabilidad en gestalt, según el cual no es posible acusar al estímulo de lo que nos produce. Al sumarle los conceptos de proyección y de polaridad, la contradicción es aún mayor. Motivadas por esta inquietud, nos abocamos a la investigación de la temática, apoyándonos en la noción de responsabilidad personal llevada a sus últimas implicancias.

Se Postula que todo vínculo de maltrato o sometimiento es co-creado. Por eso preferimos llamar al sometido "sometible". No es suficiente la existencia de una persona dominante, autoritaria, descalificadora o agresiva, sino que es necesaria la condición de víctima de quien se vincula con ella. Si alguien tiene una actitud sometedora y yo no me ubico en la posición complementaria de sometida, no hay maltrato sino una situación frente a la cual tendré que hacer algo. Se requerirá algún tipo de acción de mi parte y no una reacción.

El interés se centra en las posibilidades con las que cuenta la víctima para trascender un vínculo de sometimiento o de maltrato. Para ello es necesario comenzar iluminando cuál es la responsabilidad de la víctima en el sometimiento:

Así como Lichtenberg habla de un otro vulnerable seleccionado por el victimario, supongo complementaria la existencia de un otro potente designado por la víctima. Las características de la víctima que propician esta selección son:
  • Exceso de narcisismo, que lleva a suponer como dedicado a uno mismo lo que en realidad es el estilo o el humor del otro.
  • Escasez de auto-sostén; por ende, las actitudes de los otros que no encuadran con las propias expectativas tienden a ser vividas como agresivas, maltratadoras, etc.
  • Desconocimiento de aspectos sádicos y agresivos proyectados en el victimario.
  • Alto nivel de soberbia que lleva a la víctima a "saber" cómo tiene que ser el otro y cómo tiene que comportarse.
  • Demanda de aprobación y valoración del otro. Si no la obtiene, vive la situación como rechazo y maltrato.
  • Lucha para cambiar al otro (si yo "sé" cómo tiene que ser y además es malo porque no me valora, debe ser distinto).

Curiosamente, la víctima, tan vulnerable al rechazo del otro, no es conciente del nivel de rechazo que siente por el maltratador. Tampoco es conciente del sadismo que representa culpar al otro de sus infortunios y limitaciones. Nadie duda del padecimiento de la víctima. Es más difícil ver el beneficio: que otro sea culpable de lo que le pasa.

Es posible reconocer la falta de libertad y potencia que implica dejarme llevar por la modalidad del otro. Guiados por el aspecto víctima, justificamos llevar a cabo conductas que habitualmente no consideramos adecuadas. Desde la víctima reacciono, es decir, me someto al tipo de intercambio que el otro propone. En cambio, desde el autosostén actúo con la modalidad que para mí es correcta (si me escupís, pregunto qué pasó para que me escupieras). Desde la víctima, lo que el otro dice o hace es inapelable; desde el auto-sostén, es una conducta acerca de la cual podemos comunicar.

Falta de auto-contención: esta dramática es el producto de un aspecto aniñado que no logra hacer ajuste creativo con la realidad; podemos aprender a crear un vínculo interno que logre contener ese aspecto. No se trata de dejar de tener un aspecto infantil, sino de aprender a satisfacerlo por nosotros mismos, dado que es imposible (por frustrante y por inadecuado) que el otro lo satisfaga.

Nos parece relevante también poner luz sobre las conductas que fomentamos los terapeutas, conductas que constituyen desde nuestro punto de vista un pseudo auto-sostén. Son las recomendaciones orientadas a ponerle un límite al otro, a saber defenderse, y promueven en el paciente la aparición de una víctima fuerte, porque confirman la "mala intención" o "mala actitud" del otro. Defenderse implica un ataque previo.
En este sentido, distinguimos entre:
  • Víctima débil: considero que el otro atravesó la frontera de contacto y no puedo hacer nada al respecto. Auto percepción: indefensión (lloriqueo porque me gritó).
  • Víctima fuerte: ya que el otro atravesó mi frontera, puedo atravesar la frontera del otro y decirle qué tiene que hacer. Auto percepción: indignación ("no me grites").

Otro malentendido posible es suponer ser honesto con lo que me pasa y decírselo al otro. Para nosotros, la honestidad consiste primero en chequear si esto que me pasa es desde mi aspecto infantil y si es así veré qué es lo comunicable a partir de la traducción que haga mi aspecto maduro.

Recursos terapéuticos (Describimos una secuencia lógica, no cronológica, respetando los tiempos y las características de cada paciente.)
  • Detectar las distintas manifestaciones de la posición de víctima
  • Quejas.
  • Intolerancia / rechazo a los rasgos del otro.
  • "Saber" cómo tiene que obrar el otro.
  • Tomar lo que dice el otro como inapelable.
  • Creer que la solución del conflicto depende del cambio del otro.
  • Facilitar el darse cuenta de que la víctima es un aspecto, y que este aspecto es infantil.
  • Posibilitar la discriminación de las emociones, sensaciones y sentimientos del aspecto infantil.
  • Desarrollar recursos del aspecto adulto para que aprenda a contener al aspecto infantil.
  • Capacitar al paciente para que actúe desde su aspecto adulto.

Cuando las personas acceden a revisar las situaciones en las que se sintieron víctimas (grandes o pequeños ataques, descalificaciones, des-confirmaciones, acoso, etc.) y logran: 

a) integrar los aspectos proyectados en el otro.
b) reconocer las expectativas puestas en el otro (que cambie, que sea más bueno, comprensivo , que me respete).
c) confiar en los propios recursos para manejarse en las interacciones, ven aumentada la capacidad de auto-sostén y dan respuestas más creativas. Esto les permite desarrollar vínculos maduros y satisfactorios, aún con las mismas personas que antes los "hacían padecer".

Para concluir, es indudable que a quien ocupe el polo maltratador le resultará más saludable resolver la necesidad de experimentar potencia y seguridad sometiendo a otro. Afortunadamente quien ocupe el polo maltratable puede, resolviendo su pasividad y dependencia, cambiar su cincuenta por ciento en el vínculo de maltrato.