jueves, 31 de octubre de 2019

Cuando le Gritas a un Niño, estás Haciendo un Grave Daño.

Cuando les gritas, les estás haciendo un grave daño. Lo intentamos. Una y otra vez. El ensayo y error es nuestro método.
Elevar la voz de forma continuada tiene un impacto en el cerebro humano y en el desarrollo neurológico del niño.

Lo que dicen las investigaciones

La Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Michigan han colaborado en un estudio conjunto, publicado por la revista Child Development, en el que han hecho un seguimiento del comportamiento de casi mil familias compuestas por padre, madre e hijos de entre 13 y 14 años. De él se extrae que el 45% de las madres y el 42% de los padres admitieron haber gritado y en algún caso insultado a sus hijos. Los investigadores comprobaron los efectos de esa violencia verbal sobre los niños y encontraron que habían desarrollado diversos problemas de conducta en el año sucesivo comparado con los niños que no habían recibido gritos. Los problemas iban desde discusiones con compañeros, dificultades en el rendimiento escolar, mentiras a los padres, peleas en el colegio, hasta robos en tiendas y síntomas de tristeza repentina y depresión.

Gritarles es una pérdida de tiempo  
                
De acuerdo a un estudio, gritarle a los hijos adolescentes puede desencadenar serios problemas de comportamiento, así como síntomas de depresión. Mientras tanto, los expertos afirman que gritar a los niños puede ser tan negativo como golpearlos físicamente. Joseph Shrand, instructor de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard, afirma que los niños que reciben gritos de parte de sus padres escuchan menos las directivas. En el cerebro de los niños a quienes se les grita se activa el sistema límbico, lo que desencadena una respuesta de lucha o huida.

Cuando le gritas a un niño afectas su salud

Una investigación demuestra que sin importar el contexto, gritar a los niños los vuelve más agresivos; los asusta y les quita seguridad en sí mismos.

Si los gritos vienen acompañados de insultos, la carga negativa será mucho peor, y ello puede afectar la salud emocional del niño a corto y largo plazo. Cuando gritas a un niño estás dañando su autoestima, logrando que sean vulnerables en un futuro a cualquier tipo de abuso emocional y físico.

Cuando pido las cosas con calma, mis hijos no sólo escucharán, sino que tratarán de complacerme..
Es decir, es mejor decir “Hijo, sé que lo haces muy bien. ¿Podrías apilar esos cubos?”. En vez de decir “Eres un desordenado. ¡Ordena ya eso!”

Prueba con estas tres palabras “¿Te puedo ayudar?” 

En una posición en la que quedes a su altura y puedas ver a tu hijo a los ojos, puedes repetir estas palabras cuando sientas que tu hijo ha perdido el control. Le estás diciendo que quieres ayudarlo a controlar sus emociones, o a atarse los cordones, o a hacer que funcione algo.

Le estás diciendo que lo entiendes, que tú estás ahí para comprender lo que está pasando y que puede contar contigo. Así siga enojado y frustrado, él sabrá que cuenta con tu apoyo. Al rato podrás ver cómo viene a tí aceptando tu ayuda. La misma no siempre consistirá en que tú hagas las cosas por él. Sino que esa ayuda se trata de decirle que puedes impulsarlo a lidiar con sus sentimientos, los cuales aún no sabe aún muy bien cómo manejar.

Otras formas de ayudar, sin gritar

Además de ofrecer esas mágicas palabras que reconfortarán a tu hijo, puedes probar con otras alternativas. Lo que sí debes tener por seguro que gritar e insultar jamás debe ser el camino.
  • Dile que lo comprendes, y que quieres ayudarlo
  • Deja ver su mal comportamiento, pero hablando con calma
  • Habla con tu hijo cuando ambos estén calmados
  • No amenaces ni castigues, pero sí muestra las consecuencias
  • Si es muy pequeño, distraerlo con algo más; gritarle no servirá absolutamente de nada.
Sugerencias

En momentos en los que nos sentimos desbordados y estamos a punto de perder el control, tenemos que aplicar estrategias de autocontrol, tales como:
  1. Reconocer que gritar es perder el control, por lo que tenemos que parar, mantener la calma y reflexionar,
  2. Detectar los pensamientos hostiles que alimentan el enfado, Entender, empatizar con el niño y se requiere paciencia y cercanía.
  3. Busca distracciones: disminuir la activación fisiológica de la ira Buscar la forma de canalizar la energía hacia un fin más productivo, por ejemplo realizando alguna actividad.
  4. Si es difícil para ti aplicar esas estrategias y el grito se convierte en un patrón habitual de relación con tus hijos es el momento de pedir ayuda psicológica.
Si ya has gritado demasiado o simplemente no puedes dejar de hacerlo, puedes recurrir a la mejor estrategia sanadora: el perdón. Pedir perdón a nuestros hijos es algo que la nueva generación de padres tenemos la suerte de estar inculcando. No te avergüences de pedir perdón. Si les has gritado, discúlpate desde el corazón, y explícales que tú también tienes errores. Pero no dejes de marcarles los suyos. El cerebro de un niño es tan moldeable como su corazón. Enséñale con tu ejemplo. Abraza tus emociones para que ellos abracen las suyas y sean libres. Y que la única vez que tengas que gritarles es para decirles ¡Te amo!

Educar sin gritos es lo mejor para nuestros hijos.  Disciplinar, corregir pero sin lastimar, guiar y enseñar sin recurrir al grito es la manera eficaz de cuidar su mundo emocional, de atender su autoestima, de enseñarles que existe un tipo de comunicación que no duele, esa que sabe entender y conectar con sus auténticas necesidades. No es fácil, cuesta, especialmente cuando hemos sido educados de esa forma. Pero se puede modificar conductas que reconocemos que son dañinas para nuestros hijos. No podemos dramatizar si es puntual, pero hay que trabajar para tener estrategias alternativas a estos y sobre todo hay que educar en el respeto y el ejemplo es una de las formas más coherentes de educar.

En definitiva, ejercer la parentalidad con disciplina pero con amor requiere de un trabajo diario.



Fuente: Compilador