lunes, 24 de junio de 2013

Heridas que Impiden ser uno Mismo

Reflexión 

Nuestra alma elige los padres y las circunstancias de nacimiento por razones muy precisas. Venimos a experimentar una serie de vivencias para sanar una serie de heridas, y así integrar la personalidad con el alma. Venimos a aprender a aceptar y amar incondicionalmente partes de nosotros que hasta ahora han vivido ignoradas y con miedo. Somos atraídos hacia padres con heridas como las nuestras para recordarnos qué hemos venido a amar.

Aprender a aceptar nuestras heridas es aprender a ser responsables y a amarnos incondicionalmente y esa es la llave para la transformación y la sanación del alma.

¿Te has dado cuenta que cuando acusas a alguien de algo, esa persona te acusa a ti de lo mismo? 

Verifícalo con la otra persona y aparte de sorprenderte, verás cómo te liberas de juicios.

No aceptar nuestra herida, sentirnos culpables, con vergüenza o juzgarnos, es atraer circunstancias y personas que nos harán sentir esa herida no aceptada. Aceptar la herida no significa que sea nuestra preferencia tenerla; significa que, como seres espirituales que elegimos vivir la experiencia humana para espiritualizar la materia, nos permitimos experimentar esa herida sin juzgarnos y aprender de la experiencia. Mientras haya miedo, hay herida y hay un juicio o creencia que bloquea su sanación. Cuando aprendemos a aceptar nuestras heridas estamos desarrollando el amor y estamos espiritualizando la materia.

La sanación se produce totalmente cuando nos aceptamos a nosotros. El perdón hacia uno mismo es lo que finalmente nos sana, y para eso hay que aceptar que uno mismo es responsable de todo lo que le ocurre, y aceptar que ha acusado a otros de hacer lo que uno mismo hace a los demás. En el fondo, todos somos humanos, y aceptar nuestras limitaciones es lo que nos hace humildes y nos permite descubrir nuestra herencia divina.

Las cinco heridas del alma más comunes son:

- El rechazo
- El abandono
- La humillación
- La traición
- La injusticia


No necesariamente tenemos las cinco heridas. Con humildad y sinceridad cada cual puede reconocer sus heridas. Reconocer nuestra limitación humana es el primer paso en el proceso de sanación. Si nos cuesta identificar nuestras heridas es porque nos ocultamos tras una máscara, que se construyó para no ver ni sentir esa herida.

domingo, 23 de junio de 2013

Trastorno de Identidad de la Integridad Corporal

¿Qué pensarías si alguien te comenta que le molesta un miembro de su cuerpo, por ejemplo un brazo o pierna y siente deseos de amputárselo?
El trastorno de identidad de la integridad corporal o BIID (Body Integrity Identity Disorder) es una enfermedad psiquiátrica que provoca en el individuo afectado un irresistible deseo por amputarse una o más extremidades sanas del cuerpo.

En el individuo afectado hay un irresistible deseo por amputarse una o más extremidades sanas del cuerpo la principal motivación de estos pacientes es tener alguna discapacidad, este trastorno podría considerarse como una forma del síndrome de Munchausen, este trastorno se conoce también como "Apotemnophilia" o el trastorno de identidad Amputado. El BIID es una enfermedad poco común y muchas personas que lo padecen tienden a mantenerlo en secreto por miedo a ser estigmatizados.

Se caracteriza por la sensación que tiene un individuo de percibir una parte de su cuerpo como si no formara parte de él, se manifiesta desde su niñez y lo acompaña toda la vida. Una persona que sufre de BIID desea tener amputadas una o más de sus extremidades.

Las causas exactas del desorden de identidad de la integridad corporal son desconocidas. Una teoría plantea que un niño, luego de ver a un amputado, puede quedar con su psique marcada y adopta aquella imagen corporal como un «ideal». Otra popular teoría sugiere que un infante que no se siente querido puede creer que convirtiéndose en un amputado atraerá la simpatía y el cariño que necesita. La teoría biológica propone que el desorden es una condición neuropsicológica, la cual presenta una anomalía en la corteza cerebral relacionada con las extremidades. Si esta condición fuera neurológica, podría ser conceptualizada como una clase congénita de somatoparafrenia, una condición que a menudo se origina luego de una apoplejía en el lóbulo parietal superior contralateral a la extremidad no deseada no recoge información de dicho miembro. Es como si el cerebro no reconociera un miembro debido a un problema congénito.

Los enfermos con BIID se sienten incompletos con sus cuatro extremidades y se alivian después de la amputación. Saben exactamente qué parte de qué miembro debe ser cercenada para calmar su sufrimiento. Las personas con este trastorno sienten que un trozo de alguna de sus extremidades no es suyo, no forma parte de su imagen interna. Los pacientes narran que sienten envidia cuando ven una persona amputada, incluso se han documentado casos de individuos que se han dejado atropellar por un tren, se disparan con un arma de fuego o utilizan sierras eléctricas para amputarse brazos y piernas totalmente sanos, se han auto lesionado provocándose heridas tan graves en sus extremidades que los médicos han tenido que amputarlas. El pedido más común es la amputación sobre la rodilla de la pierna izquierda o una de las manos del brazo.

Estas personas sienten una profunda envidia hacia la gente amputada y perciben los síntomas antes mencionados como extraños y anormales. Se sienten solos con estos pensamientos y creen que nadie podría entender sus impulsos. Por lo general sienten vergüenza de sus ideas e intentan ocultarse del resto, incluso de los terapeutas y profesionales de la salud. Desde el psicoanálisis, una compulsión a dañarse el cuerpo o cercenarse una parte remite necesariamente a lo que se denomina como «castración», una operación fundamental por la que atraviesa todo sujeto y que se efectúa a nivel simbólico. La denegación de la castración simbólica es lo que marca el salto a lo real del cuerpo, por eso se trata en general de estructuras ligadas a la psicosis, en ocasiones a la perversión.

Cuando logran su objetivo, no se sienten inválidos, como habitualmente se sentiría la gran mayoría de la gente en esas circunstancias; sino satisfechos y con la sensación de haberse liberado de una pesada carga. Así tras la amputación de miembro la sensación de ansiedad que sienten desaparece repentinamente, se sienten felices y por sobre todo se comienzan a ver como personas completamente normales.

Estudios recientes confirman que el BIID está asociado al estado psicológico o psicofísico comparado al de las personas transgénero, ambos trastornos producen un problema de identidad, porque se perciben partes del cuerpo como si no fueran propias.

A pesar de que la gente con BIID es comúnmente considerada psicópata, un diagnóstico de psicosis excluye un diagnóstico de trastorno de identidad de la integridad corporal.

Ética e implicaciones legales

Las siguientes declaraciones representan las opiniones de ambos lados de la cuestión:

SÍ: El deseo de amputación viene desde hace mucho tiempo. El paciente no es un psicótico y él es muy consciente de los riesgos y las consecuencias, la cirugía es éticamente permisible, ya que evitará que muchos pacientes BIID se hieran o mueran en el intento de obtener la amputación.

NO: La amputación de las extremidades saludables es una violación del juramento hipocrático, que indica a los médicos a hacer ningún daño. Desde el punto de vista psiquiátrico, el deseo de un paciente BIID de amputar una extremidad es tan delirante como el deseo de una anoréxica a seguir perdiendo peso. En tales casos, la persona debe ser protegida por el médico de su o sus propios deseos irracionales. Los costos significativos para la sociedad podrían producirse si, por ejemplo, la persona que reclama el derecho a la rehabilitación médica y la jubilación anticipada.

DSM-V se conoce ya como Body Integrity Identity Disorder (BIID)

lunes, 17 de junio de 2013

Suicidio por Inmolación.

La palabra inmolación se refería originalmente a un sacrificio ritual (animal o humano) en honor a una divinidad. El acto de prenderse fuego se conoce como inmolación y las razones son generalmente religiosas y los inmolados eran llamados mártires, si las razones son decepciones o angustias, son llamados suicidas…
Algunos lo consideran que se trata de "una forma de protesta". "Es un llamamiento a los políticos y una acusación hacia la sociedad" que con esta forma de matarse, los suicidas, que evidentemente se sienten abandonados e ignorados por la sociedad, buscan hacerse visibles a través del fuego, símbolo de energía y de triunfo, sobre la oscuridad y la monotonía de la vida cotidiana. Relacionándolo a los casos actuales en Bulgaria o como ya caso sonado  de la auto inmolación de Thich Quàng Dúc que desencadenó una masiva protesta, que resultó en el derrocamiento del régimen de Ngô Dình Diem en Vietnam del Sur. Quemarse a lo bonzo es una forma de inmolación y suicidio por el cual un individuo acaba con su vida rociándose con algún tipo de líquido inflamable y prendiéndose fuego en público como forma de protesta, desobediencia civil o acción solidaria por algún motivo. La expresión tiene su origen en la ola de suicidios de monjes budistas.

Algunas religiones incluyen entre sus prácticas la inmolación como método para llegar de forma rápida y sin pecados al reino de los cielos. El simple hecho de su predicación por parte de algunos líderes espirituales, normalmente extremistas, hace que cientos de seguidores estén dispuestos a dar su vida. El Islam y la predicación del yihad contra el infiel (inicialmente desencadenado por la rivalidad entre palestinos e israelíes) ha sido tenida como el referente de las organizaciones consideradas en Occidente como terroristas, entre ellas Al-Qaeda. En los últimos años se ha extendido también la práctica de la inmolación como forma de protesta política en el Tíbet, en el mundo árabe y en Europa, como en los años 60 con motivo de la Guerra de Vietnam o la invasión de Checoslovaquia.

La autoinmolación según algunos escritores dicen que tiene poco que ver con el suicidio porque “Las tendencias suicidas casi nunca conducen a la autoinmolación” ¿sería por el dolor inmenso al hacerlo? La autoinmolación, por todos es un acto extremo y tienda ahora a convertirse en una forma rutinaria de acción política, es un hecho muy peligroso. Lo que hace a una muerte por autoinmolación, políticamente trascendental, es su capacidad para convertirse en centro de la vida social de una comunidad o como decía en la clasificación clásica del sociólogo francés Émile Durkheim, el suicida altruista se mata por su “sensación de pertenencia a la sociedad. Se mata por ella”. Y pone como ejemplo el de los kamikazes japoneses. Esta relación es patológica porque la persona pierde el sentido de individualismo. Este tipo de suicidio consiste en ofrecer su vida por algún ideal. El individuo sacrifica su vida en honor a quien el cree que se beneficiara de ello.

Desde el punto de vista del psicoanálisis 'social' se ha intentado comprender el suicidio y la inmolación en el contexto de una relación perversa del ser humano con su cuerpo. El fenómeno psicopatológico de la perversión sádico-masoquista, se sitúa más allá de los simples juegos eróticos sexuales. Muchos autores han seguido las propuestas del psicólogo francés Foucault que según la doctrina de éste «Quien muere por la revolución accede inmediatamente a una especie de inmortalidad, como si esa muerte heroica le llevara a los confines del cielo y la tierra (…) en una historia soñada que es tanto religiosa como política». De hecho, según el brillante ensayista James Miller, Foucault había hecho varios intentos de suicidio en la adolescencia y en su estancia en San Francisco se había expuesto a todos los riesgos de los excesos sexuales que le produjeron el sida del que falleció. La perversión y el sadismo que le están vinculados pueden llevar al asesinato pero también al suicidio. Describieron el suicidio como una fusión con el sol en el momento de la muerte. Los rayos son la gloria. Es en ese contexto como pueden comprenderse mejor las recientes inmolaciones que, sin embargo, no habrían desencadenado las amenazantes convulsiones que presenciamos de no existir en esos países las lamentables circunstancias socio-políticas que padecen.

Ángel Garma “Sobre el suicidio” en La fascinación de la muerte.  Subrayó que el suicida produce en sí una vivencia de liberación de la presión de un medio al que siente opresor, triunfando con su acto sobre él. Paraliza la eventual agresión de ese medio y logra transformarla en un reproche acusatorio continuo para ese contexto humano. "La muerte suicida-sacrificial es una muerte que intenta no marcar una ruptura, sino una continuación".

Es necesaria diferenciar entre el concepto de suicidio y martirio. La palabra suicidio por inmolación trae otras manifestaciones más allá de una postura o reclamo político o por dilemas religiosos, comúnmente son casos clínicos, personas que deberían estar bajo control psiquiátrico, personas seriamente perturbadas, delirantes, con cuadros psicóticos y trastorno depresivos como depresión mayor y bipolar, ansiosos, disociativos,  trastornos de personalidad como antisocial, esquizoide, paranoide, esquizofrenia en este caso con alucinaciones y delirios, trastornos afectivos, de alimentación, síndromes mentales orgánicos como la demencia y el párkinson, adicción por alcohol o drogas, suelen ser personas aisladas y encerradas en sí mismo, con pérdidas de apoyo y déficit en sus relaciones sociales,  suelen ser retraídos o ingeniosos,  con conductas agresivas, con presencia de conductas suicidas (fantasías, ideación, amenazas, intentos y/o equivalentes), Dificultades familiares serias (abandono, rechazo, etc.), presentan desesperanza, culpabilidad, frustración, angustia, rasgos obsesivos-compulsivos, por enfermedad o por cuestión de edad, todo por diversas causas.

Cuando la manifestación externa se ve bloqueada de alguna forma, estos impulsos destructivos se vuelven contra sí mismo. Aunque no manifieste ideas suicidas, se comporta como si buscase la muerte (conductas innecesariamente arriesgadas).

En muchos casos el acto suicida se lleva a cabo luego de una engañosa mejoría de los síntomas ya que algunos se tranquilizan cuando ya tienen tomada la decisión.

La idea de muerte puede surgir por muchos motivos diferentes. Los padecimientos psíquicos se encuentran presentes en 9 de cada 10 casos de suicidio.

El suicida nunca es improvisado, aunque la realización a veces sea impulsiva. El suicida lo venía pensando desde tiempo antes y en la mayoría de los casos se lo había comunicado a alguien con anterioridad. La idea de que alguien que habla de suicidarse no lo hará es falsa, toda amenaza debe ser tomada seriamente.

El Suicida siente un dolor emocional que le parece insoportable, piensa que nada cambiará en el futuro, que no puede contar con nadie, su estado mental le impide hallar soluciones; centra su atención en todos los aspectos negativos de su vida y no es capaz de tener en cuenta los positivos. La idea de ser una carga o una mala compañía lo empuja a la soledad, al sufrimiento en solitario.

No existe un único factor desencadenante de un suicidio, sino que éste es una acción multideterminada por diversos factores intervinientes que al conjugarse se potencian. No puede definirse una personalidad suicida como tal, sino una tendencia al suicidio, un perfil. Dado que puede producirse cuando un individuo sufre un cambio en su conducta que llega a ser insoportable para él o para los que le rodean. Estos cambios pueden reflejarse en lo que piensa, en lo que dice o en lo que hace.

Para su prevención es importante evaluar los indicadores de riesgo y su tendencia suicida, por que la persona ante de realizar un acto suicida evidencia una serie de síntomas que constituyen el síndrome presuicidal, que consiste en un retraimiento de los sentimientos y el intelecto, inhibición de la agresividad, la cual ya no es dirigida hacia otras personas sino hacía sí y la existencia de fantasías suicidas.

El suicidio por inmolación, nos habla de personas, de sus miedos, sus fracasos, sus necesidades y sus carencias, su forma de ver y sentir la vida como el síntoma de algo mucho más profundo.




viernes, 14 de junio de 2013

Consideraciones sobre el Apego o Vinculo Afectivo

La especie humana tiene una larga historia. Ello nos ha hecho evolucionar de una determinada manera, configurando aspectos de nuestras necesidades básicas como seres humanos. El niño nace programado para sobrevivir en determinadas condiciones pero también bajo la necesidad de que sus necesidades básicas sean cubiertas.
Los vínculos afectivos son una necesidad que forma parte del proyecto de desarrollo de un niño recién nacido. Si esta necesidad no es satisfecha, el niño, adolescente, joven o adulto sufrirá de "aislamiento o carencia emocional".

El Apego o vínculo afectivo es una relación especial que el niño establece con un número reducido de personas. Es un lazo afectivo que se forma entre él mismo y cada una de estas personas, un lazo que le impulsa a buscar la proximidad y el contacto con ellas a lo largo del tiempo. Es, sin duda, un mecanismo innato por el que el niño busca seguridad. Las conductas de apego se hacen más relevantes en aquellas situaciones que el niño percibe como más amenazantes (enfermedades, caídas, separaciones, peleas con otros niños).

Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño (educadores, maestros, etc...).

Si bien tradicionalmente la figura con la que se establece el vínculo de apego más fuerte ha sido con la madre, hoy en día asistimos a una acentuación de la implicación del padre en los cuidados de la primera infancia. La importancia del buen establecimiento del vínculo de apego, ya en las primeras etapas, va tener unas consecuencias concretas en el desarrollo evolutivo del niño.

El vínculo de apego no debe entenderse como una relación demasiado proteccionista por parte de la madre hacia el bebé, sino como la construcción de una relación afectiva en la que la atención y los cuidados de la madre en las primeras etapas (el niño se siente atendido en sus necesidades), va a propiciar la paulatina adquisición, desde una plataforma emocional adecuada, de los diferentes aprendizajes y por tanto, de los primeras conductas autónomas.

Sabemos que vínculos de apego no establecidos debidamente a su tiempo pueden repercutir en la posterior relación social y con los padres. La confianza, la seguridad en uno mismo, el respeto al otro, empiezan a construirse antes de lo que creemos. Hoy en día, por desgracia, es habitual encontrar en la conducta problemática de muchos adolescentes, vínculos de apego no establecidos desde las primeras etapas. No se puede construir la relación de los hijos sólo a base de proporcionarles necesidades materiales. El escucharles, el intentar conectar con lo que les preocupa en el día a día , el establecer espacios de tiempo y de calidad de juego con ellos, son vitales para construir una sólida relación padres-hijos.

Curso del apego

Fase 1 (desde el nacimiento a los 2 meses)

En inicio, los bebés no centran su atención exclusivamente en sus madres y suelen responder positivamente delante cualquier persona. Sin embargo, los neonatos, ya vienen al mundo con un cierto número de respuestas innatas diseñadas para atraer a la madre cerca (llanto) y mantenerla próxima (mostrándose sonriente o tranquilo). Y aunque, en esta etapa, no esté todavía maduro el vínculo de apego con la madre o cuidador, sí se ha comprobado que los recién nacidos prefieren mirar a sus madres que a un desconocido.

Fase 2 (desde los 2 a los 7 meses)

Durante esta segunda etapa los bebés van consolidando los vínculos afectivos con la madre, padre o cuidador y dirigen hacia ellos sus respuestas sociales. Aunque todavía aceptan extraños, les otorgan menor atención.

A lo largo de este período el bebé y su cuidador desarrollan pautas de interacción que les permiten comunicarse y establecer una relación especial entre ellos.

Fase 3 (desde los 7 a los 24 meses)

El Apego se hace más evidente siendo muy fuerte alrededor de los 2 años. Ahora las conductas de apego van a configurarse alrededor del desarrollo evolutivo en 2 áreas concretas: la emocional y la del desarrollo físico. Con el mayor nivel de capacidades cognitivas asumidas en esta etapa, los bebés empiezan a distinguir lo extraño de lo habitual y ahora suelen reaccionar negativamente ante situaciones o personas desconocidas. Apartarse de la figura de apego supone producir protestas por la separación que implican llantos y la búsqueda de la madre. Por su parte el desarrollo físico (el niño empieza primero a gatear para luego pasar a la posición erguida y a dar sus primeros pasos), supone adquirir un control respecto al lugar donde se encuentra. Ahora, si desea no separarse de su madre, podrá dirigirse hacia ella en lugar de reclamar su presencia mediante el llanto. El niño gana independencia gracias a sus nuevas capacidades de locomoción, verbales e intelectuales. Este proceso es siempre conflictivo porque exige readaptaciones continuas con ganancias y pérdidas de ciertos privilegios. Por ello suele ir acompañado de deseos ambivalentes de avanzar y retroceder.

El apego en etapas posteriores

Los vínculos de apego van a seguir su curso durante todo el ciclo evolutivo con las transformaciones y adecuaciones que cada edad requiere. A lo largo de todo el período escolar se suelen mantener como figuras de apego los padres (la madre, casi siempre en primer lugar y con carácter secundario los hermanos y otros familiares). Paulatinamente el niño va tolerando mejor las separaciones cada vez más largas, el contacto físico no es tan estrecho y las conductas exploratorias no precisan de la presencia física de las figuras de apego. Sin embargo, en momentos de aflicción, pueden activarse en gran manera las conductas de apego con reacciones similares a la de los primeros años.

Durante la adolescencia las figuras de apego suelen ser, por este orden, la madre (que sigue en primer lugar), padre, hermano, hermana, amigo y pareja sexual. La madre sigue siendo la figura central de apego. A diferencia de épocas anteriores, ahora puede ocurrir que se incorpore como figura de apego, alguna persona ajena a la familia (amigos).

Progresivamente los adolescentes se van distanciando más de las figuras de apego y aparece un cierto rechazo como forma de buscar su propia identidad. El deseo ya no es estar con las figuras de apego sino que éstas estén disponibles para casos de necesidad. Es un proceso natural por el que no hay que temer si se han hecho bien las cosas. El adolescente ha iniciado ya el camino de las relaciones sociales y los vínculos de amistad que marcan el inicio del camino hacia el encuentro de la etapa adulta.

Si la relación de apego se estableció de forma adecuada en los períodos críticos, el lazo afectivo que vincula a padres e hijos trascenderá a la época adolescente y es probable que se prolongue toda la vida.

Determinantes

Se cree que las madres que son más sensibles ante las necesidades de los bebés y que ajustan su conducta a los de estos, tienen mayores probabilidades de establecer una relación de apego segura. Estas madres reaccionan rápidamente a las señales que emiten sus hijos como el reclamo de comida, identificando cuando están satisfechos y respetando sus ritmos de vigilia-sueño. Ante el reclamo mediante el llanto son más eficaces en acunar o confortar en sus brazos al bebé. Son madres cariñosas, alegres y tiernas siendo así percibido por el niño. Evidentemente no sólo cómo se comporta la madre resulta vital para el vínculo. La forma en que reacciona el niño, su temperamento, es también importante en el tipo de relación que se va a establecer. No hay dos bebés iguales. En el caso de que estos sean de temperamento difícil o irritable puede favorecer en la madre o cuidador una respuesta menos adecuada y, por tanto, aumentar las probabilidades de un apego menos seguro.

Con frecuencia se ha planteado desde la psicología por qué algunas madres responden de forma más sensible a sus bebés. Una respuesta bastante válida hace referencia a los recuerdos de las madres de sus propias experiencias infantiles. Una investigación efectuada al respecto (Main y Goldwyn, 98) clasificaba a las madres en 3 grandes grupos:

El grupo primero lo formaban las madres denominadas autónomas. Estas madres se caracterizaban por presentar una imagen objetiva y equilibrada de su infancia, siendo conscientes de las experiencias positivas y de las negativas.

El segundo grupo se denominó madres preocupadas. Se caracterizaban por su tendencia a explicar de forma extensa sus primeras experiencias vitales con un tono muy emocional y, en ocasiones, confuso.

 El grupo tercero lo formaban madres a las que se llamó indecisas. Estas últimas constituían un grupo que había experimentado algún trauma con la relación de apego y que aún no han resuelto. Es el caso de los niños maltratados o que han perdido alguno de los padres.

Algunas sugerencias para mejorar la vinculación

Primero debemos tener en cuenta que crear unos lazos afectivos saludables con los hijos no sólo es cuestión de dedicar más tiempo sino buscar la calidad en esas relaciones. Es decir, no basta con que estemos cerca de ellos físicamente durante cierto tiempo sino que haya una relación dual adecuada, de comunicación y expresión de sentimientos.

La hipótesis que subyace en este estudio es que los recuerdos y sentimientos de las madres sobre su propia seguridad de apego se expresarán en sus atenciones hacia su hijo y así influirá en su relación. Diversos estudios han verificado que estas clasificaciones son bastante productoras de las pautas de apego que formarán con sus hijos.

a) Saber escuchar a nuestros hijos es la clave

Los adultos procesamos los problemas de forma diferente a los niños y nuestras claves de interpretación son sustancialmente diferentes a las que ellos utilizan. Por tanto ante cualquier demanda del niño debemos tener tiempo para escucharle. No es tanto solucionar el “problema puntual” de nuestro hijo sino lanzarle un mensaje muy potente que transciende al propio problema “Tus padres están ahí para escucharte y ayudarte en lo que necesites”.

Esta es la mejor base para que los niños crezcan emocionalmente fuertes y reduzcamos los miedos y conductas desadaptadas a partir del reforzamiento de su propia seguridad afectiva.

b) La empatía parental

La capacidad de percibir los signos emocionales del niño por las que manifiesta sus necesidades de atención afectiva y saberles dar la respuesta adecuada por parte de los padres es lo que denominamos empatía parental.

Uno de los principales obstáculos para que los padres escuchen a sus hijos es que dedican buena parte de su comunicación a reprenderles o a recordarles las normas de conducta que se esperan de ellos. Es muy fácil marcar conductas y diferenciar entre lo aceptable y lo inaceptable. Pero, si no sabemos interpretarlos, si no somos capaces de leer en clave emocional muchas de estas manifestaciones, es probable que no se sientan respetados ni comprendidos y por tanto, no solucionemos el problema. Ello es especialmente importante durante la adolescencia.

c) El concepto de Resilencia parental

La Resilencia es un concepto que hace referencia a la capacidad de ciertas personas, también en los niños, para hacer frente a los factores y circunstancias adversas que nos depara la vida.

Los sujetos con resilencia son capaces de seguir construyendo su futuro de forma equilibrada y sana pese a las experiencias difíciles, los traumas vividos y las carencias afectivas tempranas. Podríamos decir que hay un cierto aprendizaje de las malas experiencias y un deseo que impulsa a estas personas a construir estrategias alternativas para llegar a funcionar mejor en todos los ámbitos, incluido el familiar, pese a las circunstancias adversas.

La resilencia es, por tanto, una de las habilidades básicas fundamentales deseables y esperables en los padres. No obstante, el desarrollo de esta capacidad es posible tanto para los padres como para los hijos y de su establecimiento en los más pequeños va a depender de la existencia de una parentalidad sana, competente y que sirva de modelo adecuado.

Los padres resilientes tienen la capacidad de establecer un vínculo afectivo (apego) en definitiva, tienen la capacidad de tomar el timón de sus vidas, saben identificar y analizar las situaciones problemáticas que afectan a la familia y tomar las decisiones oportunas con solicitud de ayuda si lo consideran necesario. Esto no lo hacen tanto desde el desánimo sino como de la voluntad e iniciativa de cambiar las cosas por el bien de toda la familia.

d) Aprender a hablar de nuestros sentimientos y emociones

En los espacios comunes, cuando escuchemos y hablemos con nuestros hijos, debemos ser capaces de introducir el factor emocional. Debemos enseñarles a identificar sus emociones para que así puedan encauzarlas debidamente. Para ello debemos atender a lo que hace cada día (ir al colegio, de excursión, etc.), pero fundamentalmente a cómo se ha sentido en las diversas situaciones (triste, alegre, enfadado, rabioso, etc.).

Enseñarles a hablar acerca de sus sentimientos supone un buen recurso para construir una personalidad sana.

Un buen momento también para hablar de las emociones es cuando nuestro hijo ha tenido algún berrinche o mala conducta en casa. En estos casos es mejor dejar los “razonamientos” para más tarde cuando las cosas han vuelto a la normalidad. Un buen momento puede ser por la noche justo antes de acostarse. Entonces podemos analizar lo ocurrido y sacar las emociones de unos y otros. Los padres pueden manifestar su tristeza y decepción por la conducta de su hijo y éste explicará cómo se ha sentido antes y después de lo ocurrido. Todo ello independientemente de la sanción o castigo que hayan determinado los padres.

e) Ser coherentes y predecibles

Los padres son los referentes y los modelos principales hasta, al menos, la adolescencia.

Construir lazos afectivos significa también crear un entorno coherente y predecible. Si exigimos a nuestros hijos comportamientos o actitudes que son contrarias a nuestra propia forma de actuar, crearemos dudas y desorientación.

Es aconsejable que incluso cuando se dan conflictos serios entre la pareja, seamos capaces de consensuar unas líneas educativas comunes de actuación con ellos independientemente de nuestras diferencias como adultos.

En caso de separaciones sabemos que uno de los peores peligros que tienen nuestros hijos es el trato diferencial y la manipulación en contra del otro por parte de algunas personas irresponsables o egoístas dado que anteponen sus propios intereses a los del hijo en común.

f) Fomentar los estilos democráticos

Este estilo educativo denominado "democrático" y considerado como el óptimo, según algunos estudios, se caracteriza por que el niño se siente amado y aceptado, pero también comprende la necesidad de las reglas de conducta y las opiniones o creencias que sus padres consideran que han de seguirse. Como padres debemos saber ser generosos pero, a la vez, es imprescindible establecer límites claros a las conductas y demandas de nuestros hijos. Si así no se hace, las demandas aumentarán y la percepción del niño será de que tiene el control sobre nosotros y que sus solicitudes son derechos reales a los que no tiene por qué renunciar.

Reforzar la vinculación y proporcionales afecto no significa ceder a todas sus demandas.

g) Incrementar los tiempos de ocio juntos

Dedicar más tiempo con los hijos es siempre una buena elección pero deberemos también buscar una mejora en la calidad del mismo. De nada nos servirá estar todo el día con nuestros hijos si ello no nos proporciona espacios comunes de juego y comunicación. Los juegos familiares, la lectura de cuentos a los más pequeños, el poder hablar de temas de su interés a los adolescentes, etc. son actividades esenciales para potenciar los lazos afectivos.

Es también muy importante hablar sobre lo que sucede y nos preocupa en el día a día. Actualmente la televisión, las nuevas tecnologías, etc, nos roban espacios comunes y se hace más difícil el intercambio de experiencias entre padres e hijos. Hay que buscar o crear los espacios necesarios si no existen.


"El éxito de nuestros hijos en un futuro no dependerá de lo que les hemos podido dar materialmente, sino de la intensidad y calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con ellos desde la infancia.”

lunes, 10 de junio de 2013

Falta de deseo sexual: La inhibición

El deseo sexual inhibido se refiere al bajo nivel de interés sexual, en el cual una persona no comenzará ni responderá al deseo de actividad sexual en la pareja. Es persistente o difusa del deseo sexual o la libido existiendo un bloqueo en la apetencia sexual, con lo que la frecuencia de relaciones disminuye considerablemente, siendo a veces casi nula. Es un tipo de disfunción sexual. Se le conoce también como deseo sexual hipoactivo o apatía sexual.

La ausencia de deseo es uno de los problemas sexuales más frecuentes en nuestra sociedad. El estrés, los conflictos en la relación, la falta recurrente de momentos de intimidad o el padecimiento de un periodo de abstinencia están en muchas ocasiones en la raíz del problema. Cuando la inhibición del deseo se siente como un mal perenne, difícil o imposible de superar, cuando un periodo de apatía se prolonga y comienza a causar otros problemas o cuando se ha intentado realizar cambios en la relación y no han surtido efecto, el malestar debe tomarse en serio.
La falta de deseo no es una tontería, un capricho o una situación a la que hay que resignarse. De hecho, el deseo sexual es una emoción que nos prepara para poder vivir una experiencia placentera. Pero sucede que, en ocasiones, no se puede sentir aunque se busque; el deseo se resiste a aparecer, ya que el impulso de desear no sólo depende de la voluntad. Se hacen presentes factores inhibidores y estimulantes, y según el predominio de unos u otros en diferentes situaciones, el deseo se materializará o no. Por ejemplo, el amor es un gran estimulante para que se haga presente, mientras que el miedo es un fuerte inhibidor que lo anula o desecha.
El síntoma principal es la falta de interés sexual.
“Muchas veces, no se trata de que uno de los miembros de la pareja tenga deseo sexual inhibido sino de que la otra persona tiene un deseo sexual hiperactivo y ser muy exigente sexualmente”.
Deseo no es excitación
No hay que confundir deseo sexual con excitación sexual. La excitación es una respuesta fisiológica que implica manifestaciones físicas como la erección o la lubricación. El deseo es el impulso que lleva a buscar el placer. Es cierto que, en condiciones normales, deseo y excitación actúan de forma conjunta. Sin embargo, en ocasiones puede darse una alta intensidad del deseo y, pese a ello, producirse bloqueos en la excitación sexual o a la inversa.
La ausencia de deseo, sencillamente, se resume en la falta de querer o en no poder disfrutar de un placer. ¿Cómo es posible que esto suceda? Pues sucede, y muy a menudo, a tenor de los datos clínicos de las consultas de especialistas, que confirman que es uno de los problemas que más pacientes genera. Es algo muy corriente, pero al mismo tiempo muy particular, pues cada persona desea o inhibe su deseo por causas diferentes.
¿Qué factores influyen en la inhibición del deseo sexual?
El deseo sexual inhibido es un trastorno sexual muy común y con frecuencia, ocurre cuando uno de los miembros de la pareja no se siente íntimo o cercano al otro.
Entre los factores comunes se encuentran: problemas de comunicación, falta de afecto, pugnas y conflictos de poder y la falta de tiempo para que la pareja pueda estar a solas. Por otra parte, el deseo sexual inhibido también puede ocurrir en personas que han tenido una educación sexual muy estricta durante la crianza, actitudes negativas hacia el sexo o experiencias sexuales traumáticas (como violación, incesto o abuso sexual).
Las enfermedades y algunos medicamentos también pueden contribuir a que se presente esta disfunción, en particular cuando producen fatiga, dolor o sensación general de malestar. La falta de ciertas hormonas a veces puede estar implicada. Las afecciones psicológicas, como la depresión y el estrés excesivo, pueden disminuir el interés sexual. Los cambios hormonales también pueden afectar la libido.
Los factores que comúnmente se pasan por alto son, entre otros: insomnio o falta de sueño que pueden ocasionar fatiga. Este trastorno también puede estar asociado con otros problemas sexuales y, algunas veces, puede ser causado por éstos. Por ejemplo, la mujer que no es capaz de tener un orgasmo o que presenta dolor en las relaciones sexuales, o el hombre que tiene problemas de erección (impotencia) o eyaculación precoz o retrasada, puede perder interés en el sexo porque lo asocian con fracaso o no lo sienten bien.
Se encuentran en particular riesgo de deseo sexual inhibido las personas que fueron víctimas de abuso sexual o violación en la infancia y las personas cuyos matrimonios carecen de intimidad emocional.
Al igual la baja autoestima y el sentimiento de culpa son los dos grandes inhibidores y bloqueadores del deseo sexual, pero en ellos subyacen otras causas que conviene revisar:
1.- Los miedos: a no dar la talla, a fallar, al ridículo y a exponerse al rechazo; a mostrar y ofertar el cuerpo; a la posibilidad de embarazo o de exponernos a enfermedades de transmisión sexual.
2.- Las ansiedades: la principal es la de llegar al orgasmo, como si el goce se tratara sólo de ello.
3.- La falta de tiempo y el estrés: las tensiones y las prisas son el polo opuesto de la tranquilidad y el relajo, condiciones necesarias para disfrutar de un placer.
4.- Los enfados y conflictos: inmersos en ellos nos bloqueamos y cerramos, lo contrario a lo que precisamos, puesto que el deseo requiere de una actitud abierta a relacionarnos.
5.- Los tabúes y prejuicios: la prohibición y la suciedad con la que se ha revestido a los órganos sexuales. La particular interpretación respecto a conceptos como la honra, la integridad y la decencia alejan el placer del juego erótico.
6.- La falta de comunicación: no hablar abiertamente de lo que nos gusta, no compartir intimidad, no hacer partícipe a la otra persona de nuestra vulnerabilidad es una manera de se inhiba o se bloquee el deseo.
7.- La falta de ilusión y pasión por la vida: una actitud negativa, pesimista, derrotista, apática y rutinaria, que no afronta los riesgos de un cambio, no sirve para gozar.
8.- La ignorancia: tanto teórica como práctica del cuerpo sexuado impide la experimentación, base de todo conocimiento del placer y de mantener debidamente erotizado el cuerpo.
9.- Algunos medicamentos: determinados ansiolíticos, antidepresivos o fármacos para tratamientos de hipertensión arterial y otros, pueden incidir, aunque no se conocen del todo sus efectos secundarios, por la falta de contrastadas experimentaciones.
¿La falta de deseo tiene cura?
El deseo sexual como experiencia subjetiva puede ser educado y potenciado, de ahí que su inhibición pueda ser tratada, trabajada y superada. Tanto el hombre como la mujer están preparados por la naturaleza para desear y buscar el placer. Hacerlo de manera satisfactoria, desde el respeto a uno mismo y a los demás, con honestidad a las propias creencias y a las ajenas es una facultad del ser humano que vive en libertad.
“Los pacientes en los que se corrigió el nivel de testosterona (con parches,
Comprimidos o inyectables) respondieron al tratamiento con aumento en la excitación
Sexual, las fantasías sexuales y el interés en mantener encuentros eróticos”.
Para lograr terminar con la inhibición del deseo sexual hay que procurarse en uno mismo (a):
  • Un buen conocimiento personal, tanto a nivel corporal como cognitivo-emocional.
  • Una actitud positiva, saludable y abierta sobre la sexualidad y el placer.
  • Un buen entrenamiento corporal que mantenga el erotismo a través de la caricia.
  • Cuidar la salud, el cuerpo es un buen síntoma de que la persona se quiere y quiere gozar.
  • Una apuesta por la ilusión, la pasión y la fantasía.
  • Una buena forma de prevenir el deseo sexual inhibido es reservar tiempo para la intimidad no sexual, pasar tiempo solos, romper con la rutina y al pasar el tiempo, es más probable que sientan interés sexual. 
  • Como también nunca olvidar en buscar tiempo, espacio y ocuparse de revivir la sexualidad.

martes, 4 de junio de 2013

Niños con Problemas de Conducta

La desobediencia, las rabietas, el negativismo, etc..constituyen parte de los trastornos de conducta más habituales durante la infancia. Estos problemas pueden resultar muy perturbadores para los padres dado que suelen suponer un desafío a su autoridad y control, llegándose a establecer un vínculo relacional coercitivo con los hijos. Estos problemas, lamentablemente, parecen ir al alza, incrementándose su magnitud, frecuencia y lo que es más significativo: la edad de inicio cada vez es más temprana.
Poner límites a los niños y pasar el tiempo suficiente a su lado son algunas de las claves para rectificar los problemas de conducta infantiles.

Los niños con problemas de conducta suelen mostrarse desobedientes. No es extraño que, asimismo, insulten, se hayan acostumbrado a mentir a quienes les rodean, se enrabieten con facilidad e, incluso, lleguen a mostrarse agresivos cuando se les lleva la contraria. Corregir a un niño con un trastorno de comportamiento, sin embargo, es posible. Y cuanto antes se empiece, más posibilidades de éxito se tendrán.

Los problemas de conducta en el niño

Un niño con problemas de conducta, que desobedece de forma habitual a sus progenitores, que grita y se enfada con frecuencia o que, incluso, experimenta brotes de agresividad cuando se le lleva la contraria precisa la ayuda de sus padres y docentes para superar su trastorno de comportamiento.

"Poner límites a las demandas del niño es esencial para establecer unos hábitos de conducta adecuados".

En el desarrollo evolutivo del pequeño es normal que, en ocasiones, se detecten estas conductas agresivas, desafiantes, de oposición o desobedientes. Las pautas educativas habituales logran, en general, erradicar estos comportamientos. Sin embargo, en algunos niños, estas actitudes son perseverantes en el tiempo y se incrementa su frecuencia y magnitud a medida que el infante crece.

Una intervención temprana de sus progenitores, así como la ayuda de psicólogos infantiles en los casos más graves, pueden ayudar a prevenir que un problema de conducta infantil evolucione hacia trastornos más graves en la adolescencia.

Lograr en el niño un comportamiento adecuado: ¿cómo se hace?
Las investigaciones y estudios sobre comportamiento infantil suelen coincidir a la hora de señalar la forma de crear en el niño unas conductas adecuadas. Mantener un buen vínculo afectivo con los progenitores fomenta procederes correctos en el pequeño. Dedicar tiempo suficiente a estar juntos en edades tempranas, jugar con ellos, prestar atención a sus actuaciones y ejercer el control sobre ellas cuando sea necesario son algunas de las pautas para corregir los problemas de conducta en el niño.
Es fundamental, asimismo, poner límites a sus demandas desde muy pequeños y mantenerse firme en ellos. Esta práctica es una de las mejores formas de establecer unos hábitos de conducta adecuados, que el niño utilizará como referente en su comportamiento posterior.
Tan importante es prestar atención al niño cuando se comporta bien como retirársela ante una actitud negativa
En distintos manuales de pedagogía  para padres sobre conducta infantil, precisa que "establecer límites es concretar qué se espera del niño y qué no". En caso de que estas fronteras se traspasen, advierto: "hay que adoptar medidas".
La atención que un niño recibe de los adultos juega un papel primordial en el control de la conducta de los pequeños. Tan importante es prestarle la suficiente atención cuando se comporta de forma adecuada, y halagarle por ello, como retirársela cuando el comportamiento sea negativo.
El comportamiento inadecuado de los niños se desarrolla con frecuencia "para llamar la atención de los padres, ya que comprueban que hay una desproporción entre la forma de actuar de ellos cuando se portan mal y cuando se portan bien". Si las actuaciones inadecuadas son las únicas que atienden los progenitores, el pequeño, ante la necesidad de atención, reforzará estas en detrimento de las buenas conductas.
Pasos para corregir los problemas de conducta infantiles
Entre otras pautas básicas recomendadas por los especialistas, destacan las siguientes:
  1. Claridad. Cuando se dan instrucciones al niño, es importante ser claro y preciso. No es lo mismo decirle "pórtate bien", o "no te portes mal", que decirle qué es correcto y qué no lo es.
  2. Coherencia y constancia. Un padre que riñe a su hijo por un determinado comportamiento, debe hacerlo siempre que lo detecte de nuevo. Hay que tener en cuenta, asimismo, que el pequeño observa su entorno y lo imita: no sería correcto desaprobar una conducta que contempla de forma habitual en su familia.
  3. Consenso y complicidad. Es necesario que todos los miembros de la familia, y de fuera de ella con responsabilidad sobre el niño, apliquen las mismas pautas a la hora de enseñar al pequeño buenos hábitos de conducta. Todos deben permitir, o no, las mismas actuaciones.
  4. Niños con Rabietas. El consejo general es hacer caso omiso cuando se produce la rabieta y retirarle la atención inmediatamente. Es importante que los padres, en ese momento, no pierdan la calma y que actúen con firmeza, negando el capricho o la demanda, pero a la vez sin alterarse, sin gritar ni reñir. En caso de que los padres se enzarzaran en una recriminación mutua o con el niño a gritos, éste percibirá que en cierto modo sigue teniendo el control sobre la conducta de sus padres. Una de las posibles causas de tal comportamiento, reside en el hecho de que el niño ha aprendido a que negándose a colaborar o a obedecer órdenes puede evitar la realización de tareas que no son de su agrado.
  5. Niño Negativista. El niño se da cuenta de que sólo se trata de ser más perseverante en su conducta (negativismo) que los mayores. Al igual que sucedía con el "niño de las rabietas" el resultado de su conducta (el librarse de hacer aquello que no le gusta) no hace más que reforzar dicho comportamiento, aumentando su probabilidad de ocurrencia y por tanto la cronificación del problema.
  6. Niño Desobediente. Los episodios de desobediencia pueden forman parte de un desarrollo "normal" del niño en ciertas edades. Para establecer el punto de corte entre la normalidad y la patología deben tenerse en cuenta la frecuencia de estas conductas y su gravedad. La desobediencia puede ir acompañada o no de otros elementos disruptivos como las rabietas o el negativismo. Hay que valorar cada situación para tomar las medidas correctoras oportunas. La edad de aparición de dichas conductas, las circunstancias actuales que la provocan y las mantienen, la situación y relación familiar, son algunos de los puntos a tener en cuenta.
Conclusión
Está claro que no hay dos niños iguales y por tanto, las mejores técnicas para confrontar los problemas de conducta serán aquellas que nos funcionen bien en cada caso o niño.
Las conductas inadecuadas pueden ser consecuencia de multitud de factores (internos, externos). Es habitual que se presente algunas de ellas dentro del ciclo evolutivo "normal", pero hay que consultar al profesional cuando estas son de mayor frecuencia o magnitud de lo esperado por su edad o son perseverantes en el tiempo.
Hay niños con temperamentos "más difíciles" que otros y que probablemente necesitarán estrategias de intervención a medida.
El crecer en entornos marginales o en colectivos de riesgo o en una familia disfuncional, hijos de padres  con antecedentes o problemas de conducta,  aumenta considerablemente el riesgo de presentar conductas disruptivas en la adolescencia. De todas formas, los modelos parentales, serán el factor determinante.